De segunda mano
Así como el nivel de desarrollo económico de un país se mide por las toneladas de basura que genera, la civilización posmoderna empieza a ponderarse por la amplitud del mercado de segunda mano. Hace unos 30 años, Ivan Illich presentaba en sus apasionantes libros sobre el despilfarro occidental ingeniosas alternativas que redimirían a millones de gentes en el Tercer Mundo. Ahora, ese tercer mundo que revende objetos, ropas o artefactos está aquí, representado como una excrecencia del lujo en la pasión por las ricas subastas y concretado, entre la mesocracia, con la proliferación de las publicaciones y comercios que expenden enseres usados.Para las grandes capitales españolas, es ya algo más que una novedad. Se está convirtiendo, como en Nueva York, hace 30 años, en pragmatismo y moda. No en vano, como herencia norteamericana, las cadenas de establecimientos al estilo de Converter, Why new? se bautizan con nombres trasatlánticos. Complementariamente, de los populares Saldos Arias se ha pasado al modelo Factory, donde se liquidan restos de zapatos, maletas, ropas y material deportivo que se emplearon como muestras y llevan consigo la condición de lo manoseado. Antes producía un poco de asco estas cosas, pero ahora la búsqueda de la ganga, la necesidad y la aventura de la búsqueda, ha agregado interés a las compras. A la aprensión de antes se ha impuesto el disfrute de la presa.
Durante mi experiencia en Estados Unidos, en 1994, vestimos casi toda la casa con los artículos de los Yard sales, las ventas que las familias vecinas hacían de sus arrumbes. Compramos un par de ordenadores e impresoras por 18.000 pesetas, un tresillo por 22.000, sillas para la cocina a 800 y hasta una formidable bicicleta de carreras por 4.000 pesetas. Al regresar, liquidamos el lote y recuperamos hasta un 70% de su valor. Ni para nosotros, ni para tantos cientos de miles de emigrantes o millones de jóvenes había un procedimiento más benefactor. A finales de 1995, leíamos que ya el 45% de los ejecutivos compraba sus automóviles de segunda mano sin sentir ningún desdoro por ello. Las oportunidades crecen como efecto de unos años muy consumistas y la compra de segunda mano une a la mera necesidad económica el nacimiento de otra cultura, material y moral.
Todavía falta en España, fuera de los rastros, un desarrollo de las tiendas de ropas usadas, el último punto en que la intimidad se resiste a compartir la historia del otro; pero es cuestión de meses. Sólo es cuestión de que, como sucede con Converter o Why new?, los locales trasmitan una limpieza y dignidad que desplace los reparos como cualquier buen almacén. En el parque de ordenadores, de electrodomésticos, de bisutería, de muebles o raquetas de tenis, hay un inmenso potencial Por explotar. El enorme éxito de la revista Segunda Mano y sus competidoras redondea la progresiva intención de reciclar lo que antes pasaba a los traperos. Actualmente, antes que el trapero, llanea un estrato que aumenta el sentido del producto, prolonga la vida del objeto y mejora a los sujetos. ¿Una comunión en el sistema de consumo? No celebrará el capital este reaprovechamiento, pero lo nuevo, a diferencia de lo que se sentía hace unos años, ha perdido poder. Ni se tiene necesariamente por lo mejor, ni estrenar y tirar aparece como un ritual del tiempo.
La segunda mano es ya más que un recurso; es una segunda visión del mundo y, a su escala, una reedición del proclamado fin de la historia. Todo lo necesario se encuentra ya producido y la novedad por la novedad ha conducido a la banalidad. Mientras lo antiguo, desde un edificio a un butacón, ha absorbido valor, la segunda mano ha demostrado poseer un chic insólito: por su precio, por su misterio, por su utilidad; pero también por su gesto moral más su ocasión de recompensas, sorpresas, recreaciones y re
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