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Bonn teme por su futuro cuando el Gobierno alemán se traslade a Berlín

Pilar Bonet

La cuenta atrás para el traslado del Gobierno y el Parlamento Federal (Bundestag) desde Bonn hasta Berlín avanza inexorablemente. A medida que se acerca 1999, el año de la gran mudanza a la primera metrópoli de Alemania (3,5 millones de habitantes), el nerviosismo se apodera de los funcionarios federales y municipales, cómodamente instalados en esta aletargada ciudad de algo más de 300.000 habitantes a las orillas del Rin.

En 1949, Bonn se convirtió en capital de la democracia alemana y desde entonces ha sido sede de un monocultivo político, cuya sustitución por otras actividades es hoy el quebradero de cabeza de este municipio dispuesto a ofrecerse como sede de cualquier institución que ayude a suplir la pérdida de más de 22.000 puestos de trabajo que comporta la mudanza.Tras la reunificación de Alemania, cuyo séptimo aniversario se comnemora hoy, el Bundestag decidió trasladar la capital a Berlín por un escaso margen de 17 votos. La fecha de la decisión, el 20 de junio de 1991, ha quedado registrada como un día fatídico en la historia de Bonn, y aunque el desplazamiento de 641 kilómetros hacia el Este es un hecho aceptado, son muchos los burócratas que se muestran mordaces cuando la inevitabilidad del traslado se hace evidente, a pesar de las dificultades para concluir a tiempo las obras gubernamentales en Berlín.

En septiembre, con el intervalo de pocos días, la presidenta del Parlamento, Rita Süssmuth, inaguró la cúpula del Reichstag, que será la sede parlamentaria, y el canciller Helmut Kohl puso la primera piedra de la nueva cancillería. Ceremonias como éstas son seguidas. con cierta desazón en los despachos gubernamentales de Bonn. "Los berlineses no tienen nada mejor que hacer que salir a inaugurar obras en horas de trabajo", exclamaba una funcionaria mientras. la televisión trasmitía el acto desde el Reichstag.

Observadores veteranos en Bonn hablan de "resistencia pasiva" y hasta de boicoteo del funcionariado a la mudanza. Quienes han disfrutado de villas con jardín en una de las zonas más bellas de Alemania deberán conformarse ahora con viviendas angostas en una gran ciudad con precios inmobiliarios más altos. Entre 300.000 y 550.000 pesetas cuesta el metro cuadrado en un buen barrio en Berlín.

La resistencia activa a la mudanza se ha mitigado con el tiempo, aunque algunos se oponen aún aguerridamente, cómo el doctor Johannes Gröner, presidente de la Asociación de Ciudadanos de Bonn (ACB), para quien el traslado es un "síntoma de que los políticos toman decisiones en contra de la voluntad popular".

En su despacho en el centro de Bonn, Gröner, enfundado en su bata blanca, Gröner argumenta que sus conciudadanos se pronunciaron a favor de que la capital de Alemania siguiera en Bonn, y advierte que el traslado dará al Estado alemán un carácter "más nacionalista, autoritario y centralizado" y afectará a la larga al modelo democrático y federal surgido tras la II Guerra Mundial. "Como renano, tengo cierta animadversión hacia Prusia y los prusianos", señala. En nombre de un "patriotismo democrático", que el 3 de octubre de 1990 le llevó a tomar su coche y dirigirse a Berlín para asistir a la manifestación en la puerta de Brandeburgo, el doctor Gröner dice que no quiere repetir el error de otra generación de alemanes que guardaron silencio ante los crímenes del Tercer Reich. Por eso sale aún a protestar a la calle. Con el tiempo, las manifestaciones de la ACB se han convertido en un acontecimiento testimonial.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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