Pintor de lo imprescindible
Uno de los miembros más destacados de la llamada "nueva figuración madrileña", Carlos Alcolea, dejó una importante obra pictórica, a pesar de su prematura muerte y de su personal resistencia a una producción artística desenfrenada, tal y como exigen los absurdos imperativos del mercado actual.No se trataba de que Alcolea fuera "independiente", sino que, por talante, inteligencia y sensibilidad, le resultaba imposible "pintar en vano". Yo creo que esto es algo que saltará inmediatamente a la vista de quien visite su exposición antológica en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. En ella, se han reunido 60 obras, entre pinturas, cartulinas y dibujos, seleccionadas por Ángel González, comisario de la muestra y, sin duda, uno de los mejores conocedores de la trayectoria personal y artística de Alcolea.
Que Alcolea no pintara en vano, no significa que no se dedicara, con ascética exclusividad, a la pintura. No pensaba en otra cosa y, además, pensaba excepcionalmente bien. Lo suyo era inteligente concentración y, por tanto, intensidad, una forma de apasionarse en frío, con sagacidad, con criterio, con técnica medida.
Cada uno de sus cuadros parecen conquistar la evidencia sensible desde las más intrincadas selvas de la mente, y, en este sentido, siendo rotundos, parecen indicarnos lo inacabable del pintar. Si se le quieren buscar precedentes, hay que pensar en pintores como Valloton, en los que las situaciones más elaboradas y complejas se resuelven sólo mediante la precisión afilada, la capacidad sintética, el rigor, lo que los clásicos denominaban el disegno, el fulgurante hilo de la invención. Carlos Alcolea vivió, desde luego, poco, pero lo suficiente como para que su pintura nos resulte, también históricamente, imprescindible.
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