_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Pasión turca

Emilio Menéndez del Valle

El primer ministro de Turquía, Mesut Yilmaz, acaba de visitar Madrid y otras capitales europeas con el objetivo de vender la imagen de su país a la opinión pública y solicitar apoyo de los Gobiernos para su ingreso en la Unión Europea. Nada de ello es fácil. Turquía vive y es una encrucijada de múltiples factores, algunos de ellos seriamente contradictorios. Constituye una compleja sociedad de 61 millones de habitantes de religión y cultura en gran medida islámicas, aunque el Estado sea laico. La corrección antiislámica de Ataturk en los años veinte -que abolió el sultanato y el islam como religión oficial- no ha podido eliminar el peso de varios siglos en sentido contrario. Es una democracia, cuando menos, imperfecta. El conflicto y las tensiones constitucionales entre los militares -verdadera columna vertebral, autores de tres golpes de Estado desde 1960- y el poder (es un decir) civil están a la orden del día. Hay quien, púdicamente, habla de "democracia militar". La ausencia de democracia plena y la presencia de graves injusticias y desigualdades sociales propulsó en las últimas décadas el ascenso de un partido islamista moderado, el Refah, que ganó las elecciones de 1997 y ha logrado gobernar en difícil minoría durante un año. Los militares presionaron y forzaron su salida. Ahora quieren ilegalizarlo, lo que constituiría un error adicional. El Refah (Partido del Bienestar) gobierna desde hace algún tiempo democrática, moderada y muy eficazmente diversos municipios, algunos muy importantes. El fundamentalismo islámico no es un movimiento uniforme. No es igual el de Turquía, Jordania o Malaisia -integrados en el sistema- que el de Argelia. Los islamistas que han recurrido al terrorismo (Argelia, Egipto, Irán del sah) son, generalmente, aquellos que han sido previamente ilegalizados.Añádase a esto el problema kurdo. Un tercio de la población de Turquía es kurda, una etnia distinta que se resiste a ser culturalmente turcomanizada. Según adscripciones, los líderes de su comunidad aspiran a la autonomía o a un Estado independiente. Pero todos, incluida la población en general, reclaman respeto a sus tradiciones, cultura y lengua (prohibida). ¿Cómo puede decir Mesut Yilmaz (EL PAÍS, 25 de noviembre de 1997) que "el kurdo no es suficiente como lengua para la educación"? En cualquier caso, y si es así, ¿por qué reprimirlo? Por si fuera poco, el contencioso fronterizo greco-turco en el mar Egeo y la disputa por Chipre configuran la muy delicada faceta internacional de la encrucijada.

En el seno de este nada tranquilizador panorama, muchos turcos se consumen de pasión europea. Quieren formar parte de la UE. Es un amor no correspondido, al menos hasta ahora. Razones y pretextos integran el rechazo. La opinión pública europea no ha sido educada para considerar que los turcos son europeos. Siglos de enfrentamiento entre el islam otomano y la cristiandad nos contemplan. Ahora bien, dada la Europa multicultural y plurirracial que existirá dentro de unas décadas, no sólo constituye un insulto a la inteligencia, sino también un empeño de Sísifo pretender erigir un muro y preservar a Europa como club cristiano.

Hay, empero, buenos argumentos para oponerse a la entrada en el club -que no debe ser considerado cristiano, sino demócrata- de quien no exhiba el suficiente grado de cordura democrática y de respeto a los derechos humanos, individuales y colectivos, de los turcos y de los kurdos. El club no puede imponer a Ankara (aunque sería una medida racional) que conceda a su población kurda un decente grado de autonomía, pero sí hacer patente el valor de cambio de las credenciales democráticas. Poseerlas supone, al menos, que Turquía deje de ostentar la vergonzosa distinción de tener en la cárcel a más intelectuales, escritores y periodistas que ningún otro país, y que modifique su muy elástica ley antiterrorista, que castiga no sólo los actos violentos, sino. también los "delitos de opinión". Por no hablar de las personas que simplemente desaparecen. Cumplidos estos requisitos, con el tiempo, la pasión dejará paso a una relación bilateral más tranquila, pero mejor fundada.

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_