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La ONU prorroga la aplicación de sanciones a UNITA 30 días más

Alfonso Armada

Son tantos ya los desengaños que casi nadie contenía ayer el aliento en Angola. Quince años de guerra de independencia y 20 de guerra civil endurecen cualquiera. A los angoleños parece habérseles quedado la cara sin sueños. El Consejo de Seguridad de la ONU acordó ayer conceder una prórroga de 30 días a la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA) para aplicarle sanciones por no cumplir los acuerdos de paz.

ENVIADO ESPECIAL Salvo el Gobierno de José Eduardo dos Santos y los fieles del incombustible líder guerrillero de UNITA, Jonás Savimbi, el resto de Angola parecía ajena ayer a lo que se cocía en Nueva York, desconfiados de que la política de pactos y aplazamientos les trajera algo distinto que pusiera fin a la ruina reinante. La paciencia de la comunidad internacional con UNITA parece a punto de agotarse. "Estamos decididos a poner fin a nuestra tolerancia hacia UNITA", asegura un responsable de la Misión de Observación de la ONU en Angola. Hoy se cumplía el penúltimo ultimátum de la organización presidida por Kofi Annan para que el movimiento de Savimbi cumpliera los compromisos firmados en Lusaka hace tres años: desmovilización de todas sus tropas, entrega de armas y arsenales, cesión al Estado angoleño de la administración de las zonas que todavía controla y conversión de la incendiana Radio Vorgan (La Voz de la Resistencia del Gallo Negro) en una emisora privada y menos beligerante. Las sanciones prevén cerrar delegaciones y congelar cuentas de UNITA en el extranjero, además de entorpecer sus desplazamientos, obstáculos que el movimiento guerrillero siempre ha sabido burlar con éxito. Sin embargo, algo parece haber cambiado en Angola, donde no soplan Jos vientos de guerra total que en 1992 hicieron saltar por los aires las urnas, cuando UNITA rechazó su derrota. Sin que se tenga noticia de incidentes, el Gobierno tomó pose sión ayer de Negage, la principal base aérea del norte del país, y, en el pasado, punto clave para el abastecimiento militar de la guerrilla que en plena guerra fría se alió con Washington y con el régimen racista surafricano para combatir a las huestes comunistas del Movimiento Popular de Libera ción de Angola (MPLA). Aunque Savimbi no asistió en abril pasado a la constitución del Gobierno de Unidad y Reconciliación Nacio nal, cuatro ministros y siete viceministros de UNITA forman parte de él, y es difícil que quieran volver a la dureza del combate. Fuentes diplomáticas europeas mostraron ayer un calculado optimismo frente a la plácida bahía de Luanda: "Savimbí sigue jugando a su vieja estrategia de apurar los mi nutos hasta el final para tratar de conseguir ventajas. Parece que se está negociando bajo cuerda para que empresas afines a UNITA puedan seguir explotando sus más rentables minas de diamantes, en la provincia de Lunda Norte".

Otras fuentes políticas en la capital angoleña indican que el Gobierno se inclinaba claramente por la imposición inmediata de sanciones, para obligar a la guerrilla a ceñirse al plan de paz y a desmovilizar lo mejor de sus tropas, más de 6.000 hombres, en un cálculo modesto, que han escapado a la supervisión de la ONU. "Si UNITA cediera, en dos años podría presentarse a las elecciones e incluso poner en aprietos a Dos Santos, que no ha dejado de escudarse en la guerra para aplazar sine die la mejora de unas insoportables condiciones de vida para la mayoría de la población".

Caída de Mobutu Sese Seko

Tras la caída del dictador Mobutu Sese Seko en el vecino Zaire (rebautizado República Democrática del Congo), a Savimbi y a UNITA se le volatilizó el último santuario, y la principal vía de exportación de los diamantes que siguen controlando en las provincias de Lunda Norte y Lunda Sur y que han llegado a reportarle hasta 500 millones de dólares al año (unos 75.000 millones de pesetas). Esa es la clave de los acuerdos de paz que pusieron fin en Lusaka, hace tres años, a la última fase de la guerra civil angoleña: UNITA perdió las elecciones de 1992 y volvió a las armas. El furor de los combates se cebó sobre todo con las ciudades y más de 100.000 cadáveres se sumaron al cerca de medio millón que ya abonaban los campos del país. Un abono inútil, puesto que comparten cama con millones de minas antipersonas, lo que ha diezmado a la población campesina, dejado la agricultura bajo mínimos y prolongado hasta bien entrado el siglo XXI, en el mejor de los casos, los efectos de un conflicto devastador, en un país bendecido con ingentes recursos minerales y petrolíferos que EE UU y Francia explotan al unísono, con el beneplácito del Gobierno de Dos Santos.

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