Cultura reaccionaria
LA DESTITUCIÓN de Gloria Moure como directora del Centro Galego de Arte Contemporáneo de Santiago de Compostela, dependiente de la Xunta de Galicia, a pesar de su brillante trayectoria ejecutiva, es un hecho preocupante por lo que refleja de la orientación general de la política cultural del Partido Popular, actualmente responsable del Gobierno central y de la Xunta Galega. Aunque los motivos alegados por el responsable de la Consejería de Cultura de la Xunta para destituir a Gloria Moure resultan vagos e increíbles, parece significativo que se haya sugerido, por ejemplo, como causa de tan traumática decisión el exceso de "vanguardia", así como Ia escasez de tradición" en la línea emprendida por el museo.Todo indica, pues, que el motivo real del cese es bien sencillo: una mayoría de los miembros del Gobierno gallego consideran que lo realizado por Moure es inconveniente por ser precisamente "moderno y cosmopolita". Quizá prefieran lo que siempre ha gustado al sector más rancio de la derecha española: un arte local y castizo, de "charanga y pandereta", zarzuelero o de gaita. De todo ello hay amplias muestras,sobre todo en el Ayuntamiento de la capital de España.
Metidos ya en errores y arbitrariedades, que han extendido el interés por el caso a toda España, la Xunta exhibió otro reflejo autoritario el jueves pasado, cuando la policía cargó contra un grupo de artistas e intelectuales que se manifestaban contra la destitución delante del Centro y golpeó a algunos de los asistentes. Que se sepa, los manifestantes no representaban un problema importante de orden público ni se corría el riesgo de un desbordamiento por una algarada multitudinaria. Mezclar la política cultural con el orden público -lo de menos es que, en este caso, las consecuencias de la carga policial hayan sido leves- parece propio de tiempos pasados y que todos creíamos felizmente olvidados.
Sería un error considerable despachar el caso de la directora del Centro Galego como una anécdota. No ha sido un acto aislado, aunque sea el último conocido. Y no es extraño que haya provocado una reacción inmediata de los intelectuales gallegos, en forma de concentraciones, ni que alcanzara una cierta notoriedad pública con la torpe actuación policial del jueves pasado. Es una buena prueba de cómo se entiende desde el partido del Gobierno la política cultural: rechazo de la innovación y apuesta por el retroceso, los caminos seguros y las experiencias trilladas. Buen número de ejemplos apoyan esta idea: la remoción del Patronato del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, castigando con la no renovación a los profesionales independientes de prestigio; los contratos y acuerdos de cesión temporal de colecciones artísticas que pertenecieron a antiguas instituciones públicas o semipúblicas ahora privatizadas o en vías de privatización, en condiciones insólitas y desventajosas para los museos nacionales teóricamente beneficiados; el cese de Stéphan Lissner, profesional con sólido prestigio en el mundo operístico internacional, como gerente del Teatro Real, sin siquiera tener pensada una solución digna de recambio y sin importar que con ello se hundiese la programación inaugural, tras una inversión de miles de millones en la remodelación del edificio... Todas estas decisiones y algunas cosas más indican que, tras unos comienzos dubitativos, los responsables culturales del PP vuelven por los fueros de la derecha española de siempre: considerar un peligro cualquier manifestación cultural que sea actual y crítica. Y ya se sabe que quien no tiene gusto por la cultura viva es que tampoco lo tiene por la libertad.
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