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Una Europa manierista

Joaquín Estefanía

Hay cosas que no, cambian con el año: por ejemplo, Televisión Española. El primer día de 1998, en el telediario de las 21.00 horas, salieron dos ministros (Álvarez Cascos y Josep Piqué) y un secretario de Estado (el de Economía, Cristóbal Montoro) a hacer propaganda política: sus intervenciones no tuvieron valor añadido alguno. Nada nuevo. Pero lo más peculiar fue la voz que definía 1998 como el año del euro y que dijo que los esfuerzos para entrar en la moneda única se habían realizado "en los últimos 18 meses". Quien escribió tal afirmación ha interiorizado que en la España de hoy, la repetición de eslóganes y frases hechas -sean falsas o ciertas, da igual- equivale a su demostración: el propagandismo es la primera línea de acción.Este año también será el que celebre el 20º aniversario de la Constitución. Durante este periodo, todos los ministros de Economía se han aplicado -con desigual fortuna, pero con idéntica filosofía- a sanear la coyuntura, que partía de unos desequilibrios muy profundos, exacerbados durante el tardofranquismo. Si hay una línea de continuidad básica, es la de la política económica; hace 20 años no existían los criterios de Maastricht, pero el ímpetu por domeñar la inflación, corregir el déficit y la deuda pública, tener unos tipos de cambio estables o un bajo precio del dinero figuran en los discursos públicos desde los Pactos de La Moncloa. Sólo los más sectarios no reconocen que las bases para la última fase de estabilidad económica provienen al menos de Pedro Solbes, no de Rato.

No es buena esta intransigencia, porque divide. En estas mismas páginas se ha descrito el carácter revolucionario del euro no sólo en la macroeconomía, sino en los usos y costumbres de los europeos. De ahí el necesario apoyo, sin adanismos ni banderías partidarias. Al fin y al cabo, si no hay imprevistos, el 1 de mayo los jefes de Estado y de Gobierno de la UE admitirán en la primera fase del euro a todos los paises que quieran estar, excepto a Grecia. El problema empieza en ese punto: la entrada es el punto de partida, la revolución comenzará el día después. La mayor dificultad está en sobrevivir con prosperidad dentro del euro, no en llegar a él. Entonces es cuando habrán de superarse algunas contradicciones, que surgirán de inmediato:

-La existencia de un pacto de estabilidad, que multará al país que desequilibre las finanzas públicas. Pero todos saben que los integrantes llegan, en la mayor parte de los casos, con la lengua fuera y con la contabilidad creativa funcionando a destajo. Si se produce una crisis cíclica no habrá margen de maniobra sobre la política monetaria y muy escaso sobre la presupuestaria: ¿cuál será el modo de reacción de las sociedades europeas? Para países como España, con el doble de paro que la media comunitaria y una renta per cápita media inferior a la de la UE, ¿cuál será la senda de la igualación si, además, los fondos estructurales están en discusión y pueden ser utilizados por la ampliación europea?

- Resuelta la Europa monetaria, debe cambiar la prioridad hacia la Europa política y social si se trata de lograr un espacio más equilibrado y sano. En este sentido, hay que apuntar, aunque por ahora sea sólo como síntoma, la emergencia de nuevos movimientos sociales de parados en Francia, al margen de los sindicatos y partidos políticos tradicionales. Y ello sin olvidar la magnitud del desempleo europeo, que no da síntomas de desaceleración.

Lo más positivo de la Europa de los últimos meses ha sido dejar de hablar de si el déficit público debe estar en el 3% o en el 3,1% -la ideología monomaniaca del Bundesbank- y ejercer un giro manierista sobre los problemas: se habla de crecimiento, de empleo, de ampliación, de ciudadanía, de cohesión. En definitiva, de política. Este giro debe ser más audaz en el año del euro.

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