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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La apropiación de los sentimientos

EL HOMENAJE al concejal asesinado por ETA Miguel Ángel Blanco, el pasado miércoles, en la plaza madrileña de Las Ventas tuvo momentos de gran emoción, como el de la intervención del grupo musical al que pertenecía, con el sonido grabado de su propia batería. Antes del acto de la noche, todas las fuerzas políticas democráticas habían manifestado su firme adhesión. Sin embargo, el desarrollo del recital puso de relieve el sectarismo de sus organizadores, al utilizar, en beneficio propio, los sentimientos de muchos de los asistentes y de los millones de televidentes que siguieron las actuaciones. Este uso sectario, incluyendo la vergüenza de los abucheos a Raimon y José Sacristán (los participantes más inclinados a la izquierda), era bastante previsible desde que se conoció que se había encargado la organización del acto a Fernando López-Amor, un ex diputado del PP reconvertido en director de la televisión pública y conocido por su tradicional generosidad hacia el adversario político. Pero lo que nadie esperaba fue el espectáculo ofrecido por Aznar en La Moncloa, partiéndose de risa al ritmo de la Macarena en la recepción a los artistas que colaboraron. Lo más preocupante de este conjunto de despropósitos es el efecto desmotivador que puede tener en Euskadi, donde cada día se libra la batalla contra la intolerancia de quienes asesinaron a Miguel Ángel Blanco. Algo mucho más serio.El PP ha confundido la ocasión de dar continuidad a la solidaridad compartida manifestada hace dos meses con un motivo más para hacerse propaganda: el propagandismo se ha convertido en la más nítida acción política de este Ejecutivo. Algunos parecen haber confundido un acto público en memoria de una persona cruelmente asesinada con una fiesta de paso del ecuador o una despedida de soltero. Hace dos meses, el hijo de un albañil gallego emigrado a Euskadi era asesinado por los mismos que han matado a otras 800 personas. El hecho de que, además, fuera concejal de un determinado partido no fue tenido en cuenta por los millones de personas que se movilizaron contra ese crimen. Parece increíble que nadie hubiera previsto que muchos ciudadanos, incluyendo las víctimas del terrorismo, iban a sentirse ofendidos por esa manipulación y por los agravios comparativos despertados por el espectacular despliegue de Las Ventas.

Hace dos años, tras el asesinato de Gregorio Ordóñez, otro concejal del PP, también hubo un festival cuya iniciativa correspondió al cantante Javier Gurruchaga. Y también se creó una fundación con el nombre de la víctima: una fundación plural, creada a iniciativa de la viuda del concejal donostiarra y en la que, junto a dirigentes del PP, figuraron desde el conmienzo personas que nada tienen que ver con ese partido. Si ya existía esa fundación, ¿por qué crear ahora otra con el nombre del concejal de Ermua? ¿O por qué no se hizo con los centenares de víctimas de los torturadores, muchas de ellas anónimas? ¿Se creará una fundación más con el nombre del policía asesinado el pasado viernes?

La solidaridad con las víctimas del terrorismo debe mostrarse con la elegancia que requiere el caso, sin que ningún demócrata pueda sentirse abochornado o incómodo. Y el miércoles se hizo alarde de esa inelegancia.

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