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El sexo, el sexo

¿Puede creerse que el centenar de niños y adolescentes que visitaban al taller del electricista de Logroño fueran coaccionados para hacer durante 15 años lo que no querían hacer? Eran embaucados, se dice. ¿Repudian los niños adolescentes el gusto sexual? Puede que el electricista, lo que está por ver, les iniciara en el uso de la energía libidial pero la líbido se lleva con uno y pronto.Lo que ha ocurrido en Logroño viene a ser una edición repetida de la obsesión que cunde ahora por preservar a los niños de una súbita, internacional e inexplicada proliferación de sátiros que no parecen perpetrar otra cosa que salir en los medios con su incesante mal.

Es un mal evidente el abuso sexual; como también lo es el abuso mercantil, el abuso moral, los abusos en todos sus géneros. Pero también resulta abusivo el supuesto por el cual la relación entre un menor y un mayor conlleva siempre coerción, violación o explotación. El encuentro norteamericano entre la profesora de 35 años y el alumno de 14 -lo que ha acabado acarreándole a ella una condena de siete años de cárcel- redondea, en la patria de los escándalos sexuales, el fondo de estas reacciones cargadas de oscurantismo y regresión.

Todo depende, en fin, del concepto en que se tenga a la sexualidad. A poco que se la estime propicia al vicio, muy contigua a las abyecciones de la naturaleza y máximo objeto, por tanto, de vigilancia, cualquier comportamiento no convencional despertará a la policía. A la policía de las almas y a la de las comisarías. Por el contrario, si se contempla al sexo sin los prejuicios de la tribalidad o incluso del imperio burgués, inmediatamente su idea se libera de viejas amarras y no viene a ser otra cosa que una saludable señal de amor, de recreo o de vitalidad.

Pocos ignoran las dificultades o conflictos añadidos que se derivan de una relación amorosa entre personas de generaciones distintas, de razas distintas, civilizaciones diferentes, inteligencias desajustadas y regiones exóticas. La relación más viable, potencialmente más duradera y acaso de mayor vigor es, al cabo, la que facilita los sobreentendidos y no se ve obligada a fatigarse con explicaciones y reajustes agotadores. Con mayor probabilidad, la relación marital entre la maestra y el alumno o la episódica entre el electricista y la colegiala no llegará tan lejos como la de dos seres adultos, pero ¿por qué pensar tanto en el fin y no tanto en la inauguración? En la legislación española se autoriza a casarse a las chicas de 14 años, pero puede meterse en un lío o despertar sospechas, sin matrimonio, quien haga el amor con una muchacha de 14... En el caso de la relación con matrimonio, se ve una "meta" seria, la supermeta social de la boda, mientras, en los demás supuestos, no se ve, "objetivo" claro a lograr. Sólo se ve placer, cosa menor, más banal o "subjetiva". ¿No es todo esto un pensamiento ridículo, caduco, desarmado de una razón cabal?

Hay, por tanto, que ponerse al día o ponerse de acuerdo. Se mire como se mire, el sexo era incomparablemente un asunto por lo menos mucho más tremendo hace cincuenta años que ahora. Sin contraceptivos, sin televisión, sin revolución sexual, sin liberación de la mujer, sin derechos del niño y del anciano, sin legalización del aborto, sin sexualización omnipresente, el sexo era, por excelencia, el tabú. Ahora es algo más llevadero y sencillo, menos decisivo y, a la vez, más accesible, más democrático, menos traumático, digno de empezar a ser admitido como un atributo sin infiernos, de comunicación sin trascendencias, de intercambios y anécdotas que pueden mejorar la alegría de vivir. Siempre, claro está, con acuerdo compartido para el disfrute porque, de otro modo, eliminada la libertad del placer, aquí como en cualquier otro asunto el sabor se hace repugnante y la golosina se trueca en una purga. Fuera de eso, no obstante, queda todavía mucho por debatir, muchas amarras por soltar.

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