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Tribuna
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La realidad

La Realidad es una minúscula aldea de la selva Lacandona que el subcomandante Marcos transformó en capital de la utopía al instalar en ella el cuartel general del Ejército Zapatista. Al lado de esta Realidad con mayúsculas palidece aún más la gris y opaca, mezquina y rutinaria realidad nuestra de todos los días.En Madrid, entre el desafinado villancico inaugural de Álvarez del Manzano y el discurso, no muy inspirado pero lleno de aspiraciones, de Ruiz-Gallardón transcurrió un paréntesis navideño adocenado en el consumo y el exceso, un paréntesis que convirtió la masacre de los campesinos de Chiapas en una simple anécdota ensamblada entre dos perfumes en la pantalla doméstica y domesticadora.

La dispersión navideña pudo anular la reacción testimonial y -solidaria de los zapatistas madrileños, que no sacaron a la calle como otras veces el enorme retrato de Emiliano Zapata, plasmado sobre el basto lienzo con toda la expresividad y la fuerza del muralismo mexicano. Los zapatistas madrileños militan al tiempo en otros ejércitos desarmados, hoy chiapatecas, mañana saharauis, bosnios o kurdos, según señale la ruleta de la mala fortuna y de la mala muerte.

Durante la Navidad, estos ejércitos pacifistas, ecologistas, antimilitaristas e insumisos desaparecieron del panorama, quizá para no confundirse y no ser confundidos en las calles con las tropas de la caridad organizada, de la buena voluntad acorde con las fechas del calendario, de las tristes galas benéficas y sus repartos de turrones, roscones, juguetes o bufandas, de las campañas a lo Plácido, reinventadas por la televisión sin el estilete de Berlanga.

El subcomandante Marcos tuvo que dejar estos días su refugio de La Realidad hostigado por el Ejército regular de su país, que vino a rematar la faena de los paramilitares en, Acteal y a desmentir la presunta voluntad negociadora y pacificadora del corrupto Gobierno priísta.

Entre eslalon y eslalon, nuestros mandatarios apenas tuvieron ocasión de mostrar sus condolencias por la matanza mexicana. En Baqueira hubo besamanos, genuflexiones y esquí de fondo, y en las pistas de Formigal, en Huesca, rotura de Cascos. Nuestros mandatarios estaban muy lejos de La Realidad pasando sus navidades blancas, deslizándose alegremente por las laderas blanqueadas por una capa casi virtual de nieve, sin poner los pies en la tierra, ignorando sus convulsiones y lamentos.

En Madrid apenas se percibió el vacío de poder, fuéronse y no hubo nada, nadie les echó de menos ni ofició plegarias por su pronto retorno. Nuestros gobernantes nunca vivieron con nosotros, residen siempre en un lugar ,alejado de La Realidad, en un mundo aparte desde el que hilvanan irreales discursos sobre el mundo real; no tratan de transformarlo, sólo lo comentan.

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La Realidad se escribe con mayúsculas en una pequeña aldea de la selva Lacandona, y ese nombre revela su deseo de sobrevivir, de no ser borrada del mapa y de la historia. El subcomandante Marcos no tiene rostro porque quiere que su rostro sea el de todos sus compañeros de infortunio; el subcomandante Marcos antepone las partículas sub y co a su grado militar porque es el pueblo el que manda y él es sólo un mandado del pueblo. El que manda en México es el PRI, un partido revolucionario que se hizo institucional, y ya se sabe que la revolución, en cuanto la institucionalizan, se hunde en miseria y corrupción.

En Madrid manda por partida triple un partido que se autodenomina popular, que en este caso viene más de popularidad que de pueblo. El popular mandamás de la ciudad, el perpetrador de villancicos envilecidos, por ejemplo, aunque parece un alcalde de pueblo (de los de antes), no es del pueblo, ni mucho menos zapatista. Los próceres conservadores y cristianos dan mejor en las procesiones que en las manifestaciones, lucen más en los actos de beneficiencia que en los foros donde se denuncia la violencia, y están siempre deseando solidaridarse con las víctimas, de lo que sea, en cuanto hayan sido victimadas a conciencia y quede constancia de que no se van a levantar durante el reparto de limosnas para morder la mano caritativa que les alimenta.

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