Ducha fría al capitalismo popular
El día 28 de octubre cogí un taxi a mediodía. El conductor enseguida me mencionó el tiempo, porque había empezado a llover, y la Bolsa, que seguía cayendo. El hombre me confesó que había adquirido 500 acciones de Endesa por 1,4 millones de pesetas, y me preguntó si yo entendía de eso y qué pensaba que pasaría. La primera idea que me vino a la cabeza es la del capitalismo popular. Cuando el taxista, el pollero, el frutero, el profesor de instituto compran acciones estamos entrando en esa situación financiera que en Gran Bretaña y Estados Unidos se llama el capitalismo popular.El capitalismo popular ha pegado fuerte en España, por que nosotros somos un país de loterías. Nos caracteriza el amor al riesgo, porque comprar lotería es pagar dinero por una pequeñísima probabilidad - de conseguir un premio, aunque lo más probable es que perdamos. No nos asusta el riesgo normalmente. Para los españoles amantes del riesgo, la Bolsa es como una lotería que siempre toca. No puede haber nada más atractivo. Nos va la Bolsa y el capitalismo popular en la medida en que nos permite partícipar en ese capitalismo de casino a gran escala en que se ha convertido el capitalismo global.
Las caídas que estamos presenciando son una ducha para enfriar el interés de los inversores de ocasión. Ahora, miles de españoles están descubriendo que en la Bolsa también se pierde y que no siempre toca. Es una lección necesaria, porque las noticias de la Bolsa y las campañas de empresas ansiosas de colocar sus acciones en el público transmiten sutilmente el mensaje de que en esas operaciones apenas hay riesgos y todo el mundo gana siempre. El capitalista popular, mi taxista, por ejemplo, que no dispone de información imparcial, como puede ser la de Financial Times o The Wall Street Journal, está a merced de los vendedores de acciones y sus campañas de promoción de ventas. Es decir, el capitalista popular sólo está parcialmente informado.
El capitalista popular no sabe probablemente que el señor Alan Greenspan, presidente del Sistema Federal de Reserva (banco central) de Estados Unidos, hace varios meses que está advirtiendo a la opinión pública de que la Bolsa está a niveles muy altos en relación con los beneficios de las empresas cuyas acciones se transan en ella y avisaba del peligro de una crisis. Ni saben que en Tailandia, Filipinas, Malaisia e Indonesia se desató una crisis en el verano, cuando estábamos en la playa contando nuestras ganancias nominales, que, dada la interconexión de los mercados financieros, podía afectar al casino global. Tampoco sabe el capitalista popular español que los expertos internacionales consideran la Bolsa española como un "mercado emergente", con riesgos semejantes a los de las bolsas de Tailandia, Taiwan, Brasil o México. No sé bien por qué, la verdad, porque nuestra situación es más sólida. Quizá porque nuestras mayores empresas (Telefónica, Endesa, Repsol, etcétera) tienen importantes inversiones en Hispanoamérica y porque alguna de ellas se porta en el exterior de manera poco seria.
En todo caso, la crisis nos va a enseñar que la Bolsa es más complicada y tiene más peligros de lo que parece; que, aunque sea más segura que el Bono Loto y las quinielas, en ella también existe el riesgo. Por lo tanto, en la Bolsa hay que entrar con precaución. En ellas hay que meter dinero que no se necesite para otras cosas, no poner todos los huevos en uno o dos cestos, y esperar uno o dos años por lo menos a que los huevos den pollitos; es decir, a recoger sus ganancias.
Como mecanismo de enriquecimiento rápido, la inversión en Bolsa no presenta alternativas para el común de los mortales. Tenemos que seguir trabajando y ahorrando para sentimos seguros y tranquilos en la vejez y dejar algo a nuestros hijos. El capitalismo popular puede servir para aumentar y conservar los ahorros, pero poco más. Los que realmente se enriquecen en las bolsas, tanto cuando suben como cuando bajan, no constituyen un capitalismo popular; ésos pertenecen al capitalismo profesional en gran escala. A veces se usa el nombre de capitalismo popular para justificar y legitimar el juego de los grandes tahúres de la Bolsa, pero eso es un abuso del nombre.
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