De un fotógrafo, no
A Lady Di, el destino, la velocidad, algo de alcohol y esa mala suerte que siempre le ha perseguido velaron su última foto. Una maldita foto que ha servido para que los nuevos paparazzi, los que despellejan a unos y a otros en coloreados programas de televisión, reconozcan a los presuntos asesinos en los reporteros gráficos, quizá un poco pesados, que despectivamente llaman carroñeros, paparazzi ó fotógrafos del corazón.Se han olvidado que los paparazzi dieron la noticia del romance con Dodi, descubrieron las desavenencias de Diana con el príncipe Carlos de Inglaterra, informaron sobre los escarceos de la todavía princesa de Gales con el capitán James J. Hewitt y pusieron la primera letra de todas estas historias con las que se han escrito muchas páginas de periódicos, revistas de las llamadas "serias" y muchas horas de televisión y de radio.
Hay que reflexionar, ¡claro! La intimidad, la privacidad, todo está muy bien, y es tan necesario meditar para defender estos derechos como para regular la labor informativa de estos profesionales. No todos ellos venden exclusivas: otros muchos informan sobre una actualidad que demandan los propios medios y la sociedad. Pero no desprestigiemos al eslabón más débil de la cadena, al que, en la mayoría de las ocasiones, nadie escucha. Normalmente acaban en una comisaría y a los seis meses en un juicio de faltas. El perseguido, finalmente, ni se presenta.
Pero ahora somos demasiados. Confío en que la Constitución y la justicia de este país permita que nos concienciemos de nuestros errores y del daño que podemos ocasionar, sin que se nos juzgue en la plaza pública como si fuéramos unos encapuchados con un cóctel mólotov en la mano. De ésos sí hay que huir; de un fotógrafo, no.
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