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Twyla Tharp lleva la gran danza a Edimburgo

La coreógrafa estadounidense presenta 'Tharp!', un tríptico nostálgico y optimista

Twyla Tharp funde el clasicismo de las bellas artes con el pop y el ambiente kitsch en sus tres recientes coreografías, que presenta esta semana en el Festival Internacional de Edimburgo. La docena de veinteañeros bailarines que integran su nueva compañía pone a prueba la elasticidad de unos cuerpos que se mueven, oscilan y sufren convulsiones al ritmo de una partitura de Philip Glass y de vanas piezas musicales del repertorio tradicional americano. Tharp!, título genérico del ballet, marca la natural evolución del trabajo de la más relevante coreógrafa del momento.

Tharp viaja a Europa con un tríptico de danza que estrenó con gran éxito el año pasado en Estados Unidos. Habitual en su línea de creación, dos de las coreografías, Sweet fields y 66, tienen carácter autobiográfico y evocan, respectivamente, su niñez en el seno de una comunidad rural de quakers (cuáqueros) y el desplazamiento de toda su familia desde Indiana hasta el paraíso californiano siguiendo la famosa Ruta 66.La tercera, Héroes, con música de Philip Glass inspirada en el trabajo conjunto de Bowie y Brian Eno de finales de los años setenta, es una exploración personal sobre el significado y evolución del concepto de heroísmo a través de los tiempos. Coreógrafa y compositor habían colaborado anteriormente en In the Upper Room, la pieza de 1986 creada para el American Ballet Theatre. "En esta obra", explica Glass "Tharp sacó al ballet del formato obsoleto del siglo XIX y lo transportó hacia el mundo moderno".

La velada en el Edinburgh Playhouse se inicia con la música de Glass. Frente a un escenario desnudo, tres héroes se enfrentan entre sí y rivalizan con otros personajes. Los bailarines parecen olvidarse de sus propios cuerpos hasta el punto de que las extremidades se identifican con el mismo movimiento. "Buscaba gente que tuviera una formación técnica exquisita y un estado mental capaz de conquistar el mundo", explicó la coreógrafa durante la presentación de su nuevo repertorio y compañía.

Ambas características guían la trayectoria de Tharp. Con muy pocos años, destacó como una genuina niña prodigio que, en su ciudad natal de Indiana, combinaba la escuela con clases de piano, violín y viola. En California estudió ballet, taconeo, jazz, movimientos acrobáticos e incluso, flamenco de la mano de un tío de Rita Hayworth. "Me convertí en mi propia carcelera", recuerda de esta dieta extra-escolar en su autobiografía, Push comes to shoves. El eclecticismo de su formación le serviría en la vida profesional, que arrancó en 1965 con un baile minimalista, de unos cuatro minutos, titulado Tank dive. Para entonces, Tharp había ensayado con Martha Graham, Merce Cunningham y trabajado brevemente con Paul Taylor, estrellas del ballet neoyorquino.

Pero sus ideas claras y obsesión por transformar las reglas del juego del ballet pronto le encaminaron hacia la vía independiente. Con su propia compañía, que deshizo en 1988 tras tres décadas de continuos trabajos, Tharp fusionó el elitismo del ballet más clásico con coreografías inspiradas en la herencia popular americana. Por ello, el soporte musical de su repertorio combina el jazz y la música de Bruce Springsteen, David Byrne, Frank Sinatra, Beach Boys y demás artistas de su época con piezas clásicas de Mozart, Bach, Britten, Haydn, Albinoni y otros maestros. El tríptico actual se compone de himnos de la comunidad shaker, sonidos del pop, blues y country, además de la mencionada partitura de Glass. El campo de acción de Tharp es ilimitado y su energía exuberante: desde piezas para Mijaíl Barislinikov, con quien bailó en Push comes to shove, su coreografía de 1976, hasta creaciones para el ballet de la Opera de París, el Royal Ballet de Londres, el American Ballet Theatre y su propia compañía.

Utopía y realismo

"Tiene una peculiar filosofía del ballet. No cree en los protagonismos de uno o dos bailarines, sino en la democracia de toda la compañía. Parte de un enfoque sociológico que evolucionó desde la utopía igualitaria, característica de sus primeras coreografías, al realismo de los últimos años. Esta progresión ha sido y es totalmente natural", ha dicho la profesora de danza Chris Challis durante una charla en Edimburgo.Tharp, de 52 años, dejó recientemente de bailar. Su experiencia y vitalidad siguen, sin embargo, en los escenarios. Su actual trilogía desprende un aire de optimismo y un ansia de libertad contagiosos. Sweet fields, basado en movimientos libres y veloces, es un homenaje a la vida en comunidad y al trabajo diario en armonía. La pieza final, por su parte, la cómica 66, evoca el verano del amor con la ayuda de unos pasos de jazz y estudiados saltos clásicos que progresan aritméticamente. Ambos trabajos son nostálgicos de épocas pasadas, pero Twyla Tharp evita que caigan en el sentimentalismo.

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