_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Oír voces

Juan José Millás

Pagas impuestos por todas partes,no me digas que no. Una señora fue apuñalada en Fuenlabrada por tres chicos que oían voces, uno de ellos su hijo. Las voces siempre ordenan apuñalar, violar, asesinar. No saben tener una conversación relajada con los que las invocan. En ciertomodo, nos recuerdan las de esos tertulianos que están todo el día cabreados por esto o por lo otro y sugieren a los oyentes unas cosas horripilantes. Uno no pone ya la radio por no oír voces, que luego sin darte cuenta devienes en psicópata. Pero a lo que íbamos es que esas puñaladas son una forma de impuesto, gravamen o arancel, como usted quiera, que se cobra el más allá de Madrid a la vista de que no se puede vivir fuera del mercado.-¿Y por qué no entra el más allá madrileño en el mundo de los negocios haciendo obras de caridad?

-Porque en la caridad no queda cuota de mercado alguna, imbécil, está toda ocupada por gente como tú que compra La Farola en las esquinas y kleenex en los semáforos. Si hubiera un cupo, por pequeño que fuera, la Conferencia Episcopal tendría una emisora de radio expendedora de bondad en lugar de la COPE. Los negocios son los negocios.

Eso lo ha entendido a la perfección también el dueño de una cadena de gasolineras en las que cada vez que llenamos el coche nos meten la manguera por el bolsillo en plan violación anal con desgarro de perineo, o periné. El propietario del negocio oye sin duda voces que le animan a ganar más a cualquier precio, tú verás, y el único modo sensato, como es lógico, es cobrar un impuesto a los que pasamos por allí. Las voces económicas que se le aparecen a este señor en la cama, después de rezar el rosario en familia, podrían haberle dado órdenes de que nos rebajara un tanto sin que su mano izquierda se enterara de esta chapuza caritativa de la derecha, pero las voces bursátiles se parecen mucho a las del más allá en lo de la mala leche. O sea, que siempre eligen lo más doloroso para el consumidor. Uno siempre sospechó que esos pitorros curvos y acerados de la manguera no servían sólo para expulsar el carburante, sino para aspirarle a uno las entrañas en plan buitre, aunque con esa magia del dentista que te mete unos alicates por la boca y te saca 20.000 por el bolsillo. Todo, en fin, con movimientos inspirados en el ballet. Nos gusta, la verdad.

Pero nos parece excesiva esa concentración de obligaciones fiscales en Madrid. Hace unos días un muchacho del Atlético fue apuñalado por ser del Atlético precisamente, menuda redundancia. Lo hicieron unos del Madrid que también habían oído voces ultras, del sur, o sea, del más allá. Es decir, que pagas impuestos por todo. De hecho, parece que estos mismo ultras pegaron a continuación a un negro. Si no es por una cosa, es por otra.

-Pues no sea usted ninguna, idiota.

-Es que eso es muy difícil, algo tiene que ser uno: negro, madridista, atlético, propietario de Opel Corsa...

-Nada,nada, entonces a pagar, y dé usted gracias de que no le metemos la manguera por un ojo, gilipuertas.

El insulto se ha convertido en otra forma de impuesto típicamente madrileño. Hace poco estaba servidor dentro del coche, en doble fila, esperando que el chico del supermercado le guardara las bolsas en el maletero, cuando llegó un guardia y le agredió verbalmente de palabra (excúsenme el pleonasmo: es para ganar una línea).

-¿No podría usted dirigirse a los contribuyentes con más educación? -le dije animándole a que se rehabilitara.

-¿Prefiere que se lo diga con música? -preguntó con cara de asesino, tocándose las cartucheras.

Sin duda, se trataba de un guardia que oía voces también, no sé si por la radio, así que me dio miedo rechistarle y abandoné la compra sobre la acera. Otro impuesto, esta vez en especies.

Total, que sale muy caro vivir en esta ciudad de gente cabreada en la que, si no te vas a tiempo, tarde o temprano también tú comienzas a oír voces y matas a alguien, o le engañas. Lo mejor es marcharse, aunque nuestro consejo es que no llene usted el depósito hasta que se encuentre fuera de la comunidad. Para que no le estafen. Suerte.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_