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Una lección de discrimación

La Casa de América enseña mediante juegos las injusticias entre países ricos y pobres

El único fantasma que pululaba ayer por el palacio de Linares, en la actualidad Casa de América, era el de la discriminación. La sufrieron, como quien dice, en sus propias carnes los 27 alumnos de primero de ESO (12 años) del Liceo Europeo que visitaron el Aula Iberoamericana, un espacio infantil en el que se descubren aspectos que rara vez recogen los libros de texto: la relación avasalladora de los países ricos hacia los pobres, las diferencias cada vez más profundas entre el Norte y el Sur e incluso el papel, no siempre magnánimo, de los organismos internacionales.Las monitoras de estas peculiares clases prácticas, por las que ya han pasado 125 colegios públicos o privados de la región, son Bienvenida Sánchez y Myrna Rivera, una española y una puertorriqueña que desempeñan sucesivamente el papel de comer ciantes, periodistas, autoridades sanitarias o emisarias de la ONU para mostrar a los críos una lúcida, y a veces cáustica, visión de la realidad en Iberoamérica. Ambas distribuyen a los chiquillos en dos grupos: el primero, mucho más numeroso, representa sucesivamente a Brasil, Guatemala y Argentina; el segundo encarna la opulencia mientras ejerce de Canadá y Estados Unidos, pero descubre la cruda realidad cuando sus integrantes se transforman en peruanos.

"Nuestro objetivo es que los muchachos no sólo conozcan las injusticias, sino, en cierto modo, que las sientan", resume Rivera. Para ello, los chavales -que ayer provenían de una zona acomodada, La Moraleja- se ven envueltos en cuatro juegos con los que los derechos al trabajo, la alimentación, la sanidad y la educación resultan ser menos, elementales de lo que pudiera pensarse.

En la primera confrontaciónterritorial, brasileños y canadienses se afanan en la fabricación de cucuruchos.Los primerosson más, pero carecen de maquinaria (tijeras y pegamento), de modo que los comerciantes los desdeñan. Los cucuruchos canadienses, en cambio, se transforman en un reguero de dólares. Por eso, a la hora de la comida, Brasil apenas tiene qué llevarse a la boca -en este caso, caramelos-, mientras a Canadá le llueven las golosinas. Y ningún ejemplo más claro de injusticia para un niño que quedarse sin confite mientras el compañero de al lado tiene el bolsillo lleno.

Al final, el brasileño Javier estaba enfurruñado. "Trabajábamos mucho para no conseguir nada. Yo intenté pegar los cucuruchos con saliva, pero no había manera", reveló. El Javier canadiense, en cambio, era todo felicidad: "Me he sentido un tío rico, como Michael Jordan". Pero fue Patricia la que se mostró más cariacontecida. Por eso murmuró: "Esto ha sido un juego, pero la realidad debe ser parecida".

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