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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Impostores

Jaime Salom no cree que William Shakespeare escribiera las obras que llevan su nombre y que son el pico más alto del teatro universal (o, por lo menos, de este mundo). Por lo menos, no lo cree en esta comedia.Es una idea expuesta varias veces; probablemente se rumoreaba ya en tiempos del propio Shakespeare, vista su apariencia de cómico aventurero, camorrista en las tabernas con su compañero y rival Marlowe; hombre de cama ancha y vida oscurecida por su propio misterio, como aparece en lo más íntimo de él de cuanto conocemos, los Sonetos.

Creo que hoy se sabe y suficientemente que a pesar de esta aparienca tosca, el tipo escribió esas grandes obras, y no los aristócratas a los que se atribuyeron. Pero el supuesto de una comedia es siempre válido: sólo hasta que termina.

El otro William

El otro William, de Jaime Salom. Intérpretes: Manuel Galiana, Gemma Cuervo, Gabriel Moreno, Pilar Massa, Eduardo MacGregor, Carmen Martínez, Janfri Topera. Vestuario: Manuel Berastegui. Escenografía: Alfonso Barajas. Dirección: Manuel Galiana. Centro Cultural de la Villa, de Madrid.

En ésta, la suposición es la de que el autor fue Lord Derby, que interpreta Manuel Galiana, y que está continuamente en el centro de la escena. Hombre verdaderamente desgraciado: su hermano le deshereda, su cuñada (Gemma Cuervo) le roba la hacienda, su mujer le engaña, su amante le abandona, un juez le persigue y, en fin, las obras de teatro que escribe las firma otro, por encargo de él, y hasta le paga para ello.

Comedia suave

Jaime Salom hace de ello lo que llama teatro de humor: más bien una comedia suave. Derby lleva con una resignación irónica su verdadera mala suerte. No es que no luche: quiere recuperar su dinero o matar a su esposa, como Otelo; esto es, que ciertos rasgos de su vida irían a parar a su escritura.Quiere, también, que Wiliam Stanley, al que él mismo pone el nombre de Shakespeare, le devuelva sus manuscritos. Y aquí aparece la que podría ser doctrina final de la obra: aunque escribiese el conde, el cómico ha añadido lo que llamaríamos dramaturgia. Y su propio cuerpo. Los dos son verdaderos autores.

Inesperadamente, todos se ponen a bailar una especie de contrandanza, o giga, o lo que sea. Los siete actores, los siete personajes. Siguen y siguen bailando, como maniáticos durante los aplausos que se oyen; continúan mientras ya las señoras se ponen su abrigo beis y su bufanda Burberry y trepan las empinadas escaleras del Centro; y quizá una vez cerradas las cortinas, seguirán bailando dentro. Quizá estén allí todavía. Esperaban alargar así un éxito que suponían. No sucedió.

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