¿Adónde vamos?
Daba yo una conferencia en Murcia sobre el futuro, organizada por una asociación de mujeres inquietas por el porvenir de este mundo, que principalmente hemos construido los varones. Y en el coloquio me interpeló un médico, famoso allí, que no estaba conforme con algún dato sobre el empobrecimiento de los menos favorecidos. Y es que ante algún número macroeconómico quedamos engañados sobre la verdadera situación de los seres humanos reales. El último informe de este año, estudiado por las Naciones Unidas, insiste sobre el espectro de los países más pobres, y de nuestros "nuevos pobres" en los desarrollados. Según él, de 1960 a 1994 la participación de los más pobres en la economía mundial ha disminuido a menos de la mitad, pues el 20% de los países, que sufren mayor pobreza sólo participaron entonces en un minúsculo 2,4%, y, 34 años después, ésta tan escasa participación bajaba a un 1,1%. ¿Podemos cantar gloria los que disfrutamos de una riqueza 78 veces mayor que ellos, ya que los países más ricos tienen el 86%?Y nada digamos del deterioro de la naturaleza, sobre todo en los lugares de mayor pobreza, donde además la esperanza de vida es de 22,6 años en Ruanda, y en Francia, 78,7 años; o la renta per cápita en el país de los Grandes Lagos sólo llega a 80 dólares anuales y, en cambio, en el país galo resulta de 23.420 dólares. ¿Adónde nos ha llevado el neoliberalismo, del que tanto predican sus beneficios los europeos?
Y habría que añadir también algo todavía más grave: la desorientación en que vivimos los que estamos en los países privilegiados. No tenemos metas de largo alcance, que es lo que distingue al ser humano del animal, según el psicólogo Allport. Vivimos al día, como resultado de la especulación y de sus bancarrotas en el Este, que tanto nos afectan como producto de la globalización creciente del neocapitalismo. Es el reino del "imperialismo económico", que denunció en 1931 el papa Pío XI -el que condenó finalmente al creciente fascismo en ese año y al avasallante nazismo en 1937-, y nadie le hizo caso en su diagnóstico económico-social.
La pregunta brota espontánea: ¿estamos en decadencia?; ¿tuvo de algún modo razón Spengler en 1918, a pesar de sus errores de bulto, con su libro Decadencia de Occidente, o Berdiaef en 1927, con su Nueva Edad Media, y Guardini en 1950, con su obra Fin de los tiempos modernos?.
Hemos de ver con más cuidado los hechos para no engañarnos ingenuamente y vernos metidos en múltiples callejones que parecen sin salida.
La razón se nos ha desbocado, como han demostrado Morin o Lyotard, porque ha sido una "razón instrumental", según Horkheimer, y ha perdido su norte y medida con su egoísmo de corta mirada, que nos lleva a la confusión en que estamos. Una inteligencia fría, general, abstracta y por tanto cruel por poco humana, sin fijarse en los seres concretos, ha creado inquisiciones, torturas, guerras de exterminio, KGB, SS, brigadas de policía político-social, leyes de orden público, campos de concentración y exterminio... ¿No habría que volver entonces no al irracionalismo ciego, que también ha producido grandes males, sino a una razón sintiente, a una inteligencia emocional, como se está pidiendo hoy ?
Y recordar que el hombre no se define sólo por "pienso, luego soy", como quería Descartes, sino "siento, luego existo", como predicó Unamuno en 1913 sin que nadie le hiciera caso; y antes que él lo hizo el olvidado Pascal, un matemático que supo aliar razón y sentimiento, para bien de los hombres, porque "el corazón tiene razones que la razón no conoce".
Me hacía estas reflexiones asistiendo a la clausura de ese magnífico Festival del Teatro del Mediterráneo, tan excelentemente promovido por José Monleón. Allí pude escuchar la sugerente intervención del profesor García Gual insistiendo en que el camino que escogió la Grecia antigua para hacer de ella un pueblo excepcional en la historia fue la educación popular a través del genial teatro de Eurípides, Sófocles y tantos más. Y rememoraba yo a nuestros alabados sabios medievales, y del Siglo de Oro, que impartieron una educación cristiana excepcional, por medio de los autos sacramentales, y propiciaron una cultura humana de altura en nuestros grandes poetas, novelistas, autores teatrales y artistas. Que impresionaba favorablemente, a diferencia del decadente catolicismo durante nuestra República del 1931, a Azaña, a Fernando de los Ríos o a Luis Araquistáin.
Los santos eran Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, y no los insignificantes actuales que invaden el santoral; los místicos eran poetas como ellos dos, o escritores sublimes como fray Francisco de Osuna, fray Juan de los Ángeles, o fray Diego de Estella; los espirituales fray Luis de León, o fray Luis de Granada; teólogos, los críticos Melchor Cano, Vitoria, Molina y Suárez; y filósofos reformadores del pensamiento conformista como el humanista Vives o el platónico Fox Morcillo y el escéptico cristiano Francisco Sánchez -a leer los católicos de hoy su obra, Que nada se sabe-
Así, la clausura de aquel festival de este año, traído y llevado a todos los pueblos de los alrededores de la capital, terminó con un recital de poesía hecho por Marsillach, Amparo Rivelles y María Jesús Valdés, donde la gente sencilla se deleitaba e instruía con poesía clásica religiosa y profana, o actual, rememorando nuestros avatares recientes. Y pensaba yo en nuestra guerra civil, durante la que me levantaba el espíritu, decaído por el cruel enfrentamiento de las dos Españas, nacidas antes de las Cortes de Cádiz, la lectura de nuestros clásicos, y la poesía de Pedro Salinas, o la música de Debussy, que parecía una meditación zen, y la de Ravel, con sus insistencias como si fuera la repetición de un mantra yóguico.
No puede ser "el mundo... un portón mudo y frío" para la mayoría, como sentía Nietzsche. El prosaísmo que nos invade ha de ser superado, porque "los pasajeros cantan más de lo que les permite Darwin", asegura el psicólogo neerlandés Buytendijk. Y la educación debe recuperar el consejo del viejo chino Confucio, y aplicarlo: "La educación", decía, "empieza por la poesía, sigue por el autogobierno y termina con la música"; o aquello del educador más importante de Francia, Alain: "Poesía y geometría: eso basta ... ; Homero yTales ... ; la poesía es la llave del orden humano.... pero sólo la más alta poesía, la más venerada, la superior, que tiene influencia sobre todos". Debe ser una poesía con nervios de acero y los pies en la tierra.
Y ojalá los cristianos tirásemos por la ventana todos los aburridos manuales de teología y sus catecismos, y recordásemos lo de Nietzsche: "Si esos redimidos vivieran más como son, creerían en su Redentor", porque la restauración universal no hay que esperarla sólo en la otra vida: ya ha comenzado, pero de nosotros depende que se liberen esos miles de millones cautivos de la injusticia humana. Nuestro símbolo de la Cruz es con el Redentor tríunfante, y no vencido, como se representaba desde el siglo V al XIII, sin sangre ni dolor, y debe llevar a la resurrección humana, sin esperar ad calendas graecas. Depende de nosotros, porque el psicólogo James recordaba, y el neomarxista Bloch repetía en 1942, que "las realidades flotan en un extenso mar de posibilidades".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.