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La Scala de Milán abre su temporada con el 'Macbeth' de Verdi

El público dedica 13 minutos de aplausos

Es la historia de un éxito anunciado. Tras semanas de artículos, entrevistas y reportajes ampliamente ilustrados era de esperar que el Macbeth de Giuseppe Verdi con el que se inauguró el domingo la temporada operística en el teatro de la Scala de Milán, tuviera una acogida calurosa del público. Un puñado de escogidos vip, críticos de los principales diarios italianos y dueños de abonos aplaudieron durante 13 minutos seguidos al término de la representación, conscientes de pertenecer a un universo exclusivo. La Scala, que acaba de convertirse en fundación privada puede medir el éxito de la velada por los ingresos: 1.600 millones de liras (unos 120 millones de pesetas).

Riccardo Muti, director artístico del prestigioso teatro milanés no cabía en sí de gozo, "por fin he conseguido dirigir Macbeth después de 23 años trabajando con esta orquesta", explicó el director napolitano al término de la brillante velada. Muti defendió al director teatral de la pieza, el británico Graham Vick, cuyo trabajo recibió algunos silbidos de desaprobación. "Se necesita mucho valor para hacer el montaje de Macbeth que ha hecho", declaró Muti solidario.Sobre el escenario, un único elemento, un inmenso cubo vacio, símbolo del mal asociado al poder, del erotismo, de la sangre y de la tragedia, un cubo frío en su geometría precisa, que tras la muerte de Macbeth se abre en un abanico de luces. La obra de Verdi, una de las más difíciles del autor italiano, se apoya con el mismo vigor sobre la música que sobre la palabra, basada en el inolvidable texto de William Shakespeare. La ópera, dividida en cuatro actos, relata la transformación moral del protagonista, un general del rey escocés Duncano, al que una profecía anuncia que será un día rey, y al mismo tiempo le indica como sucesores a los hijos de Banco, otro general del mismo ejército.

Profecía

Lady Macbeth, intrigante y ambiciosa, sugiere a su esposo que ejecute anticipadamente la profecía limándola de epílogos indeseados. Macbeth así lo hace, mata al rey y se convierte en su sucesor, mata después a Banco, pero el hijo de éste consigue huir. Los remordimientos acabarán por destruir al propio Macbeth perseguido por el espectro de su antiguo compañero. Interrogadas nuevamente, las adivinas confirman la profecía y advierten a Macbeth de que su muerte llegará cuando comience a caminar por el bosque de Birnam, lo que sucede en el último acto.En la Scala, el 7 de diciembre, día de San Ambrosio, patrón de Milán, los ojos y los oídos estaban fijos en la soprano bielorrusa María Guleghina, una lady Macbeth embutida en trajes sobrios, en cierta forma geométricos como el propio cubo de Vick. La soprano gustó, aunque no entusiasmó, ni emocionó en la misma medida que otras perversas consortes del pasado. Junto a ella, discretos, el barítono Renato Bruson y el tenor Roberto Alagna.

El teatro milanés hubo de enfrentarse a las ásperas críticas de los 10 premios Nobel que todos los años celebran una reunión en la capital lombarda que se cierra tradicionalmente con la hermosa velada de ópera del 7 de diciembre. Este año las localidades asignadas a esa pléyade de intelectuales y científicos eran sencillamente lamentables, al menos según Rita Levi Montalcini, la Nobel italiana que expresó sus quejas al ministro de Economía, Carlo Azeglio Ciampi.

La dirección de la nueva fundación privada de la Scala prefirió invertir en rostros más populares. John John Kennedy, hijo del fallecido presidente estadounidense y su mujer, la extremadamente mística Carolyn Bessete, fueron las estrellas de la noche junto al actor Dennis Hopper.

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