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Los comunistas cubanos ratificarán el socialismo y la reforma 'lenta' con vistas al siglo XXI

No será un congreso comunista a la china. Los dirigentes cubanos no piensan introducir en la isla un "socialismo de mercado" ni planean entrar en el siglo XXI con un programa económico basado en la privatización de empresas públicas o en el impulso decidido a la iniciativa privada. El tempo de la reforma cubana es otro, mucho más pausado, y eso quedará claro durante el V Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC), que se celebrará entre el 8 y el 10 de octubre en La Habana. Se espera que el cónclave ratifique una línea socialista dura, de control en lo político y también en lo económico.

Hasta dónde está dispuesto a llegar el Gobierno cubano en las reformas económicas, es una de las grandes incógnitas que debe esclarecer este V Congreso del PCC. Si, como todo parece indicar, para reactivar la economía La Habana no se va a comprometer con una política de cambios de fondo, de esencia capitalista, tipo China o Vietnam, entonces la pregunta es: ¿qué piensan hacer los comunistas cubanos para mantener a flote su débil economía, y por ende, todo el sistema?En lo político, las variables son menores. Nadie en Cuba duda de que el Congreso reafirmará el un partidismo, el "papel de vanguardia" del Partido Comunista y "la guía de Fidel" como únicas estrategias de futuro. La cuestión es comprobar cuál será la dimensión de la renovación de los cuadros dirigentes en la cúpula del PCC, y si son ciertos o no los insistentes rumores de que el presidente cubano, Fidel Castro, de 71 años, podría estar pensando en dejar alguno de sus cargos de Gobierno, como el de presidente del Consejo de Ministros, bien por problemas de salud, o bien para abrir paso a los más jóvenes en busca de la continuidad.

El reto económico al que se enfrenta Cuba y el V Congreso se presenta, sin duda, como el, más difícil. El informe económico que se pondrá en manos de los 1.500 delegados que participarán en el foro comunista, describe en detalle la crítica situación que atraviesa Cuba. La principal industria del país, el azúcar, no acaba de recuperarse. El año pasado no se llegó a producir ni 4,3 millones de toneladas -en la década de los ochenta, las zafras eran de siete y ocho millones de toneladas-, y las autoridades dicen que en el futuro inmediato habrá que llegar a seis millones de toneladas para no lastrar el desarrollo económico.

La deuda externa, que asciende a más de 10.000 millones de dólares, impide que el país pueda acceder a créditos blandos y obliga a depender de créditos a corto plazo, con un interés muy alto. Si a ello se suman los efectos de la ley Helms-Burton, que dificulta y encarece los precios de los préstamos, y la gravísima falta de liquidez, se ve que el panorama es asfixiante. El problema del empleo es aún más grave en una sociedad que durante 35 años se ha basado en el pleno empleo y la igualdad.

Para deshacer este nudo, los dirigentes cubanos no quieren emplear, sin embargo, fórmulas capitalistas. Al menos de momento. Según diversas fuentes, el congreso no abrirá las puertas a políticas de choque, ni tampoco se comprometerá con reformas esperadas, como el desarrollo de la pequeña y mediana empresa privada, la ampliación decidida -libre de controles y trabas- del trabajo por cuenta propia, o la legalización del trabajo por cuenta ajena.

El proceso de reformas continuará, sí, pero sometido al ritmo cubano y con un fuerte control del Estado. No se excluyen algunas recetas reformistas consideradas inevitables, como el cierre de empresas no rentables o la ampliación de la política de estímulos en dólares, pero el peso irá del lado de "perfeccionar" la economía socialista y hacerla "eficiente". De capitalismo, sólo lo imprescindible. Luego la vida dirá.

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