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Necrofagia política

Si las festividades en loor de los santos tienen octava para los devotos, los festivales maquinados por el diablo también deberían conceder prórroga a los críticos: una semana después de la cencerrada de la plaza de Las Ventas, todavía siguen coleando las protestas contra la explotación partidista hecha por el PP del homenaje-espectáculo en memoria del concejal de Ermua asesinado por ETA el pasado 12 de julio. La vergüenza ajena se alía con la indignación propia al reconstruir los pasos de una historia que arrancó con la "espontánea" iniciativa tomada por Televisión Española -sometida a estricto control gubernamental- para organizar un festival a fin de recaudar fondos destinados a la Fundación Miguel Angel Blanco, una entidad fantasmal sin existencia legal, desprovista de patronato, con objetivos desconocidos y carente de domicilio.Vino luego la oportunista copichuela ofrecida por el presidente del Gobierno en su residencia oficial a los cantantes que intervendrían horas después en el espectáculo: el baile coral de la rumbita Macarena ante el Palacio de la Moncloa, con Aznar y su esposa en una versión doméstica de Fred Astaire y Ginger Rogers, sumó el sonrojo que suelen provocar las juergas señoritiles con el escarnio inferido a la memoria del concejal asesinado. Si el planteamiento inicial -centrado exclusivamente en la figura Miguel Ángel Blanco, militante del PP, con olvido de las restantes víctimas del terrorismo- parecia encaminado a explotar en beneficio partidista las emociones colectivas surgidas en las jornadas de julio, el lugar estelar ocupado por los dirigentes populares en el festival y la marginación de las asociaciones humanitarias en su organización confirmaron esos temores. El espectáculo, surgido del túnel de nuestro más castizo, ramplón y chabacano pasado, resultó contradictorio con el luctuoso motivo de su convocatoria. Finalmente, los abucheos de un amplio sector del público al cantante Raimon y el actor Sacristán, comprometidos hace tres décadas con la oposición antifranquista y ahora con la izquierda, terminaron de confirmar el sentido del acto.

Las disculpas dadas posteriormente por el Gobierno y la dirección del PP no han convencido ni a sus más ingenuos seguidores. La explicación del director de RTVE según la cual los pitidos contra Raimon y Sacristán no fueron sino el sano ejercicio de una libertad de expresión constitucionalmente protegida rivaliza en desenvoltura con el imaginativo paralelismo trazado por el secretario de Estado de Información entre los accidentes de tráfico fortuitos y los abucheos intencionados. El PP está intentando desde hace dos meses -no sólo con ese cutre festival- secuestrar en beneficio propio la indignación ciudadana ante el asesinato de su concejal en Ermua. En el pecado, sin embargo, lleva el Gobierno de Aznar la penitencia: la impudicia moral de ese acto de necrofagia, la falta de adecuación entre los gustos de los populares y la sensibilidad estética de la sociedad española, la abusiva utilización de los aparatos del Estado (incluída RTVE) para fines partidistas y el brote de intolerancia sufrido por Raimon y Sacristán tendrán seguramente un precio calculable en votos.

Algunos portavoces del PNV han dado demasiado rápidamente por descontado que el lamentable festival del PP ha enterrado el espíritu de Ermua. Pero la actual movilización ciudadana en el País Vasco contra ETA constituye una manifestación en gran medida espontánea, encabezada no tanto por dirigentes de partidos cómo por líderes ,municipales. Como ha señalado el periodista donostiarra José María Calleja, los alcaldes demócratas de Llodio, Azkoitia, Basauri, Hernani, Ibarra, Zizurkil o Ermua están logrando expresar las emociones de la gente en contra del terrorismo por encima de las ideologías, las militancias partidistas y los sentimientos de pertenencia nacional: ese el auténtico espíritu de las jornadas de julio que ni siquiera el torpe ventajismo partidista del PP podrá sepultar.

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