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Política cifrada y sin cifrar

La actualidad política española se llama presupuesto y ello es natural. El presupuesto, se ha dicho, es la expresión cifrada de la política que el Gobierno está llamado a dirigir, y por eso es lógico que los debates del día giren en tomo a cifras, a su exactitud, suficiencia y credibilidad y a las opciones que cada una de ellas implica. Que nuestros F-111 estén o no operativos y que, en consecuencia, nuestra defensa aérea sea o no real pende, en último término, de unas cifras presupuestarias, las dotaciones militares. Y en este sentido nuestra política es, como no podía resultar menos, una política cifrada.Pero "cifra", de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia, significa, junto a su primera acepción, sinónima de "número", otra muy distinta de "suma y compendio", esto es "emblema" que declara el concepto o moralidad que en él se encierra. Y digo antagónica porque mientras el número es aquella forma de expresar las cosas una vez que se las ha privado de contenido, es el contenido superabundante lo que nutre el emblema, capaz de sintetizar normas y propósitos. Y yo me temo que, en este segundo y más político que aritmético sentido del término, nuestra política esté sin cifrar. En efecto, sus protagonistas se aferran a los números. A la hora de exponer la situación a las macromagnitudes económicas, sin duda ciertas, pero tan lejanas a la experiencia cotidiana como las aún más exactas leyes astrofísicas lo están de la vivencia del amanecer o del ocaso (comprendo que la metáfora resultará insulsa para quienes, a más de no saber nada de física, no tiene tales vivencias). A la hora de reconocer el ser y significado de las naciones de España, disueltas en un haz siempre cuantificado y, por eso mismo, siempre insuficiente de transferencias competenciales y financieras. A la hora de diseñar el futuro, para revestir de objetividad lo que es una pura decisión política, la realización, acceso y consecuencias de la Unión Monetaria. Y, por supuesto, cuando se trata de formular una estrategia que garantice la gobernabilidad, el Ejecutivo recuenta los diputados que tiene y que necesita, los aliados expresan numéricamente sus aspiraciones y se tira, afloja y cede sobre las mismas, en términos numéricos, siempre, claro está. Que el Ministerio de Hacienda haga cuentas y se esfuerce en hacerlas bien, es imprescindible y digno de elogio; que la estrategia parlamentaria pase por los números más que por las palabras es, tal vez, un mal inevitable; que no se vaya más allá resulta lastimoso. Y ésa es la cuestión. Falta en España un contenido sustantivo a la estrategia y el que hacer político, la indispensable dimensión de la calidad. Y la falta de objetivos comunes, más allá del tránsito hacia otra cosa, impide aunar esfuerzos más allá de la pura suma aritmética. Por eso, aunque las cifras, indispensables, pero nunca suficientes, resultan tranquilizadoras, la opinión -que las encues tas expresan, por cierto, en cifras- no se muestra exclusivamente entusiasmada. Y los problemas de fondo, que todos sabemos existen, siguen sin resolverse.

Pensemos en el exceso de tensión política que impregna ya los medios de comunicación, las instituciones financieras la docencia o el mundo empresarial. Reparemos en el desbarajuste judicial, cualquiera que sea el número de jueces asteroides. ¿Cuándo se van a reformar sus métodos y procedimientos, a más de despolitizar la actualidad judicial y desjudicializar la información política que todos los días desconcierta a la ciudadanía? Y el diseño autonómico, ¿cuándo va a tener un marco jurídico estable y definitivo, aunque el futuro político esté tan abierto como es propio de una sociedad democrática? Resolver e incluso tan sólo abordar tales cuestiones, entre otras, requiere ese contenido político y aun ético que es propio de la acepción de cifra como emblema. Pero eso es, precisamente, el que falta por doquier y que los solos números son incapaces de proporcionar.

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