El espejo kurdo
LA LLEGADA masiva de emigrantes ilegales kurdos a Italia reclama soluciones. Pero no pueden consistir, sin más, en el cierre de fronteras exigido por Alemania, que además de imposible resultaría indeseable. La inmigración, pese a que aún provoque resistencias, puede servir de factor parcial de renovación europea siempre que sea controlada: algo que beneficiaría en primer lugar a la población legalmente inmigrada. Una Europa incapaz de gestionar, amortiguándolos, los choques migratorios que inevitablemente tendrá que afrontar sería inviable. Además, Europa es desde hace años no sólo tierra de inmigración, sino tierra de acogida de refugiados políticos. Y esto es parte de su ser.La llegada a Italia en una semana de dos barcos provenientes de Turquía con 1.200 inmigrantes ilegales, en su mayoría kurdos, y la política del Gobierno italiano de brazos abiertos al exilio político han desatado la furia alemana y puesto sobre el tapete, una vez más, la cuestión de Europa y sus imnigrantes. Las preocupaciones de Alemania resultan comprensibles: "ha sido el país que más inmigración ha recibido tras el derrumbe de los regímenes comunistas en el Este y tras la crisis bosnia. Y en los últimos dos años se ha multiplicado por seis el número de inmigrantes kurdos, provenientes de Irak, o de Turquía.
Muchos de los inmigrantes ilegales que arriban a Italia lo hacen probablemente en busca de trabajo, y mejores condiciones económicas en Alemania o Francia. Otros son auténticos exiliados políticos que huyen hacia Europa. Este fenómeno migratorio se alimenta de muy diversas causas: la carencia de expectativas económicas, la falta de control de Irak sobre el norte de su territorio, la represión del Gobierno turco contra la minoría kurda en su territorio (10 millones de personas) y la negativa a cualquier fórmula de autonomía. Todo ello unido a una suerte de maldición de un pueblo a quien nadie en la zona ni fuera de ella quiere conceder estatalidad propia. Frenar la inmigración kurda exige atacar las razones políticas, económicas y policiales que la originan. Hay que seguir presionando sobre Turquía para que respete los derechos humanos y la democracia y conceda un sistema de autonomía a los kurdos.
Probablemente el Gobierno turco tiene parte de razón cuando asegura que detrás de estas inmigraciones masivas hay mafias que viven de este nuevo tipo de comercio con seres humanos, como bien conocemos en España a través de las pateras que cruzan, el Estrecho. Pero frenar esta inmigración -para lo que se requiere el concurso del país de origen, en este caso Turquía- no significa que la UE tenga que renunciar a la política de asilo que, ha hecho de Europa tierra de refugio frente a la persecución política. Es esto lo que defiende el Gobierno italiano de Prodi, en línea con los acuerdos de Schengen, y por ello se ve tan duramente criticado por Bonn, donde la perspectiva de elecciones en septiembre lleva a sus dirigentes a evitar a toda costa que la inmigración se convierta en asunto electoral. Sin embargo, la línea italiana es también la que defiende buena parte de, las iglesias alemanas y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).
La desaparición de las fronteras internas en la Unión Europea, en particular entre los nueve países participantes en el Convenio de Schengen, no puede convertir en un coladero las fronteras externas. Pero éstas tampoco pueden ser consideradas ya como fronteras puramente nacionales -italianas o españolas-, sino europeas, para cuyo control se requiere el concurso y el esfuerzo de todos los europeos. Si Italia pide ayuda, la UE debe dársela, lo que requiere no sólo mayor coordinación de las políticas de inmigración, sino mayores medios comunes, Desde este enfoque debería abordarse la reunión de hoy en Bruselas de los responsables de Schengen, y mañana en Roma de los países más directamente concernidos por esta situación, a los que se va a sumar Turquía. Esta crisis debería servir, al menos, para que Europa se mire ante el espejo de sus contradicciones y sus necesidades.
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