El baile salvador
A veces los montajes teatrales hacen lo que el cangrejo y la Salomé que tan buen sabor de boca dejó en Mérida este verano, aquí en el Nuevo Apolo de Madrid brilla por sus errores, salvándose lo salvable: el baile de Carmen Cortés, el empaque maduro de Marisa Martos en su Herodías, los trajes, el nivel medio del conjunto -séquito de mujeres y soldados-, y sobre todo, el brillante aporte de Toni Fabre en el papel del esclavo nubio. El sonido, desequilibrado, excesivamente alto, exasperó al público y contribuyo a frustrar un estreno que tuvo un espectador de excepción: Mijail Barishnikov.Sigue siendo Salomé un montaje débil en lo estrictamente teatral, y eso es responsabilidad de Vera, que no trata a los bailarines en su densidad escénica, recurriendo a un tremendismo superficial de golpes, desplazamientos masivos, violencia, sobos y más sobos, que poco dicen y confunden al espectador. Tras 30 minutos de montaje, allí no se sabe ya dónde va Salomé ni lo que quiere, y en Mérida, quizá marco incomparable influyendo lo suyo, esto no era tan desastrosamente evidente, dando la sensación de que la obra hubiera sido alargada. La escenografía sigue siendo igual de vulgar y fácil (a la vez que recuerda otros trabajos de romanos), con el agravante de que en el Apolo no hay ruinas imperiales para entretener el ojo.
Compañía Carmen Cortés
Salomé (sobre el original de Oscar Wilde). Coreografía: Carmen Cortés; dirección escénica, dramaturgia, escenografía y vestuario: Gerardo Vera; música: Gerardo Núñez; luces: Juan Gómez Cornejo. Festival de Otoño. Teatro Nuevo Apolo, Madrid. 28 de octubre.
Carmen Cortés estuvo espléndida, especialmente en la danza de la fiesta en palacio, con sus poses cortantes, con unos brazos geometrizados, duros, elegantes y logrando magnetizar al auditorio, fin último de ese baile letal. Toni Fabre da un recital de su versatilidad a través de un trabajo de suelo en el que es muy difícil brillar. Con unos movimientos que dibujan arcos sinuosos, el esclavo de Fabre atraviesa la escena dando tensión y dramatismo a todas las escenas donde participa; a la técnica depurada y prístina que permite ver la danza, el artista suma su concentración, el aporte de un sentido a lo que hace el cuerpo.
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