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48º FESTIVAL DE BERLÍN

Laura Morante da fuerza a un endeble filme de Aranda

Con el rescate de 'Repulsión' culmina el homenaje a Deneuve

La parte vistosa de la noche se la llevó ayer el rescate de Repulsión, película de Roman Polanski que convirtió hace 33 años a Catherine Deneuve en un rostro conocido en todo el mundo. Esto hizo que la única película española en concurso, La mirada del otro, dirigida por Vicente Aranda, pasara a un discreto segundo término. Es un relato de poca consistencia, poco o nada convincente, al que sólo la fuerza de la magnífica actriz Laura Morante logra dar capacidad de arrastre.

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La mirada del otro fue acogida en la proyección para la prensa sin calor y sin hostilidad, con un silencio roto por tímidas palmas, tibia respuesta que no se aviene bien con el carácter arriesgado hasta casi los límites de lo provocativo que se adivina en el enfoque y en las pretensiones del filme, que quiere ser un desafío a la hipocresía convenida en las reglas del juego de las clases medias altas de la nueva burguesía española o europea en el avispero del sexo desatado de una mujer libre.Una película orientada hacia donde ésta apunta, si no arrastra o repele, si no entusiasma o escandaliza, es que tiene los proyectiles cargados con pólvora mojada. Dice Aranda: "Como cada vez me siento más seguro, cada vez tomo más riesgos". Y dijo antes: "Tratar de entrometerse en la intimidad [sexual] de una mujer, aunque esta mujer sea el invento de un hombre [se refiere a Fernando Delgado, autor de la novela que inspira al filme], no es cuestión de frío o caliente. El desafío consiste en errar o acertar. Cuestión de bisturí, más que de pincel".

No va descaminada la lógica del cineasta, pero una película que pretende ser de sexo liberador, de las de verdadero y no fingido riesgo, no se trenza con razonamientos, sino con hilos de pura dinamita imaginaria movidos por el olfato de un instinto sublevado. Y si (como sugiere Aranda) se dejan los pinceles en el cajón, se saca el bisturí y luego resulta que no brota la sangre, es que el navajazo del cineasta no ha cortado los circuitos mentales y morales que su tajo buscaba.

Aranda pretendió filmar La mirada del otro con celuloide dispuesto a abrir las tripas de la moral sexual represora, pero erró completamente en la emulsión y le ha salido una película de orden, ñoña y cómplice de los barros que remueve. Porque cuando en el resbaladizo territorio de una mujer libérrima, con el sexo sublevado, no te la juegas con el humor como bisturí, como hizo Luis Buñuel en Bella de día; o con la plena explicitud como navaja, como hizo Nagisa Oshima en El imperio de los sentidos, el único riesgo que se corre es volver a hacer El vecino del quinto puesto al día, en clave intelectual solemne y con guiños progres.

Ante una película de estas pretensiones no cabe la tibieza como respuesta del espectador. Te levanta la risa, te levanta el pene o te levanta el puño, o no levanta nada

Autoestima

Quien se la juega siempre en estos casos es la intérprete, porque ella sí pone en peligro algo: su autoestima, ya que la amenaza el ridículo. Y es reconfortante ver cómo Laura -que algo debe guardar en el empuje de su talento de la libertad de Elsa Morante, tía suya e inmensa mujer poeta muerta- saca a flote y sostiene a un personaje que, para que no la humille haberle dado su cuerpo, intenta llenar de verdad y verosimilitud a brazo partido, como si en ello le fuera la vida. Dijo ayer la actriz italiana: "Una vez que acepté hacer la película no tenía sentido dejarme paralizar por el pudor cuando estaba rodándola. Aranda me dejó trabajar en libertad, atendió a mis sugerencias, y yo me sentí estimulada para componer el personaje a mi manera. No lo compuse de forma racional, lo hice sin pensarlo, dejándome llevar por el instinto". Se percibe con alivio y con gozo este instinto, próximo al de supervivencia, abriendo paso a la vida dentro de una película muerta.

La mirada del otro tiene, al parecer, muy poco que ver con la novela que la desencadenó, pues sólo conserva lo imprescindible de ella. Dice Aranda: "La novela es un texto muy literario y barroco, de difícil traducción al cine, porque tiene forma de diario íntimo, a lo Anaïs Nin, y carece de diálogos. El guión está elaborado desde una síntesis argumental del libro. Desde esta síntesis, el guión fue perdiendo contacto con la novela y derivó hacia la más absoluta libertad". Ahí radica aquel error que, según él mismo reconocía, amenazaba a Aranda. Es la película menos libre que este comentarista ha visto en este festival.

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