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Monedas y reputaciones

Si Robert Aliber nos enseñó que las monedas son, como la Coca-Cola, simples marcas comerciales, Maquiavelo nos mostró algo singular sobre las reputaciones ("Todos se guiarán por lo que aparentes ser y pocos sabrán cómo eres en realidad"). Es, pues, natural que las crisis monetarias tengan parecido con los ataques que, de forma súbita, sacuden la cotización social de un personaje público. Así, el prestigio del presidente Bill Clinton está sufriendo embates tan tumultuosos como los que padeció en 1992 la libra o como los sufridos en fecha más reciente por algunas monedas asiáticas. ¿No es el fiscal Starr un nuevo Soros empeñado en sacar al presidente de la Casa Blanca?En el mercado social de las "reputaciones" los medios de comunicación juegan un papel similar al de los mercados de cambio en la determinación de la cotización de las divisas; y la libertad de expresión es el equivalente a la de los movimientos de capital. Una característica común a ambos mercados ha sido su creciente descentralización. Aunque el grueso de su actividad se canalice a través de unos pocos operadores (agencias, periódicos prestigiosos, grandes bancos...), el desarrollo de Internet y la proliferación de operadores financieros han hecho casi imposible el control de tan desbocada y dispersa actividad.

Como ese control preventivo resultará muy difícil, tan pronto una información comprometedora cobre vuelo resultará preciso salir en defensa de la reputación o de la moneda atacada. Si es una moneda la atacada, el banco central intervendrá en el mercado de divisas o elevará sus tipos de interés; si es una reputación, se batirá el Gobierno cuando el atacado sea un personaje público ("pongo la mano en el fuego", "dos por el precio de uno"...), los medios de comunicación afines cuando esté en juego el porvenir de su valedor o la esposa fiel cuando se atribuya un lío de faldas a su influyente marido.

Pero así como los intentos de defensa de la moneda actuarán como la vibración que señale a los especuladores la presencia de una víctima herida, la vulnerabilidad del personaje público -cuando sea visible- hará súbitamente locuaces a quienes, temerosos o despistados, no habían desvelado hasta ahora otras informaciones potencialmente comprometedoras. La crisis se alimentará a sí misma. Su creciente virulencia obligará a los defensores a elegir entre lanzar el órdago y emprender una defensa sin cuartel o, por el contrario, mantener un discreto silencio. La primera alternativa se traducirá en pronunciamientos rotundos ("la moneda no se devaluará", "las acusaciones son absolutamente falsas") que entrañarán peligro (pérdida de reservas, posible acusación de perjurio ... ) y exigirán que, con carácter previo, el atacado revise bien su 'fundamentals" y su conciencia. La segunda alternativa, si se prolonga en exceso, se interpretará como un reconocimiento tácito de vulnerabilidad.

En el desenlace de tan épicas batallas los "fundamentals" serán decisivos. Si esos "fundamentos" son deplorables (recordemos a Richard Nixon, Carlos Salinas, Bettino Craxi, Luis Roldán o Mario Conde), los atacantes se cobrarán pronto la pieza y demostrarán que su hinchada cotización anterior fue un pasajero espejismo. Si son, por el contrario, sólidos (recordemos el triunfo del franco francés en 1993, del dólar de Hong Kong en 1997 o del ministro belga Di Ruppo frente a quienes le acusaban de pedofilia), el atacado terminará derrotando a los especuladores y consolidará su situación.A veces, sin embargo, el fragor de la batalla rebajará la cotización de la moneda y la fama del personaje público y las llevará temporalmente por debajo de su genuino valor. Cuando sea la cotización de una moneda la que "rebote", reconoceremos en ese proceso la prueba indeleble del previo "overshooting". Si es la reputación del joven político la que se recupera, reconoceremos en él a un legendario "comeback kid".

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