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Tribuna
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El Monstruo

El 28 de agosto de 1947, un 'miura' hería de muerte a Manolete, figura legendaria de la fiesta y torero honesto y vertical

Santa Marina era el barrio torero por excelencia de Córdoba. Allí, en la calle de Tomás Cabrera 2º A, nació el 4 de julio de 1917 Manuel Laureano Rodríguez Sánchez, con el tiempo apodado Manolete, como antes lo fuera su padre, también matador de toros. Por la rama materna le venía el parentesco con el Bebé, los Lagartijo, Mojino, Manene, Recarcao y Machaquito.Cinco años tenía Manolete cuando murió su padre sin dejar nada acomodada a la familia. Hijo, nieto, primo, sobrino, amigo de toreros, tenía que ser torero. Lo daba la casta, el barrio y la necesidad. El flacucho chaval, serio y triste, acabó jugando al toro como los compañeros de la plaza de la Lagunilla y el campo de la Merced. En un herradero de la finca Lobatón se probó a los 12 años con unas becerras y no anduvo mal. De ahí saldrían los tentaderos, los festivales y algún que otro puntazo. Alternando con su primo Bebé Chico y la torera Juanita Cruz, debutó como novillero en Cabra el domingo de Resurrección de 1931. Durante un tiempo figuró en la parte seria de Los Califas, un espectáculo cómico-taurino-musical cordobés. A la plaza de Tetuán de las Victorias en Madrid acude de novillero el 1 de marzo de 1933 con dos mexicanos y Varelito Chico. La crítica no echa las campanas al vuelo, pero deja ya constancia del sello que le acompañaría toda la vida: el de formidable estoqueador. Torea donde puede y el servicio militar se lo permite, durante la guerra. Ha cuajado en novillero con estilo propio, y José Flores, Camará, se decide a apoderarle en 1939, año de su alternativa en Sevilla de manos de Chicuelo. Le faltan dos días para cumplir 22 años.

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Marcial Lalanda le confirma como matador en Madrid en octubre del mismo año y allí comienza una fulgurante y cortísima carrera en la que cobró los más altos honorarios hasta entonces conocidos. Dos campañas hizo en América y llegó a ser el ídolo de México. El año 1946 no toreó en España, salvo una memorable corrida de Beneficencia. Al año siguiente triunfaría también en Madrid a cambio de una cornada.

La plasticidad del toreo vertical de Manolete, unida a su honestidad y su entrega, le convirtieron en un fenómeno de atracción nacional e internacional. Con él se cumplía la gran profecía de Belmonte: "Saldrá un torero que toree bien el 90% de los toros... " Quien llenó esa esperanza no consiguió pasar los 30 años, herido de muerte en Linares hoy hace medio siglo.

El último día

En la habitación grande de la planta baja del hotel Cervantes de Linares hay dos camas, una para Manolete y otra para Camará. Han llegado deshechos del largo viaje de Santander, donde las cosas salieron bien. Manolete está cansado de la temporada y del público, que cada día exige más. Entran a saludar los íntimos de la prensa de Madrid -Bellón y K-Hito- y los punteros del ambiente -Balañá, Colombí, Camacho y algunos otros-. La corrida de Miura escogida para la feria no es grande. Todos tratan de quitarle importancia, menos Manolete, obsesionado con la idea de que hay que darle más al público.

Lleno en la plaza de Linares. Al romper el paseíllo hay una gran ovación para Manolete, que recoge casi desde el centro del ruedo. Luego invita a Gitanillo de Triana y a Luis Miguel Dominguín a compartir los aplausos. En el primero, Gitanillo hace un buen quite y Manolete lo mejora por verónicas. El segundo está justo de fuerzas y el Pimpi no le pega mucho en varas. La faena de Manolete con la derecha se remata con tocaduras de pitón y la testuz acariciada. Con pinchazo y estocada corta, recoge una fuerte ovación.

Luis Miguel ha venido a arrasar. Bien con el capote y tres excelentes pares de banderillas. La faena de muleta es muy jaleada, pero pincha tres veces y da dos descabellos. Conceden una oreja, pero los tramposos banderilleros le llevan' las dos y el rabo. El gitano Rafael mata al cuarto con dignidad.

El quinto miura se llama Islero y es negro entrepelao, posiblemente tocado en los pitones. Ramón Atienza le mete hasta las cuerdas de la puya, y en banderillas, Cantimplas y Gabriel González pasan apuros. La faena de Manolete está muy por encima de las condiciones del toro. Los derechazos y las cuatro manoletinas ajustadísimas encienden al público. Hay un intento de molinete de rodillas, fuera del repertorio habitual. Manolete se perfila en corto y hace la suerte de matar despacio y marcando los tiempos. Se hundía el estoque en el toro y, al tiempo, el pitón en el muslo derecho del torero. De cabeza cayó después de girar sobre el cuerno. En el traslado a la enfermería, se equivocan de camino las asistencias; en el ruedo quedan dos regueros de sangre.

"Don Luis, no veo"

Cuarenta minutos de operación para una cornada en el fatídico triángulo de Scarpa con una trayectoria hacia arriba de 20 centímetros y otra hacia abajo de 15 centímetros. Rota la safena y contorneando la femoral. El doctor Garrido dio pronóstico muy grave.

Cuando, sobre las ocho de la tarde, cesó el efecto de la anestesia, Manolete se quejó a su primo el banderillero Cantimplas: "Pelu, ¡cómo me duele la ingle!". Y pidió un vaso de agua. En la enfermería, llena de gente que no pintaba nada allí, permaneció aún mucho tiempo. Después se le trasladó en camilla llevada a pie hasta el hospital de Linares. Por carretera venía, de refuerzo médico desde El Escorial, el doctor Luis Jiménez Guinea, cirujano jefe de la plaza de Las Ventas.

Declaraciones de un hijo del doctor Garrido atribuyen a un plasma en mal estado el agravamiento y muerte de Manolete. Se sabe de la zozobra del torero al ver que no le operaban de nuevo. Jiménez Guinea se convirtió en receptor de los últimos momentos: "Don Luis, no siento la pierna", le dijo el torero. Y al rato: "Don Luis, no siento la otra". Con la última queja -"Don Luis, no veo"- comenzó la agonía.

Eran las cinco horas y siete minutos de la madrugada del 29 de agosto de 1947 cuando Camará le cerró los ojos al torero de más leyenda de toda la historia.

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