Alimentos transgénicos y clima social
La seguridad, la aceptación social y las implicaciones sociales y económicas de los alimentos transgénicos son algunos de los temas que preocupan a los le gisladores europeos cuando tienen que enfrentarse a hechos prácticamente consumados como es la existencia en el mercado ya de productos transgénicos. Ahora mismo, la cuestión está en el etiquetado. El Parlamento Europeo dio por terminada su labor con la solución de que se etiquetaran los productos que fueran "distintos" de los originales, pero la reacción social está haciendo dudar a la Comisión Europea, que se podría inclinar por alguna fórmula reglamentaria para declarar la inclusión o posible inclusión de alimentos transgénicos en cualquier producto.El problema es que esta posible fórmula sería de imposible vigilancia, según señalaron recientemente en Bruselas científicos especializados en biotecnología, convocados por el Parlamento Europeo.
"Los científicos señalan que es imposible saber si la sacarosa presente como endulzante en un producto procede de remolacha transgénica o no", explicó José Luis Valverde, coordinador de la reunión. "Lo mismo pasa con el aceite procedente del maíz transgénico que nos llega ahora mismo mezclado con el normal procedente de Estados Unidos".
Los científicos, en general, se esforzaron en Bruselas en recordar que los alimentos elaborados a partir de productos transgénicos son los más seguros que existen, puesto que estos productos han pasado por más estudios que ningún otro alimento, al ser considerados "no naturales". La tendencia a su uso parece, por otra parte, imparable, basada en la potencia económica de Estados Unidos, que dio luz verde hace años a estos productos de investigación. En ese país se han aprobado ya 27 plantas transgénicas.
Pierre Thuriaux, director de investigación en el laboratorio francés encargado de dar luz verde a los cultivos transgénicos, enumeró todos los pasos y pruebas que se realizan ante cualquier solicitud. Por ejemplo, no se aceptaría que los genes- modificados figuraran en plásmidos en la planta transgénica porque ello implicaría el riesgo de su diseminación, con consecuencias imprevisibles. Y se vigila su seguridad alimenticia (que no sea tóxico, alergénico, que se metabolice correctamente y que mantenga valor nutritivo).
Hay interrogantes, pero se pueden controlar, piensa este investigador: "En la ingeniería genética se sabe perfectamente lo que está pasando mucho más que en la naturaleza", señaló.
Sin embargo, alguno de los argumentos habitualmente utilizados para encomiar la biotecnología en alimentos no se corresponde con la realidad. La biotecnología podría abaratar y hacer menos contaminante la producción de alimentos en el Tercer Mundo y evitar las hambrunas, pero el hecho es que la biotecnología actual "busca cómo hacer alimentos que no engorden", como señaló Armando Albert con ironía. Es el mercado el que manda, como en el caso de cultivos que se hacen tolerantes a determinados herbicidas. En este enfoque mercantilista puede estar el origen del rechazo que suscita la biotecnología en parte de la población europea, que acepta fácilmente la biotecnología aplicada a la salud, como la insulina recombinante para el tratamiento de la diabetes, pero se pregunta por qué tiene que comer sin saberlo un tomate transgénico que además no es más barato que el natural.
Otra experta, Elizabeth Joyce Tait, advirtió que el hecho de que puedan considerase actualmente seguros los alimentos transgénicos no evita la preocupación por desarrollos futuros potenciales peligrosos. "El público quiere ver avances útiles, que respondan a los deseos de los consumidores", afirmó.
En un plano más técnico, Umberto Scapagnini, del Parlamento Europeo, recordó que a efectos de control las líneas alimentarías se confunden con las líneas farmaceúticas, como sucede por ejemplo en la investigación sobre vacunas comestibles o en alimentos que sirvan para prevenir enfermedades.
En Europa, recordó Armando Albert, hay sólo 600 empresas de biotecnología que dan trabajo a 20.000 personas, muy por debajo de las cifras europeas. De la inversión, sólo el 7% se dedica a la agricultura, frente al 70% dedicado a la salud humana y animal. La causa, una vez más, es la falta de clima social.
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