_
_
_
_
Reportaje:

Pasarela hacia el Sur

La cervecería El Brillante de la glorieta de Atocha y del Emperador Carlos V es un paradigma luminoso de adaptación a los tiempos, un ejemplo fulminante de cómo algunos establecimientos tradicionales madrileños han sabido capear la ofensiva de las comidas rápidas sin perder sus esencias castizas, pero incorporando a su arsenal de proteínas muchas de las armas de sus enemigos.En El Brillante se despachan sin tregua orondos bocadillos de calamares y longilíneas y quebradizas baguettes, chapatas y callos a la madrileña, pizzas, churros, patatas bravas, hamburguesas y boquerones en vinagre, palomitas de maíz y lo que haga falta, para no perder el tren, de los tiempos que parte de la estación de Atocha.

La cervecería atiende a los asépticos viajeros del tren de alta velocidad AVE y a los sudorosos usuarios de las líneas de ferrocarriles de cercanías. Turistas y forasteros recién desembarcados se paran un momento a descifrar los múltiples y coloridos reclamos del establecimiento, su omnívora carta de especialidades autóctonas e internacionales.

Los numerosos gorriones que picotean entre las mesas de la terrazaa de El Brillante tienen fama de ser los más voraces y peleones de su innúmera grey urbana.

Ajeno a sus campales disputas y asechanzas, el cronista bebe cerveza y pasa revista desde su confortable apostadero a los transeúntes, muchos y con muchas prisas, en esta mañana que señala el inicio de una nueva tanda de vacaciones.

El cronista prefiere hoy darle la espalda al férreo y negrísimo caparazón de la estación de Atocha, decimonónico por un pelo, adelantado de la ingeniería constructiva del siglo XX alumbrada por Eiffel. Liberado de aquel horrendo scalextric, mayoritariamente odiado por nativos, residentes y viajeros en tránsito, el formidable hangar impone de nuevo su presencia con autoridad sobre el paisaje de la plaza, pero el cronista hoy está más atento al paisaje humano que hormiguea por sus aceras.

La generalizada tendencia hacia el pantalón corto de la población masculina adulta durante la estación estival ofrece un heteróclito y bastante lamentable surtido de pantorrillas peludas, rodillas prominentes, piernas que emergen como badajos de campana por la embocadura de flameantes shorts y audaces bermudas.

Extremidades más tímidas cuando más adultas que se ruborizarían si pudiesen ante la osadía de s dueños, que han decidido exhibirlas de la noche a la mañana, sin previo aviso, tras largos años de pudorosa cautividad.

El cronista omitirá por fin el párrafo paralelo dedicado a las extremidades femeninas, planteado desde un prisma mucho más favorable, desde una subjetividad impropia de su oficio. A las piernas femeninas, desde luego, se las nota más oficio, un atávico y faldicorto desparpajo para desfilar por esta improvisada pasarela Atocha que se ha montado para su exclusivo disfrute el observador matutino, que se reprime para no aplaudir al paso de las creaciones más espectaculares del diseño vestimentario popular y espontáneo, vivero de tendencias de vanguardia y sagrada urna en la que se conservan las más rancias tradiciones celtíberas en materia de trapos.

El cronista contabiliza incluso un par de boinas firmemente atornilladas a los respectivos cráneos de una pareja de rubicundos y provectos campesinos a los que les faltan la faja, la garrota y la cesta de las gallinas para homologarse como émulos de Paco Martínez Soria, humorista autóctono y aragonés, que así ataviado incorporó en esta plaza el arquetipo cinematográfico del paleto recién llegado a la urbe, adalid socarrón de la gramática parda y náufrago amenazado por los embates del tráfico de una ciudad que no era para él.

. De vez en cuando, la visión del observador es entorpecida por las amplias espaldas de un vigilante jurado que ha contratado la cervecería para imponer espeto a los gorriones y a los pedigüeños, a los escandalosos y a los amigos de lo ajeno, que siempre contaron con la glorieta de Atocha como una de sus primeras plazas, coso de actuación preferente de habilidosos carteristas, descuideros y timadores.

En las proximidades de la estación bordó un genial Tony Leblanc su creación del tonto del timo de la estampita, modelo inalterable para numerosos imitadores de la vida real.

El guardia de la terraza ha detectado al primer golpe de vista el merodeo subrepticio de una joven yonqui que trata de disimular vistiendo sus mejores galas su condición mendicante.

Delgada y quebradiza como una baguette, crucificada bajo un holgadísimo ropón que cuelga informe hasta sus descarnados tobillos, sobrada de maquillaje y huérfana de dientes, la infeliz esfinge se ha dejado caer en la mesa que ocupa una robusta, rubia y desmañada walkiria germánica que escribe postales y sorbe un granizado de limón con pajita. El celoso guardián desbarata el intento de aproximación con un sencillo y autoritario gesto, sin derrochar una palabra.

La glorieta de Atocha y del Emperador Carlos V sigue siendo la puerta meridional de Madrid, su frontera al Sur. La estación ferroviaria, "la más hermosa y mejor situada de Madrid", escribe Répide, sustituye a una construcción anterior ubicada en el mismo emplazamiento desde la que partió el primer ferrocarril, que llegaba hasta Aranjuez, el Tren de la Fresa, en 1851, y que fue devorada por un incendio años después.

La nueva estación nació desde luego incombustible, aunque tenga el color del carbón.

Otro edificio singular de la glorieta, contemporáneo a la estación, es el del antiguo Ministerio de Fomento, hoy Ministerio de Agricultura, obra del arquitecto Ricardo Velázquez, que destaca por sus patios interiores cubiertos de hierro y cristal y por los grupos escultóricos que coronan su fachada, obra del artista Querol.

Las esculturas encaramadas en su cubierta en realidad son copias más ligeras de las originales, que con su peso hacían peligrar la seguridad del edificio.

Posteriormente, los originales de estas grandes esculturas, que durante años languidecieron en un almacén "a la espera de destino, fueron instalados en la plaza de Legazpi en medio de una operación desplegada con gran aparato, dadas las enormes proporciones en juego.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_