Universidad y profesión
Habrá que agradecer al Gobierno que provoque, con su ausencia de política universitaria, reflexiones y debates sobre la cuestión universitaria. En una de estas reflexiones, formuladas hace unas semanas en este periódico, manifiesta el profesor Amalio Blanco su preocupación por el valor concedido por estudiantes y profesionales a "la preparación para el ejercicio profesional", frente a la "formación básica y general". A su juicio, estos datos manifiestan la tensión entre "la creación, desarrollo y transmisión crítica de la ciencia" y "la preparación para el ejercicio de actividades profesionales" (las dos primeras funciones que la LRU atribuye a la Universidad). Blanco advierte sobre el riesgo de que los valores imperantes, asociados a las demandas competitivas del mercado (preparación para el ejercicio profesional), acaben ahogando otros valores que han constituido la identidad de la institución universitaria durante siglos ("la reflexión pura y dura") y que constituyen el soporte "del valor y del sentido de lo público" de una sociedad civil.No comparto esta preocupación, derivada de una falsa tensión o dicotomía. Que la dicotomía es falsa lo demuestra el hecho incuestionable de que cualquier preparación para el ejercicio profesional necesariamente se halla inspirada en la creación y desarrollo de conocimientos científicos y técnicos. Por tanto, ambas actividades no son opuestas ni excluyentes, sino complementarias.
Cuando estudiantes y profesionales enjuician muy críticamente que sus estudios universitarios no preparan para el ejercicio profesional, no niegan que la Universidad deba dedicarse también a la creación y desarrollo de conocimientos científicos y técnicos, sino que sencillamente, como clientes particulares de la Universidad (que no los únicos), demandan este servicio público que tiene atribuido la Universidad. Y si lo demandan no es por capricho ni porque sean agentes de una zafia ideología mercantilista, sino porque perciben que la cualificación profesional es un requisito indispensable para acceder a un mercado de trabajo competitivo. Relegar este objetivo a las tradicionales enseñanzas de Formación Profesional y considerarlo ajeno a los más altos fines a los que debe consagrarse la enseñanza superior, aparte de su connotación peyorativa por lo profesional, constituye un ejercicio de miopía estratégica.
Si la Universidad pública no es capaz de afrontar este reto, ya se encargarán de hacerlo las privadas. Y eso constituiría un enorme retroceso en el avance hacia la igualdad de oportunidades que ha supuesto la creciente democratización del acceso a los estudios superiores: el alumnado de las universidades privadas, por definición procedente de sectores socioeconómicos acomodados, disfrutaría de una cualificación profesional para acceder al difícil mercado de trabajo muy superior al alumnado de las universidades públicas, eso sí -permítaseme esta ironía- este último muy bien formado en conocimientos básicos y generales, y en la tolerancia, el respeto a la diferencia, la participación democrática y la solidaridad.
El riesgo de la Universidad pública no es el olvido de la creación y el desarrollo de la ciencia. Es, más bien, que no sea capaz de proporcionar a ese casi millón y medio de alumnos que ocupan sus aulas una cualificación profesional eficaz que les permita competir en el cada día más difícil acceso al mercado de trabajo. El riesgo está más bien en que el profesorado siga proyectando y aplicando en su docencia los criterios e intereses académicos que inspiran su investigación a un auditorio que en su inmensa mayoría no tiene vocación -ni posibilidades- de ejercer la investigación, sino que aspira a obtener una cualificación profesional.
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