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Entrevista:

"Este curro es silencio y soledad"

Dicen que es un borde, que odia las entrevistas, que se le ha subido el éxito a la azotea... Una de dos:o finge tan bien al natural como en el cine o las acusaciones son una falacia. Es verdad que es bastante serio y que se ríe poco, pero eso seguramente tiene que ver más con la timidez que con la antipatía. Respecto a las entrevistas, reconoce que las da "por obligación", que le aburre "decir siempre lo mismo" y que "si sales demasiado en las revistas y los periódicos acabas tocándole los cojones a la gente", pero luego se convierte en el entrevistado soñado: amable, valiente, creíble y con labia irrefrenable. Y en lo que toca a ese asunto del éxito y la vanidad, lo cierto es que Javier Bardem lo lleva francamente mal. No porque sea un divo, nada que ver, sino porque parece un tipo radicalmente libre, que aborrece de una manera química la parte "frívola y comiquera" de su trabajo y cree con firmeza que "el curro ,de actor es solitario e individual. Somos la taza donde convergen las ideas del guionista y del director pero los únicos responsables de lo que enseñamos. Y eso requiere silencio y soledad".Después de pedir un té con limón, matiza que su desprecio por la fama, la euforia y el halago fácil" va pegado a que cuando no trabaja -"y trabajo poco"- se pasa la vida "pensando en la amalgama de sensaciones que me produce analizar lo que he hecho, lo que quiero hacer, lo que me falta. Y el día que se me va la olla, me cogen mis amigos, mis hermanos y mi novia, que por supuesto no es actriz [es traductora], me meten el cabezón en un contenedor, nos vamos a tomar una cerveza y luego lo recogemos. Eso es lo único que importa: la familia, los colegas y la salud".¿Y qué tal relación tiene con la gente del cine? "Nula. En los rodajes me llevo bien con los técnicos. Salir con los directores y los actores me aburre un huevo. Hay mucha tontería. Nunca me he sentido más fuera de lugar que la otra noche en la fiesta del estreno de Almodóvar, con todo el mundo diciéndome gilipolleces sobre lo bien que estaba yo".

Federico Luppi es uno de los culpables de esa situación. "Él me enseñó que sólo los grandes son humildes. Sudaba y dudaba antes de cada plano, sabía que la interpretación es imposible de conocer, que es un proceso paralelo a tu manera de vivir y que lo bonito es no tener ni puta idea. Eso relaja mucho a un jovencito ambicioso. Entiendes que debes ponerte en el lugar que mereces: mucho menos importante que un bombero o un minero pero, desgraciadamente, más aplaudido".Conviene decir ya que este Javier Bardeni escéptico y reflexivo tiene 27 años, porta uno de los palmitos más deseados del país y vive un momento profesional que lo convierte en la gran figura del cine español de los 90 (lo acreditan dos premios Goya y una Concha de Oro y lo susbribe gente como Imanol Uribe y Gonzalo Suárez).

Lo cual no impide, al parecer, que sea también eso que sugiere el primer vistazo: un tronco desgarbado y grandón, que llega puntualísimo pero despistado, con el pelo mojado y sin afeitar, la narizota de boxeador, una bolsucha de plástico llena de periódicos en la mano, la camiseta de colorines imposibles, los andares patizambos curtidos por 14 años de rugby...

"Ni reniego de este oficio ni me baño en él", aclara, "aunque es un privilegio enorme trabajar en lo que te gusta, con papeles buenos y repercusión grande". Y aunque estos, días parece dificil mantenerse seco: afronta dos estrenos simultáneos -Perdita Durango, de Alex de la Iglesia, y Carne trémula, de Pedro Almodóvar- y todo -el mundo habla con parecida admiración del Bardem pistolero sanguinario -en la primera- y del Bardem madero bueno y estrella del baloncesto paralímpico, en la segunda.

De Perdita Durango ha dicho que lo importante es lo que diga el público, no la crítica. De Carne trémula sólo le preocupa "que la gente del equipo de la ONCE con la que entrené un mes no sienta vergüenza ajena al verme". Por lo demás, el doblete no le ha hecho olvidar su principio más firme: no más de una película al año. Bardem suma nueve en los siete años transcurridos desde que debutó con Las edades de Lulú, y cuenta que aceptó rodar estas dos segulidas porque pasaba igual que cuando encadenó El detective y la .muerte y Días contados: "En Perdita hago el papel principal pero el de Carne trémula es episódico, menor".

El caso es que no parece haber papeles menores en la carrera de este actor fisico, camal, que se define como "orgánico, intuitivo y poco hábil, una cosa más bien bruta que no controla la voz ni el cuerpo" y que sabe que su secreto es entregarse hasta la extenuación. Lo que le produce más inquietud que orgullo: "No me gusta notar el trabajo intelectual de los actores, pero envidio esa perfecta mezcla de elegancia, técnica y emoción de Jeremy Irons, Daniel Day Lewis o Anthony Hopkins".

Los tres británicos, los tres formados en el teatro: el lugar donde se crió él, siguiendo las giras de su madre, Pilar Bardem, y al que sueña con volver. "Necesito hacer teatro para crecer como actor. Pero lo temo mucho, porque para mí ha sido siempre un mito. El cine en cambio era un desconocido y por eso no le tengo respeto".

Pero que no cunda el pánico. Javier Bardeni seguirá haciendo películas -"No tengo otras aptitudes, ni fisicas ni intelectuales; el dibujo me gustaba pero he perdido el trazo"- y lo hará a lo grande: en enero rodará, a las órdenes de John Malkovich, The dancer upstairs, en la que interpreta al ex abogado y policía que persiguió durante años a Abimael Guzmán, líder de Sendero Luminoso. "Es un sueno, un lujo. Como ir a Hollywood, pero más relajado".

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