Canarias: ¿realmente un punto caliente?
Los geofísicos del Instituto Jaime Almera (CSIC) dicen (véase EL PAÍS del 8 de octubre) haber anotado un tanto a favor de la génesis de Canarias por un punto caliente, al haber hallado acumulaciones de material caliente (que se extiende hacia el suroeste y el noreste, entre 50 y 90 kilómetros de profundidad) bajo el fondo marino en la zona del archipiélago.Hasta aquí, la noticia. Analicémosla. La geodinámica nos dice que un punto caliente es la expresión superficial de una pluma o penacho de roca caliente que sube desde casi 3.000 kilómetros de profundidad. Radiografiar esta hipotética columna bajo Canarias. sí supondría demostrar que un punto caliente originó el archipiélago; pero hallar material caliente a menos de 100 kilómetros sólo prueba que Canarias es una zona volcánica activa, y que el entorno del archipiélago conserva restos de esa actividad.
Si miramos más abajo, los resultados son confusos. En 1994, el estadounidense Kaj Hoernle y sus colegas detectaron una especie de cuña caliente bajo una enorme zona que abarca parte del Atlántico, del Mediterráneo y de Europa Central. Desde luego, no parece la pluma canaria, sobre todo teniendo en cuenta que ninguno de sus diversos máximos térmicos está bajo la vertical del archipiélago.
Sigamos contrastando. El penacho de material caliente debe, en teoría, comportarse como un chorro y, por tanto, abombar el fondo oceánico. Así sucede, por ejemplo, en el archipiélago de Cabo Verde. Pero geofísicos de prestigio -como Marcia McNutt, del MIT, y Alan Watts, de la Universidad de Oxford- han constatado la inexistencia en torno a Canarias de una elevación semejante.Entonces, ¿qué ha pasado? Algunos colegas de la Universidad de La Laguna y yo mismo creemos que una serie de grandes fallas atraviesa la corteza del área en dirección Este-Noreste; o sea, en dirección a África. En estas fracturas -que estaban reflejando las tensiones que, en la misma época, plegaron las montañas del Atlas-, la corteza se comprimía y distendía alternativamente: en los momentos de distensión surgieron del manto los magmas que edificaron las islas.
ron las islas. Por ello, las islas no son los únicos edificios volcánicos de la zona: el macizo de Sirwa, en el Antiatlas marroquí, tan grande como Gran Canaria, fue construido al mismo tiempo y contiene los mismos tipos de rocas. Por ello, el vulcanismo canario es entrecortado (tres millones de años de inactividad, por ejemplo, en Gran Canaria): en los periodos compresivos no hay magmatismo. En cambio, ¿cómo podría pararse durante millones de años una columna de material que sube desde el manto?
Por lo demás, la fallas canarias existen: el 9 de mayo de 1989, una de ellas situada entre Gran Canaria y Tenerife se reactivó, provocando un importante seísmo. Hasta las anomalías magnéticas de la corteza oceánica canaria están alineadas en dirección noreste suroeste (lo mismo, curiosamente que el material caliente detectado). Y esas líneas apuntan a Agadir, una ciudad costera marroquí que desde 1960 sabe en su carne lo que es una falla activa.
En un número reciente de Nature (2 de octubre de 1997) Marcia McNutt demolía implacablemente otro punto caliente, éste en el Pacífico. Pero el punto caliente canario sigue, lleno de remiendos, contra viento y marea. Es la fuerza de la rutina, que en ciencia llamamos pomposamente ciencia normal. Hasta que algún día, una alianza de geofísicos y geólogos grite a coro contra los muchos puntos que no sólo presumen de calientes, sino que, además, como el rey del cuento, van completamente desnudos.
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