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Tribuna:UN PIONERO DEL LIBERALISMO
Tribuna
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Blanco White o la invitación a la concordia

De todas las exhumaciones literarias a las que los bibliómanos somos aficionados, pocas hay más reconfortantes, al menos para mí lo fue y lo sigue siendo, que la de El Español, revista mensual cuya publicación en Londres, entre 1810 y 1814, se debió al patriotismo inteligente de uno de nuestros más genuinos liberales: el sevillano José María Blanco White.Sus páginas merecen hoy una reedición urgente, porque todas ellas aportan luz a nuestro marco constitucional y generosidad a nuestras controversias políticas.

Baste esta cita de sus Reflexiones generales sobre la revolución española, incluidas en el primer número de la publicación, ante la convocatoria en Cádiz de nuestras primeras Cortes Constituyentes: "La España, nación que se puede decir agregada de muchas según la progresiva accesión de los reinos que la componen, no había tenido tiempo de reunir a sus habitantes por el influjo de un gobierno feliz e ilustrado, que bajo la uniformidad de las leyes hace olvidar a los pueblos las preocupaciones de rivalidades antiguas". A pesar del tiempo transcurrido, sobra toda glosa. Blanco, a quien la mediocridad ultramontana tachó de renegado y resentido, sin conocer su obra, como suele ocurrir en todo dicterio fanático, era sin duda un español de ley, fiel a sus raíces y, por ello, lúcidamente crítico. Así, en el prólogo a la primera edición (1822) de sus Cartas de España, encontramos un testimonio rotundo de esa actitud, al declarar que "España, con todos sus defectos, es y seguirá siendo el objeto de su amor", testimonio que tiene el valor de la fidelidad manifestada gratuitamente ante extraños y en la lejanía del objeto amado. Pero ese patriotismo libre, a fuer de fiel a sí mismo, y liberal, por su ecuanimidad de juicio, como diría Marañón, no encontró reconocimiento ni siquiera entre los primeros liberales, los del Cádiz constitucional de 1812, aquellos que al acusarle injustamente pusieron en evidencia los límites de su alardeada tolerancia. , Blanco, afortunado al fin en su voluntario alejamiento, bebió en las fuentes del auténtico liberalismo, desde la tertulia de Lord Holland, en la que tanto se hablaba de España, luego en aquel escenario cultural insuperable de los llamados "apóstoles de Oxford", con Whately, Pusey, o el que sería cardenal converso Newman, así como en su relación con el patriarca del liberalismo político, John-Stuart Mili. Ello explica que su pensamiento se aparte de la abstracción y de las generalidades y se amarre a lo concreto y consuetudinario, a lo personal e intransferible. De ahí su permanente defensa, en todos los ámbitos, de la libertad de conciencia, presupuesto y savia de todas las demás. . De su crítica a los constituyentes gaditanos llama la atención su exaltación del papel del poder judicial, del que dice "que necesita gran miramiento y tino", porque "de ese poder depende cuanto es y cuanto tiene el ciudadano". "Un poder", añade, "que mal organizado en lo más pequeño se convierte en instrumento de opresión y tiranía, en propagador de la corrupción pública". Pocas voces hay en nuestra historia política que, con más vigor que la de Blanco, hayan clamado en el desierto contra el sectarismo excluyente y descalificador. Así, en junio de 1813, escribe en El Español:

"La España no sólo consta de liberales, como quieren llamarles; nombre bajo el cual se ocultan muchas ambiciones, muchas envidias y muchas ligerezas; hay clases numerosas y dignas de la mayor consideración, que deben entrar a la parte en los intereses nacionales, con sus ideas e inclinaciones, sean éstas como fueren. De la mezcla y modificación de liberales y serviles debe resultar el orden de cosas que únicamente puede convenir a España". Esta invitación transversal a la concordia, más allá de las facciones o partidos, se resume en este postulado, que hoy podríamos denominar de consenso centrista: "Más vale caminar de acuerdo hacia el bien en una dirección media que haga moverse a la nación entera, que no correr de frente atropellando y pisando a la mitad de ella".

No cabe mejor definición de lo que hoy, en una estrategia social de avance democrático, debería impulsarse. Porque nada sería más rentable, en el actual contexto de pacto político y de progreso económico, que fortalecer las sinergias intelectuales en torno a la libertad como principal valor de nuestro ordenamiento jurídico y de nuestro sistema político. No se trata, por tanto, de una iniciativa ideológicamente neutra o con vocación de conciliar lo que en, la realidad política resulta inconciliable. Es, lisa y llanamente, una apuesta por articular, en la España real de nuestros días, un pensamiento liberal con el que puedan identificarse cuantos ciudadanos, partidos o plataformas, de ámbito nacional o autonómico, asuman como propias las ideas que naturalmente encajan en ese pensamiento.

Para identificar esta iniciativa, ya se articule como fundación o asociación, bien vale el nombre de Blanco White. Es éste un eslabón perdido que, por su extraordinario, valor cultural y ético, nos urge recuperar.. No me refiero sólo a una recuperación bibliográfica, para la que algo importante han hecho en los últimos años, entre otros, Vicente Llorens, Juan Goytisolo, Manuel Moreno o Antonio Garnica. Mi propuesta de reconciliación histórica, que no pasa de insinuación personal, es de naturaleza pública o política en el sentido más amplio.

Se trata de encontrar un escenario adecuado para aportar soluciones nuevas a problemas viejos de nuestra sociedad y de nuestro Estado. Soluciones que pongan el acento en el protagonismo de cada ciudadano y en su dignidad como persona con propio. Un protagonismo derivado de la articulación de dos principios capitales: el de la responsabilidad de sus propios actos y el del respeto o tolerancia hacia los demás.

Esto exige también el fomento de una cultura social nueva en la que cuente más la libre iniciativa que la mediatización arbitrista de los poderes públicos. Una cultura que desvele la ilusión de vincular a éstos el progreso social duradero.

Al mismo tiempo, el espacio que se postula debiera ser realmente, desde su origen, un lugar de encuentro interpartidario y transversal, y ello por no poder considerarse hoy el liberalismo patrimonio exclusivo de un partido. Esta apertura de horizonte no supone, sin embargo, diluir la marca liberal en una especie de humanismo débil; por el contrario, el auténtico liberalismo sólo llega a las conciencias en las que la libertad se vive como riesgo personal y no como subsidio otorgado.

Hoy, cuando los programas liberales impregnan incluso políticas que se camuflan con otras etiquetas, es urgente que los españoles, aun tardíamente, tengamos un foro que, en primer lugar, de voz propia a nuestra sociedad civil y, en se gundo lugar, nos descubra el rostro oculto de un liberalismo que, como decía Madariaga, va más allá de la libertad del dividendo. Un liberalismo que conviva, en el respeto de una fecunda controversia, con el socialismo democrático, uno y otro a cara descubierta.

De ese debate cabe esperar criterios sólidos que enfríen tensiones políticas circunstanciales, propuestas fundadas que ofrezcan a los actores políticos soluciones razonables a problemas reales y, por último, pautas que configuren una opinión pública activa y, a la vez, receptiva, gracias a una comunicación fluida y. no manipulada entre ciudadanos y poderes públicos. Una comunicación que sea fruto de un impulso social sostenido y no de campañas sectarias y episódicas.

Al patrocinio moral e intelectual de esa aventura acude hoy en solitario, con el único aval de su obra y de su propio testimonio de fidelidad a sí mismo, el aliento y el nombre de Blanco White.

Claro J. Fernández-Carnicero es subsecretario de Medio Ambiente.

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