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El abuelo del 'blues'

Diego A. Manrique

De John Lee Hooker se sabe que nació un 22 de agosto en Clarksdale, Misisipí. Menos claro es el dato del año. Aunque los libros mencionan 1917 -lo que le convertiría en octogenario-, el propio Hooker ha contado que vino al mundo dos, tres o cuatro años más tarde. El motivo de proclamar que nació en 1917 era, asegura, ingresar en el Ejército -"Las mujeres se volvían locas por los soldados"-, pero, puesto que no se le ha visto de uniforme, cabe maliciar que su coquetería le impulsa a quitarse años. Lo cierto es que ayer celebró actuando en el Festival de Blues de Long Beach, donde está su residencia de verano.Tenga 77 u 80 años, lo cierto es que John Lee constituye el principal eslabón viviente que une al blues actual con sus sombríos orígenes en el delta del río Misisipí. No falta nada en su biografía: una familia rota (fue su áspero padrastro quien le enseñó los rudimentos del blues), el duro trabajo de agricultor, la fuga a los 14 años hacia Memphis...

Como Muddy Waters, Howlin Wolf y otras voces profundas, escapó de la pobreza sureña viajando hacia el norte de Estados Unidos. Tras una parada en Cincinnati, terminó en Detroit durante la Il Guerra Mundial. Empleado en la industria del automóvil, se ganaba un sobresueldo cantando en antros donde otros emigrantes sureños se curaban las penas con alcohol. Era gente dura y alborotadora que obligó a Hooker a adoptar la guitarra eléctrica. Sin traumas, ya que Hooker se maravilló de contar con un instrumento que multiplicaba su sonido y aumentaba su poder sobre los oyentes.

El arte obsesivo de Hooker tiene mucho de encantamiento, de amenazadora brujería. En realidad, no se parece al de otros coetáneos surgidos de las tierras del algodón: ni raspa las cuerdas con slide ni respeta las férreas estructuras convencionales. Su blues es elástico e imprevisible, una guitarra que proporciona ritmo y comentario a su voz ancestral mientras que el pie golpea el suelo. Una expresión personalísima que hace pensar en los griots africanos: desde Ali Farka Touré a algunos gnaua marroquíes, son muchos los músicos del África negra que se han reconocido en Hooker.

Puede sonar primitivo, pero Hooker ha resultado un artista asombrosamente adaptable a diferentes contextos musicales. A partir de 1948, grabó en solitario pero prefería contar con grupos pequeños, aunque sus acompañantes sufrían para seguirle. El público del ghetto no se saciaba y Hooker publicaba infinidad de discos extraoficiales, bajo curiosos seudónimos, como si no fuera inmediatamente reconocible.

Cuando los gustos de los compradores negros cambiaron, Hooker encontró acomodo en el mercado blanco entre los amantes del folk (Bob Dylan era uno de sus publicistas). Al poco le llegaron noticias de que en el Reino Unido habían conjuntos que se basaban en sus grabaciones y allí acudió: ahora no le asombra que los Rolling Stones le quieran como telonero.

A finales de los ochenta, su carrera se relanzó con The healer, el, prototipo de los discos de leyendas: infalibles clásicas regrabadas con famosos del rock. De repente, todos querían beber en su fuente atávica: Miles Davis, Pete Townshend o Branford Marsalis. El principal lazarillo ha sido Van Morrison, que figura como productor en su más reciente trabajo, Don't look back, donde desdichadamente se comprueba que Hooker está perdiendo fuelle.

Ahora ya no puede viajar y bien que lo siente: "Yo quería ir a esa cumbre de guitarras de Sevilla y el doctor no me dejó". Pero todavía se le puede ver en algún local nocturno,' sobre todo cuando canta su hija Zakiya. Va siempre rodeado de mujeres hermosas y con su uniforme de patriarca: traje negro, camisa de color vivo, tirantes, sombrero de fieltro, calcetines con estrellas... El mensaje es directo: "Soy John Lee Hooker; cuando me hicieron, rompieron el molde".

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