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Tribuna:CRÓNICAS
Tribuna
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P. M.

Juan Cruz

Era una española especial. Cuando murió, hace menos de una semana, habían pasado sólo días de un acontecimiento televisivo, su retransmisión de una boda real, que la hizo otra vez popular y requerida; y no se habían apagado aún los ecos de otro triunfo resonante suyo, logrado a pesar del escepticismo de todo el mundo, que creía que su empeño en sacar adelante una película en verso era sólo una prueba más de su terquedad legendaria. Fue una muerte brutal, en el mejor momento de una persona. El mejor momento de Pilar Miró. ¿El mejor momento de Pilar Miró?Decía óscar Mariné, el diseñador español, que a la gente hay que recordarla en su mejor momento, en su instante de mayor vitalidad, y éste de ahora sí que era un gran momento de Pilar Miró. Pero no fue el mejor momento; tuvo muchos grandes momentos, y no todos fueron buenos. Esa era una de las paradojas más estimulantes del carácter de Pilar. Convirtió en instantes extraordinarios los más crueles momentos que padeció, en los que se crecía con una paciencia infinita que, de nuevo, resultaba contradictoria con su espíritu indómito, indomable, con su veloz tiempo de cólera.

En alguno de esos momentos crueles, cuando fue desposeída de su cargo como directora de Radiotelevisión Española, este cronista tuvo oportunidad de entrevistarla. Ella no quería hablar, como si buscara en el silencio una estrategia personal, un modo de contraataque y también una forma de resolver su profundo disgusto, una circunspección personal que cayó como un mazazo sobre su rostro. No fue impasible Pilar Miró: sufrió muy hondamente aquel momento, pero quería que no fuera un episodio más de la dureza que aguarda en el camino a la gente empeñada en hacer cosas. Aquello había ocurrido y ella estaba dispuesta también a que no se olvidara, que sirviera de recordatorio algún día a quienes agitaban el episodio como un arma de insulto y descalificación; hablaría, pues, de ello, y para esa entrevista que ahora evocamos sólo puso una condición: el periodista debía escribir las preguntas, luego habría de pasarle el bloc a la entrevistada, que con su propia letra haría sus respuestas. Con su puño y con su letra. El viento helado que para ello supuso aquel violentísimo incidente en su vida profesional le había ahondado su desconfianza ante la letra impresa, y desde entonces quiso controlar sus palabras públicas, como si también quisiera hacer así inviolable el mundo de SU persona.

Aquel también fue un gran momento de Pilar Miró: se cercó a sí misma y se asomó a su alma sin velos, como si se estuviera reconstruyendo.

Tomó ejemplo de lo que ocurrió, rehizo su reputación y su carácter redescubrió la poesía y se constituyó para siempre en esa española especial sobre la que concurrían datos biográficos que han hecho de este país oscuro también una metáfora de la dificultad: nació en lo peor de la dictadura, derrotó a la última censura y se enfrentó al apriorismo terrible -y actual- que condena en España a la gente antes de que se pronuncien los tribunales.

Dicen que hizo tantas cosas -en la música, en el teatro, en el cine, en la vida pública, en la televisión- porque huía del sonido amenazante de su corazón averiado y solitario; pero -y esto ya hemos tenido oportunidad de decirlo- esa múltiple actividad provenía de su creencia positiva en el trabajo colectivo y civil. En este último sentido, independientemente de sus valores artísticos, la figura de Pilar Miró ha de ser tenida como un símbolo de lo que no abunda, pues a pesar de su carácter aparentemente retraído, participó con lucidez e independencia en el debate español de la transición e impulsó casi en solitario -como si hiciera películas en verso- una industria frágil y desprestigiada, la industria del cine, que se vertebró gracias a su desvelo y, sin duda, al apoyo de su ministro, Javier Solana, que, justo sea decirlo ahora, impulsó en este país con Jaime Salinas, con Pilar Miró, con Juby Bustamante, entre otros- un modo de entender la cultura y la promoción de la cultura que parecía impensable en los tiempos oscuros.

Añadió luz a este país, y no sólo la luz de los focos; en las penumbras de su vida también fue un espléndido ejemplo de dignidad y de valor. Esa es una herencia.

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