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Jaume Canet expone sus esculturas en una antigua iglesia rural de Mallorca

La vieja iglesia de Calonge, convertida pomposamente en factoría de arte y comunicación, una esquina de paso del eje Felanitx-Santanyí-Ses Salines, el cono sur de la Mallorca profunda del contrabando (hoy nido de alemanes ricos y de artistas de dispar fortuna), ha sido ocupada por una colección de rotundas cruces, esculturas de Jaume Cante (1966). "Es una apuesta por hacer creaciones casi invendibles", explica Canet, "como una metáfora que esconde el deseo de expulsar del ex templo un supermercado artístico; el regreso a la meditación".El tranquilo y reflexivo pintor abstracto vienés Peter Marquant (1955) ha trabajado para esta instalación de Calonge durante un año junto al mercurial e intuitivo Canet, primo de la transvanguardia y de un expresionismo que reivindica gay. Marquant ocupa los muros desnudos del templo, tapa columnas y suple icono se imágenes; sus sedas recuerdan las cristaleras, los papeles con motas rojas y trazos negros son votivos y los lienzos de arena y acrílicos emulan retablos rupestres. "Es una reconstrucción alusiva a una atmósfera litúrgica", indica el creador centroeuropeo.

Canet es paisano y colega de Miquel Barceló, quien lo definió como "una especie de Truman Capote en miniatura, ocurrente y simpático". Sin embargo, este escultor autodidacta, que antes; que artista superviviente a una, fiel clientela extranjera o muy local fue aprendiz de herrero común, se reconoce poco deudor del mito triunfador de la plástica. contemporánea. "Me gusta Duchamp, Miró, también Dalí. Chillida no me dice nada. Es tan geométrico, cúbico y frío que me parece un matemático".

Jaume Canet ha hecho cruces; como cactus y relicarios, irónicas y con púas de rosal, su firma espontánea. Se dice religioso y respetuoso: sus cristos parecen personajes de cómic. Siempre trabaja a impulsos, habla y circula, como un ambulante en bicicleta, seguido por su perro por su pueblo. De pronto se frena y comienza a dibujar, para luego atacar los hierros y dudar con martillos y soldaduras. "El hierro incandescente en rojo es excitante", confiesa.

El escultor -en las antípodas, plásticas y personales de su compañero, Marquant- cultiva el jardín y atiende a sus múltiples, huéspedes en su casa-estudio, entre bulevar y estación de metro. "Es una reedición de las comunas, a la que acuden artistas políglotas a la búsqueda de un refúgio para vivir y crear".

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