El desquite de Bigas Luna
Siguen los bandazos en la obra, que pendulea entre lo peor y lo mejor, de Bigas Luna. Tiene este singular director una rara capacidad para meterse hasta el cuello en pozos de los que luego logra salir, como en el cuento del Barón de la Castaña, tirándose de las orejas a sí mismo, en una especie de curioso desquite.Salió del embrollo de Las edades de Lulú con el golpe de libertad de Jamón jamón; dejó atrás el bajonazo de Huevos de oro con la preciosa agilidad de La teta y la luna; y ahora se echa de nuevo hacia arriba con originalidad y buen gusto, tras el estruendoso pateo veneciano a su retroceso a los bordes del ridículo en Bambola.
Hay algo de animal cinematográfico con siete vidas en este aficionado a coquetear con los vuelos imaginativos a tumba abierta, que él más tarde se las arregla para convertir en resurrecciones, a veces brillantísimas. Y quienes no daban (no me excluyo: no dábamos) un duro por su carrera tras Bambola vuelven (volvemos) a recuperar admirados algunas pronunciadas singularidades de su talento con La camarera del Titanic. Aquí sigue, más que en la brecha, sobre la brecha Bígas Luna. Y en plena forma, con su firmeza de pulso complementada por su más que envidiable distinción, que a veces o a ráfagas se convierte en una originalidad poderosa e incluso sorprendente.
La camarera del Titanic ,
Director: Bigas Luna. Guión: CucaCanals y Bigas Luna, basado en la obra original de Didier Decoin. Fotografía: Patrick Blossier. Música: Alberto Iglesias. Producción: España-Francia- Italia, 1997. Intérpretes: Olivier Martínez, Aitana Sánchez-Gijón, Romane Bohringer, Salvador Madrid.
No conozco la obra teatral en que se basa La camarera del Titanic, por lo que no puedo discernir la deuda de fidelidad o de infidelidad que tiene con ella. Pero sea cual sea el signo de esta deuda, poco o nada importa. La conversión por Bígas del tiempo teatral en cinematográfico es exacta y no deja ver desajustes ni provoca en el espectador nostalgia de escenario, por lo que el drama de base a que aluden los títulos de crédito desaparece, como si no existiera, porque en la pantalla no es visible, se lo ha tragado. En ésta sólo hay cine, buen cine, y a veces cine buenísimo: siempre elegante, siempre dibujado con tiralíneas y compás y casi siempre -y digo casi porque excluyo un balbuceo en la zona de desenlace, que antes de que éste ocurra se hace previsible, aunque Bigas pretenda jugar con él a la sorpresa- originalísímo, sin antecedentes que nos conduzcan a rebuscar equivalencias entre los despojos de lo ya conocido, de lo ya visto.
Mirada de un maestro
Hay incluso en esta película tacadas secuenciales que ponen al descubierto la mirada de un maestro del oficio de componer películas. Por ejemplo, y no es el único, el crescendo de la creación del mito de la camarera en los relatos del obrero fundidor dentro del ámbito -que se hace mágico- de la taberna de la fábrica. Esta larga zona de la película es una maravilla, en la que tiempo y espacio, dinámica del relato y ámbito del relato, se funden en una escalada vivísima de imágenes que están entre las mejores y más refinadas de un hombre que ha inventado algunas de las más libres, divertidas, originales y sin equivalentes del cine español.
Juega en ellas Bigas con la máxima complejidad -se trata de escenas corales, en las que progresivamente se van agolpando con total exactitud y orden más y más personajes de fondo, teloneros que adquieren relevancia de gente de boca de escena reducida a máxima sencillez. Y basta este botón de muestra para deducir el ingenio y el dominio de Bigas para moldear la arcilla cinematográfica que está manejando en esta notable película.
Porque son éstas unas escenas casi esculpidas, en las que la minucia y el brochazo se complementan, se aúpan mutuamente y nos proponen uno de los momentos mejor elaborados del cine europeo reciente, en el polo opuesto al desorden de Huevos de oro y a la conversión del riesgo de la desmesura en una tosca exageración, que es lo que ocurría en Bambola. Y ahí queda la construcción por Olivier Martínez y sus auditores de ese mito de. la camarera como un ejemplo de gran cine, que debiera ser de estudio obligatorio en las escuelas de un oficio que busca ser arte y algunas (pocas) veces (como en este alarde de Bigas) lo logra.
Película, cuando menos parcialmente, digna de ser vista e incluso estudiada, La camarera del Titanic contiene un ejercicio de fotografía perfecto; un trabajo de interpretación excelente y en el que no hay mejores ni peores, por lo que se percibe un solvente y generoso trabajo de dirección de actores; y que conduce, pese a ese aludido bajón en la zona final de la narración -similar, aunque no tan evidente, al que empequeñecía a la preciosa La teta y la luna-, a una película de ritmo ágil, preciso y gozoso, que casi siempre se deja ver y a ratos se devora.
Babelia
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