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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

De un 98 a otro

VEINTE AÑOS no son nada, que dice el tango, pero un siglo, en algunos casos, sí lo es. La España que conmemora este año el primer centenario de la pérdida de lo que hasta no hace mucho se calificaba lastimeramente de "últimos florones del imperio" -por otro nombre, Cuba, Puerto Rico y Filipinas- no separece en nada a aquella nación derrotada a la que el presidente del Consejo, Fernández Villaverde, no encontraba el pulso, en un famoso artículo publicado al cambiar el siglo.En los últimos años, y aunque de manera todavía incipiente, España ha ido reelaborando la idea de sí misma, y con ella la de la llamada conquista y evangelización de América, empezando a arrumbar los oropeles de una imagen delirante y chovinista de sí misma. Esta revisión corre pareja con la consolidación de la democracia y la modernidad en el país.. Ni leyenda negra ni Santa Tierra de España podría ser el lema a la luz del cual orientar una nueva mirada sobre nuestro pasado común con las islas antillanas y, en menor medida, con el archipiélago asiático, que pesa hoy tristemente poco en el recuerdo de los españoles.

Cuba se distinguió entre las tierras americanas por no repudiar a la independencia, conseguida con el concurso de EE UU, la permanencia de los peninsulares en la isla; muy al contrario, hizo todo lo posible para que los españoles, que en gran número habitaban en la isla, optaran por quedarse y prosiguieran sus vidas en lo que se les presentaba como una auténtica patria de acogida. Sólo el México del presidente Cárdenas, tras la guerra civil española, hizo gala de una generosidad semejante. Puerto Rico forma parte hoy, aunque de manera peculiar en lo institucional, de Estados Unidos, y no parece haber terminado de interrogarse aún sobre su futuro; Filipinas es, desde 1946, un Estado independiente y, en la actualidad, democrático, tras haber pasado medio siglo como colonia norteamericana, y Cuba ha tenido, quizá, la historia más agitada de las colonias insulares de España. A vueltas con una soberanía que la poderosa vecindad de Washington ha puesto frecuentemente en entredicho, no ha logrado consolidarse como democracia, tras haber vivido variadas dictaduras reaccionarias en la primera mitad del siglo, y los casi últimos 40 años bajo el totalitarismo castrista.

La España democrática, que acomete a partir de hoy, con la muestra España, fin de siglo, un vasto plan de exposiciones, congresos, exhibición de fondos documentales. y ediciones escolares con un coste de 5.000 millones de pesetas, tiene un peso en Europa y en el mundo como no lo había conocido desde cuando dicen que el sol no se ponía en el imperio, pero ya sin nostalgias imperiales. Así lo atestigua el plantel de altos funcionarios, políticos y diplomáticos españoles que prestan servicio en los puestos directivos de la OTAN, el Parlamento de Estrasburgo, la Unesco, como representantes europeos en Oriente Próximo o en la maquinaria de paz en la antigua Yugoslavia.

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Todo ello debería constituir un acervo del que las naciones iberoamericanas pudieran servirse para el progreso y el interés comunes. Y si Cuba, sumida en su larga noche autoritaria, constituye un reto especialmente espinoso para la diplomacia española, no ha de verse empañada por ello la conmemoración actual de quiénes fuimos y dónde estuvimos, de todo lo que nos une y, sobre todo, de lo que podemos hacer conjuntamente en el futuro. El dicho acuñado en el desastre, más se perdió en Cuba, resume el-dolor de España en un periodo de su historia. Pensemos ahora, en cambio, en todo lo que queda por ganar. El 98 fue también un nacimiento. Eso es lo que hay que conmemorar.

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