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Los propietarios de bares de copas acusan a los tenderos de que los jóvenes beban en la calle

Los alrededores de las plazas de San Ildefónso y de Juan Pujol son el epicentro de la movida nocturna en el centro de Madrid. Cientos de jóvenes toman las calles del barrio las noches de fin de semana. Cobijados en la oscuridad, todo vale: unos beben hasta que no se sostienen en pie; otros, sentados en círculo, se pasan los minis de cerveza ajo un denso olor a orina del que parecen inmunizados. Las calles acaban como un campo de batalla. Los propietarios de los bares de copas culpan a los tenderos del caos nocturno. A los más perjudicados, los vecinos, se les acaba la paciencia.Por las estrechas calles y pequéñas plazas del barrio de Maravillas, el silencio de la noche se resquebraja con gritos estridentes, carcajadas exageradas por una euforia derivada del consumo excesivo de alcohol, tubos de escape escandalosos y botellas estampadas contra el suelo. El estrépito se cuela hasta el dormitorio de los vecinos. Son las noches locas del fin de semana, en las que unos, en la calle, se divierten copa en mano mientras otros, en sus casas, no pegan ojo. Los jóvenes campan a sus anchas por la calle. Se emborrachan con litros de kalimocho minis de whisky con algún refresco. Lo hacen desde temprano. "Todos los viernes y sábados, a partir de las seis de la tarde, ya se puede ver a grupos de jóvenes de unos 14 años bebiendo en la calle. A las diez de la noche ya están borrachos como cubas", comenta José Manuel Domingo, portavoz de la Asociación de Vecinos y Comerciantes Rastrillo Maravillas. "Esto parece una guerra. No podemos poner un pie en la calle. A las mujeres las llaman zorras y a los hombres hijos de puta. Y vete a decirles algo, porque se tornan violentos. Además, se pelean entre ellos o se dedican a destrozar los cubos de basura o a llenar de pintadas las paredes", añade Domingo, que representa a más de 500 vecinos de la zona. "Hay que prohibir que se beba en la calle porque aquí no hay quien viva", concluye Domingo.

Ester Rodríguez, de 24 años y con la carrera de Empresariales acabada, le recriminó a su novio, Juan, un fontanero de 25 años, que le hubiera llevado a la plaza de San lldefonso a pasar la noche del viernes. "Qué asco, si apesta a meado y está todo sucísimo", le recriminó. La pareja y una amiga bebían de pie y no se atrevieron ni a sentarse en el suelo de la plaza por la suciedad que había. Los propietarios de los bares se desentienden de la desastrosa situación y lanzan todas las culpas a los establecimientos que, bajo el cartel de "frutos secos", venden alcohol a los jóvenes. "Los ultramarinos venden bebidas [alcohólicas] desde las cinco de la tarde. Incluso a menores de edad, que beben sin control hasta que se caen al suelo. Hay muchas noches que entra un chico pidiendo un café para un amigo porque dice que se le ha bajado la tensión. Lo que el chaval tiene es un coma etílico como una casa. Se beben el café y luego vomitan lo que han bebido", explica Antonio Bravo, copropietario de la Cervecería de la Villa. Su establecimiento lleva abierto ocho años. Su interior estaba medio vacío en la noche del viernes. Fuera, la calle de San Mateo estaba abarrotada de chicos y chicas con la bebida que habían comprado en el establecimiento de la esquina, un 24 Horas. "Esta calle [San Mateo] es una pocilga", dice óscar Velasco, un camarero de la citada cervecería, que vive en un inmueble contiguo. "El portal de mi casa está lleno de potas [vomitonas] y meados. Tienes, que tener cuidado al entrar para no pisarlos", comenta. "Mean donde les pilla, les da igual donde sea, y no respetan nada", añade.Unos metros calle arriba, Javier, un joven tendero que ha abierto su establecimiento hace apenas tres meses, vende bebidas a granel a jóvenes. En la, entrada de su tienda hay un cartel que dice: "El Picantón [nombre del comercio]. Abierto hasta el amanecer". En el interior del establecimiento, un pequeño radiocasete emite música rock. Javier, conla frente sudorosa y entre venta y venta, justifica su prolongado horario. "¿Qué voy a hacer? Acabo de abrir la tienda y tengo que salir adelante", dice. "Los vecinos se quejan del ruido", reconoce. El hace lo posible para que no sea así. "Cuando veo que hay jóvenes que se agrupan en la puerta de la tienda les pido que se vayan al parque de Tribunal, que allí no molestan", señala. Antonio, de 42 años y propietario de la tienda de frutos secos La Rápida, en la Corredera Alta de San Pablo, asegura que "cambiaría de negocio si pudiera". "Si no fuera por las noches de fines de semana, el establecimiento no daría para vivir", añade. Los días de diario hace una caja de entre 15.000 y 20.000 pesetas. Los viernes y sábados, de unas 60.000.Hay jóvenes que prefieren reunirse en la calle que hacerlo en un bar. "En los bares te cobran tres veces más que en una tienda de frutos secos. Además, tienes que soportar una música que no te gusta y estás apretado por la gente. Por contra, en la calle estás al aire libre, más relajado y puedes fumar porros", señala Julio, un estudiante de Ciencias Químicas de 22 años.

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