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Verdú y Marina denuncian la impostura y la vulgaridad dominantes en el negocio cultural

La SGAE reúne en Madrid a 500 artistas en busca de un pacto que vitalice la creación

El primer Encuentro de Creadores, que organizan la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) y la Fundación Autor, arrancó ayer en Madrid con un doble y ambicioso objetivo: debatir las trabas y el porvenir del autor de hoy, por un lado, y propiciar un pacto social y fiscal que proteja e incentive la labor creadora y auspicie un "segundo renacimiento cultural". Ésta fue la expresión empleada por Eduardo Bautista, presidente del Consejo de Dirección de la SGAE, ante unos 500 asociados, que oyeron además -entre alarmados y divertidos- dos críticos y reveladores toques de atención de dos pensadores de este presente confuso y acelerado, José Antonio Marina y Vicente Verdú.

Tras las declaraciones de intenciones del presidente de la SGAE -el cineasta Manuel Gutiérrez Aragón-, el rector del Consejo de Dirección -Eduardo Bautista- y el subsecretario del Ministerio de Educación y Cultura, Juan Ignacio Martínez, el ensayista José Antonio Marina copó la sesión matinal de la primera jornada -el encuentro se cierra hoy- con una ponencia amena y erudita sustentada en su gran especialidad, el análisis de la inteligencia creadora.Su conferencia, que fue largamente aplaudida, reivindicó la "humilde poética de la acción" frente a la "poética de la obra" que parece mover a los creadores de hoy. Ese matiz ético añadido sería para el catedrático de Filosofía de instituto el motor de una individualidad más social y más rica, que ayudaría a "conseguir un mundo más habitable, más digno y más feliz" en el que "nuestras relaciones personales y nuestro comportamiento sean también novedosos y eficaces"; dos características, novedad y eficacia, que para Marina constituyen la base de la creación: "Crear es producir intencionalmente novedades eficaces".

Ante un auditorio variopinto (había gente relacionada con la política -CarmenAlborch, Tomás Marco, José María Otero.-; el teatro -Albert Boadella, Lluís Pasqual...-; la música -Caco Senante, Carlos Cano, Manolo Tena, Antón García Abril, Mari Trini, José Luis Perales...- o el cine -Juan Antonio Porto, Agustín Navarro...-), Marina calificó la industria creativa como "el timo de la estampita", diagnosticó una "epidemia de creadores impacientes", afirmó que a los españoles nos gusta "copiar y traficar más que crear", y añadió que el gran proyecto creador de hoy requiere, además de "ese sexto sentido, esa agudeza que todo artista debe poseer para seleccionar sus ocurrencias", "la paciencia de un buey" (frase citada por Vincent van Gogh en sus cartas a Theo). Todo ello, con el fin, concluyó, de librarnos de la tosquedad y la vaciedad que nos invade".

Verdú, más crítico

Aún más crítico estuvo Vicente Verdú al abrir la sesión de tarde: en apenas 20 minutos de lectura demolió piedra a piedra el entramado seudocultural que sujeta la industria del ocio y el entretenimiento, de cuyo gigantesco poder económico dan idea las cifras facilitadas ayer por la SGAE. La sociedad repartió el año pasado 11.377 millones de pesetas en concepto de derechos de autor. El sector discográfico vendió 52 millones de copias. Se editaron casi 50.000 libros. Hubo 96.281.405 espectadores de cine y se abrieron 131 salas nuevas. Los conciertos superaron el récord de los 1.000 millones de ingresos. Más de 300.000 obras distintas percibieron derechos. Y la cultura y el ocio aportaron el 4% del PIB español.Verdú no se asustó, aunque se mostrara algo mustio al principio "por no poder contribuir" a los objetivos declarados en el manifiesto de la organización ("reivindicar mejores condiciones fiscales para los autores, respeto a sus derechos y rebajas para los productos culturales"; "la cultura es en sí misma una poderosa fuerza económica, un mecanismo de influencia social y un formidable instrumento para definir conceptos políticos"). "Ni la cultura, ni los creadores, ni la política significan ya lo que significaron", comenzó Verdú. Y prosiguió, entre lapidario, milenario e irónico: "Vivimos en un mundo sin rumbo, sin metas colectivas. La política es gestión y economía, y se afianza en la pornografia de la cantidad. La cultura flota en la superficie de un caldo sin sabores fuertes. Todo es estética, y vamos hacia la extenuación de lo obvio: sin secretos ni misterios. Todo está a la vista en las democracias modernas. La comunicación absoluta es el equivalente al progreso. Pero la rápida circulación sirve igualmente a los mercados financieros y a los productos culturales".

"No hay acto artístico que pueda socavar el poder, porque el poder se dispersa, se difumina, se hace casi impalpable, camuflado en un laberinto de redes, virulento en vez de violento, hecho de rayos catódicos a los que nadie sabe cómo enfrentarse, porque lo real y lo irreal se confunden", continuó Verdú. "Todo es virtual, un magma total, en el bazar del entretenimiento".

Estrellas enanas

El ensayista no olvidó fustigar a la creación de hoy -"No existe la provocación, lo que antes era la subversión es hoy la perversión"-; a los comunicadores -"Antes el artista creaba y el autor trataba de aumentar el conocimiento, pero hoy el mito ya no es el saber, sino el saber comunicar"-. Y denunció también el consumo "que enaltece estrellas enanas", los parques temáticos en los que Ios visitantes reciben el espectáculo de los propios visitantes", "los museos millonarios con las paredes vacías", y esa industria del cine en la que Ios artistas son los ejecutivos".Verdú dejó abierto un pequeño resquicio a la esperanza: la reivindicación del "viejo artista adolescente, hecho del "amor a la belleza, de serenidad y angustia", frente al creador "amante del reino de la fragmentación del valor, del todo vale, de la distribución antes que del arte, de la repetición de la imagen de marca, de la ingesta rápida".

Vivimos un presente discontinuo, tiempos donde manda lo efímero, la representación, donde todo pasa con el fulgor del espectáculo. Pero eso vale para mucha gente, hay gente que incluso se hace rica con ello, terminó Verdú. ¿Debemos salir entonces de esa vulgarización, conviene hacerlo? "Debemos confiar en que el cambio de siglo sea un brinco en el vacío que ayude a que la creación recupere la identidad, la cultura su dignidad y la política su vocación humana".

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