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El escarmiento de un modelo fascinador

La inauguración del Centro Georges Pompidou hace una veintena de años constituyó un hito museológico por varios motivos. En primer lugar, por su mismo diseño, visto entonces como una agresiva afirmación de la estética tecnológica, pero, también, por su insólita inserción en un histórico barrio de París, cuya transformación entonces se vio como la peor amenaza, teniendo en cuenta la pérdida del mítico mercado de Les Halles. Paradójicamente, lo primero atrajo masivamente al público, turístico, que se entusiasmaba ascendiendo por la transparente escalera mecánica y observando en el trayecto, y, sobre todo, desde la planta superior de la cafetería, el panorama parisino; lo segundo, fuera cual fuera la agresión urbanística perpetrada, realmente dio una nueva vida al barrio en decadencia y no implicó una cadena de catástrofes similares.Con estas características, el Pompidou también abrió el camino al modelo de museo-espectacular, luego imitado hasta la saciedad, de edificio provocadoramente insólito, para ser visto desde fuera y tantomás eficaz cuanto más original y discordante; vamos: un museo en el que el continente cobra mayor importancia social que el contenido.

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Desde el punto de vista de este último, ya empezó con una colección permanente de arte contemporáneo entre las mejores del mundo, pero qué fue incrementando la cantidad y calidad de sus fondos, gracias a la inteligente política de estimulación fiscal francesa y la negociación de legados, de forma que hoy podría sostenerse que, en arte de vanguardia del XX, es comparable, si no mejor, que el mismísimo MOMA, de Nueva York.

También fue pionero el Pompidou en otras dos cuestiones posteriormente seguidas como modas encarnizadas: la multiplicación de departamentos, con la presencia de toda suerte de medios de la variopinta industria tecnológica de masas, y un programa de exposiciones monumentales, acompañadas de catálogos de original diseño, tamaño enorme, estudios exhaustivos y miles de reproducciones.

Esta política de exposiciones fue llevada a cabo por Pontus Hulten -otra origi-nalidad en Europa, la de encargar la dirección a un extranjero-, y tuvo una primera deslumbrante secuencia con las tituladas París-Moscú, París-Nueva York, París-París, Los realismos y otras.

Modelo universalmente imitado, los errores del Pompidou han traído y traerán cola. Entre ellos, el diseño tecnológico, tan futurista, no ha sido capaz de durar ni lo que dura el más modesto y precario edificio, además de haber sido disparatado el coste de su mantenimiento y hasta muy poco funcional.

En cuanto a la política llevada a cabo, la antes citada de un modernismo espectacular, ha generado en su interior una burocracia insoportable que ha sido su peor carcoma y ha demostrado que las cifras de visitantes millonarias no rentan casi nada desde el punto de vista cultural, porque la gente acude masivamente a ver el fenómeno, pero al margen del museo. Esto no significa que el saldo, en el caso del Pompidou, desde luego, mucho más que en el de los precarios imitadores provincianos, no sea positivo. ¡Lástima que el escarmiento sea para cabeza ajena!

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