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Baikal un tesoro en peligro

La mayor reserva de agua dulce del planeta, con más de especies endémicas, amenazada por la contaminación

Como las islas Galápagos, el lago Baikal, declarado el pasado mayo por la Unesco Patrimonio de la Humanidad, es un museo viviente de botánica y zoología. De las 2.400 especies de plantas y animales que se dan en sus aguas y sus orillas, más de un 60% son endémicas. Hasta focas hay, pese a que el mar más próximo esté a miles de kilómetros de distancia. El lago más antiguo del mundo (unos 25 millones de años), el séptimo más extenso (31.500 kilómetros cuadrados) y el primero por el volúmen y calidad de sus aguas (20% de las reservas de agua dulce, casi destilada) no se halla en peligro inmediato de muerte, pero los ecólogos rusos advierten que pronto lo estará si no se toman medidas urgentes.El Baikal, enclavado entre la república rusa de Buriatia y el oblast (provincia) de Irkutsk, es un campo inagotable para la investigación, una fuente de riqueza y un destino turístico de primer orden. Para muchos, es el lugar más hermoso de Rusia. Tiene 636 kilómetros de largo y 85 de ancho como máximo, una profundidad de hasta 1.637 metros, y más agua, y mucho más pura, que la totalidad de los grandes lagos del norte de EE UU.

En invierno, una capa de hielo de más de un metro de espesor cubre su superficie, sobre la que pueden circular los automóviles. Por su orilla sur, se extiende la vía del ferrocarril transiberiano y la carretera que une Irkutsk con Ulán Udé, la capital de Buriatia. Unos 300 ríos vierten sus aguas al lago. El Baikal está rodeado por interminables bosques de abetos y abedules y es el habitat de 1.600 especies animales y 800 vegetales, la mayor parte de ellas endémicas.

Todos estos tesoros están en peligro, como señala Bimba Narrizalov, director del Instituto de Ecología de la Universidad Estatal de Buriatia. Por varias razones: por los vertidos de dos fábricas de celulosa y otras industrias químicas, por los desechos humanos de grandes ciudades, por las dos gigantescas presas levantadas en el río Angará y que han hecho aumentar el nivel de las aguas, por la sobreexplotación maderera de los bosques de las orillas, por el abuso en la pesca e incluso por la contaminación atmosférica.

Y es que el Baikal tiene la mala fortuna de ser el destino natural de vientos contaminantes que llegan a través de un corredor gigantesco, delimitado por montañas, no ya sólo desde otras regiones de Rusia, sino incluso desde Europa central y oriental.

Tsidip Dorzhiev, vicerrector de la citada universidad y profesor de Biología, admite, sin embargo, que "en realidad la situación del lago sigue siendo bastante buena", gracias a la caída espectacular (más de un 50%) de la producción industrial en Rusia en los últimos seis años. Si hubiera como en China índices de crecimiento anual que superan el 10%, habría que hacer sonar urgentemente las campanas de alarma. Pero ya hay síntomas muy preocupantes. Dorzhiev y Namzalov señalan, por ejemplo, que el cambio del régimen hidrológico por las presas del río Angará ha provocado ya inundaciones en las poblaciones buriatas de las orillas del lago Y ha alterado la composición del plancton que sirve de alimento a muchas especies, lo que hace que "la pirámide ecológica esté muy revuelta".

El agua del Baikal es casi destilada, y los seres vivos son muy sensibles a cualquier cambio en su composición. La episura, una especie de gamba, de 1,5 centímetros de largo, que juega un importante papel en la cadena alimenticia, y que filtra el agua a través de su organismo, está en grave peligro de desaparecer. Para los ecólogos, eso sería una catástrofe.

Con el cambio de la situación, aparecen especies ajenas al ecosistema del Baikal y potencialmente dañinas. Afortunadamente, la baja temperatura del agua, que ni en verano supera los 15 grados, supone una barrera natural contra las invasiones.

VIadímir Nikolaiévich Molózhnikov, presidente del Club de Amigos del Baikal y miembro de la Sociedad Geográfica de Rusia, trabaja ahora en la Universidad de Irkutsk sin una relación directa con su preocupación principal, pero hasta hace poco se dedicaba en exclusiva al estudio del ecosistema del Baikal en el Instituto Limnológico, ubicado a orillas del lago.

Su caso es un buen ejemplo de los malos vientos que corren para la ciencia en Rusia. Un mal día, su departamento, en el que trabajaban 80 personas, fue cerrado por falta de fondos. Los científicos tuvieron que buscarse la vida como pudieron. Alguno aún no ha encontrado trabajo. Molózhnikov sí lo tiene, aunque mal retribuido (apenas 30.000 pesetas mensuales) y con frecuentes retrasos. "La última vez que cobré fue en mayo", dice sin demasiada amargura.

Como sus colegas buriatos, cree que no acecha al Baikal un peligro inmediato de muerte, "pero hay que lanzar la voz de alarma cuando todavía se está a tiempo". Toda su vida ha estado asociada al lago y aún recuerda cuando, siendo un niño de 13 anos (hoy tiene 59), veía el Baikal lleno de pájaros, que llegaban a cubrir el cielo durante las migraciones". Un espectáculo imposible de presenciar hoy. "No hace tanto", añade, "los pescadores te regalaban un kilo de omul sin darle ninguna importancia, porque sobraba. Sólo un ignorante puede decir que nada ha cambiado".

"Si el hombre no tiene en cuenta las leyes de la naturaleza", asegura el presidente del Club de Amigos del Baikal, "le espera un final muy triste. En temas tan delicados como la defensa del lago, lo normal sería caminar con siete pasos de ventaja antes de tomar una decisión, pero aquí siempre se ha hecho, y se sigue haciendo, justo lo contrario".

Molóznikov trabaja ahora junto a otros ecólogos en un proyecto que presentará a un concurso del Banco Mundial destinado a la defensa del Baikal y dotado con unos 900 millones de pesetas. Su sueño incluye la creación de una reserva especial en el norte del lago, en la zona en la que viven las focas y hay una singular "arena que canta". No podrían existir allí ni grandes instalaciones industriales ni explotaciones agrícolas intensivas, pero sí un turismo controlado y formas de vida tradicionales no agresivas para el ambiente.

Los ecólogos buriatos Dorzhiev y Namzalov recuerdan que la Duma (Cámara baja del Parlamento) estudia actualmente la ley del Baikal, que debe regular la protección de toda la cuenca. "Habría que elaborar una estrategia para el uso económico de la zona", señalan, "regular las relaciones entre la industria y la agricultura y la pesca tradicionales". Por soñar que no quede.

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