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FERIA DE BILBAO

El enganchón es bello

Una de las faenas con más enganchones que servidor haya visto jamás le aplicó Juan Mora al inocente toro cuarto, y le aclamaba el público, exigía música, pidió la oreja, abroncó al presidente por no concederla. Nunca hubiera podido imaginar servidor que los enganchones provocaran semejante entusiasmo. El enganchón es bello, al parecer. Como la arruga.Ya pueden los taurinos apresurarse para hacer campaña. Ahí tienen argumento para seguir con el desmadre en que han convertido el toreo. Igual que un avispado comercial consiguió ponerles a los trapos de fregar precios de fino paño inglés propagando que la arruga es bella, las faenas caóticas y trapaceras pueden pasar por monumentos al arte de torear divulgando hábilmente la especie de que el enganchón es bello.

Flores / Mora, Ponce, Jesulín

Toros de Samuel Flores, grandes y cornalones (varios sospechosos de pitón), cinco rebasaron los 600 kilos; flojos, descastados.Juan Mora: estocada caída (petición y vuelta); estocada ladeada perdiendo la muleta (minoritaria petición y vuelta). Enrique Ponce: pinchazo y otro hondo trasero ladeado (silencio); metisaca, pinchazo hondo traserísimo caído y tres descabellos (silencio). Jesulín de Ubrique: estocada corta atravesada traserísima descaradamente baja (ovación y salida al tercio); tres pinchazos -primer aviso con retraso-, estocada atravesada tendida perdiendo la muleta,- se echa el toro, falla el puntillero segundo aviso-, acierta el puntillero (silencio). Plaza de, Vista Alegre, 21 de agosto. 6ª corrida de feria. Cerca del lleno.

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Víctor Puerto, ganador del trofeo Guetaria

Clientela no les ha de faltar. En Bilbao tienen una multitud fervorosa del enganchón, sin publicida dprevia ni nada.

La faena de Juan Mora al primer toro resultó movida y enganchada, aunque no tanto, y mereció estruendosas ovaciones, música de pasodobles, insistente petición de oreja. La del cuarto poseyó el indudable mérito de ofrecer las más surtidas e insospechadas maneras que puede emplear un torero para que el toro le enganche la muleta. El monstruarió del enganchón, como dirían los antiguos viajantes de habla catalana.

El espectáculo del enganchón no lo empleó Enrique Ponce, ni lo necesita. Enrique Ponce posee otros recursos que en tiempos de lidia real y fiesta verdadera eran inadmisibles, y ha logrado que se los ponderen cual si se trataran de virtudes teologales; elevarlos a la categoría de auténticas reglas del arte.

Torear con ventaja, circunscribir el toreo al derechazo, meter el pico, aliviarse a modo, aseguran los taurinos y su corte que es demostración de maestría. Así toreó Enrique Ponce a su primer toro, pegándole los pases por todo el redondel. Hasta que, el toro, descastado de suyo y nunca encelado, se desentendió del maestro presunto y prefirió arrimarse al abrigo de las tablas.

El quinto hizo de su descastada mansedumbre alarde y tan pronto Enrique Ponce lo sacó a los medios volvió grupas para marcharse al tercio. Ponce lo quiso torear y se abrió entonces un turno de expectación. Aquello se ponía interesante. El manso se mostraría esquivo mas allí estaba un maestro para ejercitar su poderío encelándolo y dominándolo.

La tauromaquia cuenta con un amplísimo repertorio de suertes encaminadas a este fin. Los maestros de la escuela clásica sabían cuáles habían de emplear a la primera y, si erraban, probaban otras o las iban combinando sabiamente con atención al temperamento y al poder, a los resabios y a las querencias, hasta reducir a la bestia.

Los viejos aficionados comentaban que una faena de maestro a un toro pregonao podía resultar mucho más intensa que cualquier exhibición estilística con un torito boyante. Y así ocurría en realidad.

Los tiempos han cambiado, sin embargo. Maestros de aquellos no quedan y si hubiera alguno ése no sería Enrique Ponce. El magisterio de Enrique Ponce se reducía al derechazo. Intentaba el derechazo, el toro se le iba suelto. Y repitiendo con tenaz insistencia esta mostrenca acción hasta pegar el petardo, dieron dos vueltas,al redondel. Dos vueltas: se dice pronto. Ni por causalidad intentó Ponce otras suertes de la tauromaquia. Como si no existieran. O quizá las desconoce, lo que, tal cual se la gastan las actuales figuras, no sería de extrañar.

El que toreó fue Jestilín de Ubrique. No mucho: un ratito. Lo hizo en el tercer toro, el más pastueño de la descastada corrida, al que templó y ligó una soberana tanda de redondos. Luego siguió toreando con alivio de pico e intercaló rodillazos, pero empleando cuidada pulcritud. Y no desperataba las pasiones de antaño. En el sexto, de casta asnal, estuvo voluntarioso y tampoco se lo valoraron. Se ve que le faltaba el enganchón.

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