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Tribuna:CRÓNICAS
Tribuna
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Un portugués, Dario Fo

Juan Cruz

JUAN CRUZSubconsciente. Se había repetido tanto la especie de que este año el Nobel sería un portugués que en el subconsciente colectivo se había instalado la idea de que era imposible otra alternativa. No conocen a los suecos: los rumores sobre el Nobel responden cada año sólo a los deseos de los que los lanzan. Lo saben también los candidatos, que en efecto lo son, pero se ponen sobre la mesa de los académicos por un orden distinto al que trasciende. A quienes hay que perseguir en los días previos al Nobel es a los traductores encargados de poner en el idioma del ganador la lista de merecimientos de éste. Quien supo primero que Cela era el Nobel, cuando este premio fue español, fue Francisco J. Uniz, que guardó el secreto como si fuera de oro. Otro que lo sabe, claro, es el ganador, al que advierten antes, y, por, tanto, lo saben también los que no lo reciben, porque no son alertados. Hay algunos privilegiados en Estocolmo que también tienen acceso a estas confidencias, y a este cronista le consta que en tres ocasiones se adelantó que Cela era el tercero, luego el segundo y después que ganaba. A veces las confidencias responden también a deseos o a adivinaciones que se cumplen; pero los académicos se casan poco con lo que la gente divulga o supone. Este año se dijo mucho que lo ganaría un portugués, y se citó ampliamente el nombre de José Saramago; tranquilo y lejano, y además en Lanzarote, el novelista de El año de la muerte de Ricardo Reis tomaba tostadas con aceite en la cocina de su casa mientras los periodistas hacían guardia bajo el sol de la isla; cuando la radio desveló el misterio, él salió a la puerta y les invitó a cervezas. "¿Ven? La espera era inútil" vino a decirles con la parsimonia que se asocian a él y a su hermoso idioma. Luego se instaló en su casa -lo dijo él- el día más tranquilo de su vida, como si después de tanto rumor se hubiera quedado aliviado.De momento, pues, el idioma portugués sigue sin su Nobel; la gente desgrana nombres históricos que nunca recibieron -ni recibirán ya- el galardón, y dicen que esta injusticia es ya una injuria; lo dijo Carlos Fuentes ante los periodistas, en Madrid, y lo han dicho muchos: es el reflejo de lo que ya se ha convertido en la metáfora del desdén por una cultura.

Tanto se había instalado la posibilidad portuguesa del Nobel de este año que la sorpresa protagonizada por Dario Fo desató la siguiente anécdota: el periodista recibe, muy serio, la noticia a través de su móvil, mientras atiende al desarrollo de un acto cultural. Su vecino le pregunta, en voz baja: "¿Quién ha sido?" Él responde, circunspecto: "Un portugués, Dario Fo".

La actualidad. Carlos Fuentes estuvo esta semana en Madrid presentando El espejo enterrado, antes hizo una conferencia vibrante que parecía un manifiesto: América busca destino con desarrollo, justicia con memoria. Los vecinos -los vecinos del Norte- no saben quiénes somos, ni permiten que seamos. El espejo enterrado trata de salvar ese desconocimiento y es un recorrido apasionado por la historia de la cultura de las dos orillas, para crear un gran fresco común, un manifiesto. ¿Cómo nació la idea del libro, que además es una película? Fue viendo una célebre serie británica, Civilizaciones, de Kenneth Clark: ni una referencia a la cultura española" ni de un lado ni de otro de la historia común. ¿Por qué?, le preguntaron a Clark. "Porque la cultura española no ha dado nada revelante a las civilizaciones. Si hubiera hecho una serie sobre la intolerancia seguro que hubiera entrado mucho material español...". Indignado, Fuentes se puso a la máquina. El jueves contó el escritor mexicano algunos otros símbolos del desconocimiento: cuando daba clases en Harvard observó que un colega enseñaba amparado por un enorme mapa de la América que habla español. ¿Por qué? "Porque estos chicos no saben ni dónde está su país".

En Estados Unidos no se enseña geografía, ni historia; Fuentes no sabía que también hablaba de España. Un día le habló a los chicos, para referirse al Derecho Romano, de san Agustín y de santo Tomás; le dijeron: "Profesor, ¿por qué va tan lejos?", y él les dijo: "Pero, ¿cuándo empieza la historia para ustedes?". Y todos le respondieron: "En 1776".

En el mismo acto de presentación de El espejo enterrado le preguntaron a Fuentes por el futuro de este país. Reveló una anécdota: un día le dijo a su amigo Jorge Semprún si estimaba que en España era posible un regreso al pasado. "Lo malo es que estamos en un regreso al futuro", le respondió enigmáticamente el autor de La escritura o la vida. De todos modos, hace 15 años le hicieron a Fuentes la misma pregunta y él respondió: "¿La actualidad? Hombre, España fue durante años La Celestina y de pronto la democracia le ha hecho parecer una especie de Marilyn. Ahora lo que deseo es que no vuelva La Celestina". El autor de Cambio de piel añadió: "Hay nubarrones: está en cuestión la tolerancia, aumenta la malediciencia, se pierde el respeto a las personas, se ensayan y se cumplen vendettas, se demoniza a la gente... Este es un riesgo de regreso, sí, de vuelta a La Celestina".

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