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54º FESTIVAL DE VENECIA

Sorprendente 'Lección de tango' de Sally Potter

En el ecuador de la Mostra, el concurso sigue sin aportar una película importante

ENVIADO ESPECIALMientras el cine rutinario sigue desfilando en un concurso hasta ahora sin pena ni gloria, fuera de él ocurren películas con gancho, que alborotan a la enorme clientela de cinéfilos de medio mundo que hacen casi intransitables los itinerarios entre sala y sala y crean. insoportables aglomeraciones en las puertas de acceso a ellas. Una de estas obras alborotadoras es la Lección de tango que ha traído -dirigida, protagonizada y por lo visto vivida personalmente por ella y el tanguista argentino Pablo Verón- la cineasta británica Sally Potter. Todos hablan aquí de esta sorprendente fusión entre ficción y vivencia en la docena de ceremonias (filmadas en un calculado claroscuro intenso) de tangueo entre la dama británica y el joven barbudo bonaerense.

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Recuérdese Orlando, estrenada en España hace unos años. Allí, Sally Potter dio una lección de buen gusto pictórico y de entrega a la composición minuciosa, casi miniaturista, de un retrato fílmico del héroe-heroína del libro de Virginia Woolf. Pero la película le salió empalagosa. Estaba demasiado llena de estampitas demasiado quietas y, sobre todo, incurría en un excesivo y algo estomagante preciosismo en la composición de las brillantes, y con regusto decadentista, imágenes.Ahora, en cambio, la cineasta británica nos da una Lección de tango con igual o mayor entrega y minuciosidad, pero esta vez no empalaga ni se dedica a componer quietudes, sino que imprime una fuerte dinamicidad en la pantalla. Mueve, incluso arrastra Sally Potter con el vaivén erótico y el empuje emocional del diálogo (a veces armonioso y a veces conflictivo, discordante) de los cuerpos, bellamente capturados por la cámara, del sorprendente emparejamiento tanguista que compone ella misma con él argentino Pablo Verón.

Escuela de pasión

Dice Sally Potter que "el tango es más que un baile, es una escuela de pasión", que la cautivó hasta llegar a obsesionarla nada más entrar en una de sus más afamadas aulas. Se prendó, se enamoró de la música de Héctor Piazzolla cuando en París, hace tres años, asistió a su espectáculo Tango argentino: "Allí vi bailar por primera vez a Pablo Verón y quedé fascinada", en el borde del estupor. La mujer voló inmediatamente a Argentina y dejó abandonado en su mesa de trabajo londinense, en el lado cercano a la papelera, el guión de una película, Rage, en el que estaba sumergida: ', Aterricé en Buenos Aires con una idea fija: tomar lecciones de tango". Y pasó semanas, meses, noche tras noche hasta el alba, bailando tangos y más tangos secuestrada "por el gozo físico y espiritual de este juego de entrelazamiento de cuerpos".

Sally Potter roza los cincuenta años, pero para ella trabajar no es una fuente de cansancio y de quebranto, sino "un acto de amor, incluso en sentido libidinoso. Por eso", prosigue la cineasta británica, "mezclar este rasgo de mi carácter con la sensualidad del tango y con la atracción que sentía por Pablo Verón hizo arder mis emociones. Y me las arreglé para contagiar con la magia de este ardor, primero a la escritura de la película; y después a las imágenes".

"No fue fácil", añade Sally Potter, "pero convencí a Pablo Verón de que era imprescindible para la película que esta emoción de que hablo estallase en nuestros bailes, de que frente a la cámara ambos debíamos no sólo bailar sino también introducir en los tangos los componentes interiores, emocionales, que sólo el rostro puede formalizar y transmitir, como son el llanto, el goce, el miedo, el agradecimiento, el estupor, el dolor".

Y sin nada de por medio que distrajese la mirada. Por lo que, aunque empleando algunos negativos de color, la cineasta decidió filmar los encuentros danzados entre Pablo Verón y ella en un estricto blanco y negro, colores que ella considera básicos, primordiales en la imagen cinematográfica.

"Sólo el blanco y negro", dice Sally Potter, "puede crear la ilusión mágica del claroscuro, de una auténtica ruptura de límites entre luz y sombra y entre cuerpo y cuerpo, que es mi manera de ver esta expresión ritual danzada del hecho' de amar, de luchar y de vivir".

Universalización

Habla mucho y está dando mucho que hablar aquí esta elegante señora británica, delgada, de mirada oscura, con rasgos largos y angulados en un rostro de mujer adulta encaramado sobre un cuerpo (casi aniñado) de adolescente tardía o tal vez incorregible. Y todo indica que su película, sin armar colas ni alborotos, contribuirá mucho a la nueva marea (desde hace unos años imparable) de universalización del inagotable misterio del baile arrabalero porteño.

Mientras tanto, las películas del concurso en este 54º Festival de Venecia se han estancado en un tono medio tirando a bajo. Tras la nadería francesa El séptimo cielo, de Benoit Jacquot, llegaron una rutinaria y previsible road movie estadounidense titulada Niagara Niagara, que sin ser totalmente mala nada aporta al género; y dos incomestibles empanadas mentales napolitanas: Paseo de la Luna entre la Tierra y el mar y Los vesubianos, que presumiblemente no saldrán del cerco del consumo casero italiano. Por contra, el polaco Jerzy Stulir trajo una inteligente y notable Historia de amor, película muy deudora del estilo del fallecido Krysztof Kieslowski que tiene fuerza, precisión, humor y verdad dentro.

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