_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El contenido de la Historia

La Historia es el estudio del pasado: así de general resulta la cosa. Ése es uno de los problemas de la Historia, que más que una ciencia es un campo de estudio. En realidad, todo es Historia, porque sólo el pasado puede ser objeto de estudio. El presente no es sino el pasado muy cercano, y el futuro no se puede estudiar porque no existe. Y no hay más.Esto quizá suene muy radical porque está dicho muy deprisa. Pero tiene poca vuelta de hoja. El que haya leído el clásico de E. H. Carr ¿Qué es la Historia? no se sorprenderá. Todo es historiable: pero como todo no es abarcable ni igualmente interesante, hay que acotar, sin duda haciendo violencia a la realidad. Tendremos así Historia de la Ciencia, de las Religiones, de la Música o de las costumbres. Unos harán historia política, otros historia económica, otros historia social, de ciertos grupos o de otros. Unos se interesarán por un periodo, por un tema, por un ámbito geográfico. Del amplio manto sin costura de la Historia, cada cual hace su sayo cortando por donde quiere. Esto es muy legítimo. Pero no todos los sayos son igualmente buenos o bien cortados. He aquí la cuestión: ante la cantidad infinita de posibilidades de estudios históricos, ¿cuál o cuáles elegir? El problema es que la Historia misma no nos ofrece ningún criterio. El criterio debe ser metahistórico. Lo único que nos dice la Historia como ciencia es que el resultado del estudio debe ser veraz; pero no nos dice qué es lo que vale la pena estudiar. Como decía Marc Bloch, "cada generación hace su propia Historia", lo cual significa que, lo que hoy nos parece interesante puede no ser lo mismo que les parecía interesante a nuestros padres ni lo que mañana les parezca interesante a nuestros hijos.

Todo ello, por supuesto, dentro de ciertos límites, porque leyendo hoy a Michelet, a Prescott o a Llorente (o a Tucídides) podremos pensar que hoy nosotros no enfocaríamos las cosas como ellos, pero sin duda lo que dicen nos interesa muchísimo. Don Ramón Carande contaba que en su juventud, cuando iba a archivos en busca de documentación para su Carlos V y sus banqueros, los legajos que a él le interesaban estaban a menudo clasificados como "asuntos sin interés", porque trataban de cosas tales como cuentas, empréstitos, mercancías, sueldos, moneda y otros temas prosaicos que a los archiveros tradicionales les parecían aburridos e insignificantes. Hoy, gracias a Carande y sus seguidores, y gracias a la importancia creciente que se da a la economía, esa clasificación se va desechando. A algo así se refería Marc Bloch con su famosa frase.

Entonces, si cada uno hace y estudia la Historia a su manera, y lo que nos interesa hoy no nos interesará mañana, ¿a qué vienen los programas y los contenidos mínimos? Es muy sencillo: obsérvese que, mutatis mutandis, lo que queda dicho de la Historia (o más propiamente del Pasado) se puede decir igualmente de la Naturaleza. Ella está ahí, y los científicos estudian de ella ciertas parcelas que les parecen interesantes, y que no son ciertamente las que se lo parecían a nuestros mayores: la Alquimia, la Flogística o la Generación Espontánea han quedado olvidadas; la Astrología no, pero ha pasado de los tratados a las páginas de pasatiempos en los periódicos. Dentro de los programas escolares se incluyen aquellos conocimientos básicos que se estiman indispensables 'para la formación del estudiante y para su desarrollo intelectual presente y futuro. Todo programa, como todo proyecto científico, es imperfecto e incompleto; pero, al igual que los sayos, unos serán menos malos que otros.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Volviendo a la Historia, en casi todos los países se estudia una serie de parcelas históricas con la finalidad básica de que el estudiante comprenda su entorno social y pueda, si quiere, seguir profundizando en el tema. Para esto acostumbran a considerarse básicas la parcela "mundial" y la parcela "nacional". En España, esta última designación está llena de todos los peligros y ambigüedades propios de los sustantivos universales; yo, para evitar equívocos, la empleo en una acepción estrictamente, empírica: la de "miembro de las Naciones Unidas". Las "unidades de destino en lo universal" son sin duda respetables, pero infinitamente debatibles. Ello no quita, por supuesto, que se estudien las colectividades que no pertenecen a las Naciones Unidas, tales como Escocia, Massachusetts, Ginebra o la Unión Europea. Pero cualquier persona en sus cabales pensaría. que si en los colegios norteamericanos no se estudiara historia de Estados Unidos, en los británicos no se estudiara historia del Reino Unido o en los helvéticos no se estudiara historia de Suiza, a esos estudiantes se les estaba haciendo víctimas de una estafa. Ello por dos razones: la primera, porque un británico (por muy escocés que sea) que no conozca historia británica a un cierto nivel será considerado un ignorante en todo el mundo; y en segundo lugar, porque es imposible conocer cabalmente la historia de Escocia sin conocer la del Reino Unido en su conjunto. Y lo mismo se aplica en su debido contexto a los ciudadanos de Massachusetts, a los ginebrinos y, por supuesto, a los habitantes de alguna comunidad autónoma española que decidiera que la historia de España era superflua por ser España una unidad artificial y, por tanto, inexistente -o dislate parecido.

Entiéndaseme bien: no estoy haciendo nacionalismo español, porque yo detesto el nacionalismo venga de donde venga, de Gerry Adams, de Alexandr Solyenitsin, de Radovan Karadzic, de Francisco Franco o de Adolf Hitler. Estoy simplemente diciendo que España existe tanto como Portugal, Francia, Estados Unidos o Suiza, y que su historia es comparable a la de estos países, y que, como ente histórico, es muy anterior a casi todas las demás naciones europeas. Incluso diré más: no es posible comprender bien la historia de Andalucía o Cataluña (por mencionar dos comunidades donde se han oído recientes protestas ante la propuesta de un plan de estudios que resulta inocuo a fuerza de ser moderado) sin conocer mínimamente la historia de España en su conjunto. La inversa también es cierta, por supuesto: aquella historia de España con una óptica casi exclusivamente castellana que se enseñaba en tiempos de Franco era un fraude a los estudiantes, que recibían una versión falsa de los hechos por parcial e incompleta. Lo terrible es que hoy alguien caiga en la trampa simétrica y dé a sus estudiantes otra historia desmochada y localista para compensar la historia sesgada en el otro sentido que estudiaron sus padres. Dos errores de signo opuesto no equivalen a un acierto. Quienes esto hacen creyendo repudiar el franquismo resultan ser sus mejores discípulos.

Pero aún diré más. Es que aunque esta nación de hecho que es España se disolviera y en su lugar quedara un conjunto de nuevas naciones, ello no implicaría que debiera dejarse de estudiar Historia de España. La Historia tiene una buena colección de casos reales parecidos a este hipotético, desde el Imperio Romano hasta la URSS, pasando por el Imperio Austro-húngaro, el Califato de Córdoba y tantos otros. ¿Deben por eso dejarse de estudiar estas unidades políticas del pasado? ¿Son los reinos de taifas más dignos de estudio que el Califato de Córdoba? ¿Es la evidente artificialidad de la Unión Soviética razón para que no la estudien hoy los escolares rusos? Si el anticomunismo produjera este resultado, educativo, no les arriendo la ganancia a los estudiantes en aquel país.

En Historia nunca está dicha la última palabra, desde luego; es un campo abierto donde, observando las reglas científicas, cualquiera puede trabajar y obtener sus conclusiones. Como decía John Clapham de la Revolución Industrial, es un limón muy exprimido, pero sigue dando jugo. Y de su tejido infinito pueden sacarse muchos sayos. Pero hay que tener cuidado de que, con el afán de hacerse un sayo a su medida, ciertos políticos nacionalistas no dejen a generaciones enteras de estudiantes en cueros.

Gabriel Tortella es catedrático de Historia Económica de la Universidad de Alcalá de Henares.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_