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Esperando la carga del elefante

950 millones de indios celebran el medio siglo de libertad con un plan para hacer de un país cargado de problemas un gran protagonista del siglo XXI

"Antes de la independencia, aquí había árboles, tigres, panteras, monos...", dice Suti Samná, un viejo vestido casi con andrajos que recuerda cómo era su pueblo hace medio siglo, pero que no recuerda su edad. Al hablar, Suti extiende su mano por los campos de Thuthi, una aldea de 155 familias en el extremo noronental del Estado de Gujarat, en el límite mismo con Rajastán y Madhya Pradesh. Ya no hay animales salvajes y hasta hace poco casi no había verde. Pero el campo está recuperando su viejo color de árboles y cutivos, en drástico contraste con lo que se ve al otro lado del río, las laderas completamente peladas de Rajastán.La diferencia entre ambas riberas es fruto de un proyecto popular de irrigación concebido por N. M. Sadguru, que lleva veinte años en esta región de Dahod tratando de crear riqueza y desarrollo al frente de una fundación que lleva su nombre, para la que cuenta con financiación de la Unión Europea y de la fundación del agá Jan. Es una zona en la que el 60% de la lluvia del año cae en 20 días, y de esa cantidad, la mitad en 20 horas, por lo que los cauces de los ríos están prácticamente secos la mayor parte del año.. Ahora, gracias a una pequeña presa construida mano a mano por los vecinos de Sadguru y por los de la aldea, la paupérrima Thuthi se ha convertido en un lugar que a ojos de sus vecinos es casi el paraíso.

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Gita, hijo de Suti, es, a sus 45 años, casi también un hijo de la medianoche, como Salman Rushdie bautizó a los nacidos al tañer de las campanadas de la independencia: "Ahora, con el riego, podemos cultivar la tierra y antes no hacíamos nada. Íbamos a la ciudad a buscar trabajo y ahora ir a la ciudad es un placer". Los 15 miembros de cuatro generaciones de la familia Samná se amontonan en una casa cobertizo con varias piezas junto a la que merodea algún ganado y desde la que cada mañana parten para atender las casi cinco hectáreas del patrimonio familiar. No tienen radio, ni televisión, ni luz, ni saben quién es el primer ministro.

Un viaje al pasado

Thuthi es un viaje al pasado, a algún momento de la Edad Media. Y sin embargo, Sadguru está exultante. Lo mismo que los 15 vecinos de la aldea. Uno de ellos, con dos hijos pequeños, incluso aspira a que algún día lleguen a ser médicos o maestros. "Y si no estudian, que al menos se queden con la tierra, que no sean obreros".A los cincuenta años de la independencia, Thuthi es todo un alegato contra las bienintencionadas promesas de Nehru en aquella vibrante medianoche del 14 de agosto de 1947, llegada la hora de que la India cumpliera su cita con el destino, cuando habló de "acabar con la pobreza, y la ignorancia, y la enfermedad, y la desigualdad de oportunidades". "Nehru había luchado por la libertad, su máxima prioridad era mantener el país unido. No sabía cómo desarrollar la economía del país", explica Tarun Das, director general de la Confederación de la Industria India. "Europa estaba hecha un desastre y Nehru envió una delegación a Moscú. 'Aquello es maravilloso', le dijeron. 'El Gobierno lo decide todo. Hay planes para todo y todo se planifica en un mismo edificio'. Y Nehru compró. Sólo la Unión Soviética estaba dispuesta a ayudar y a ofrecer un modelo", agrega Das.

La India se zambulló en una miríada de regulaciones y controles que asfixiaron la iniciativa. El nacionalismo autárquico de Nehru llegó hasta 1991, cuando el país estuvo al borde mismo de la bancarrota y el Gobierno de P. Narasimha Rao tuvo una conversión paulina y abrazó la liberalización económica. El mayor éxito de todos estos años fue que el país escapara del hambre, aunque todavía al medio siglo de la libertad los periódicos dan noticias de algún caso de muerte por inanición.

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Entre 1960 y 1990, la India creció a un promedio inferior al 4%, mientras otros países también atrasados de la zona despegaban con crecimientos muy superiores: Indonesia, 6%; Tailandia, 7%; Taiwan, 8%, y Corea del Sur, 9%.

La India es un país de estadísticas tristes. De sus actuales 950 millones de habitantes -que serán 1.500 millones en el año 2030, por delante de China-, 328 millones sobreviven por debajo del umbral de la pobreza, esto es, con menos de 3.500 pesetas por familia al mes. Entre 300 millones y 500 millones, según los cuadros que se consulten, son analfabetos, las dos terceras partes de ellos mujeres. Hay 68 millones de niños sin escolarizar, y quienes lo están acuden un promedio de 3,5 años a aulas sin medios (1,5 años si son niñas). Sólo el 74% de la población goza de acceso a agua fiable. Apenas el 25% tiene retrete en casa. De los 174 países que había el año pasado en la lista del índice de Desarrollo Humano de la ONU, la India ocupaba el lugar 135. En 1970 era el 82. La India invierte apenas 14 dólares (algo más de 2.000 pesetas) por persona y año en educación y sanidad, diez veces menos que su vecina Malaisia.

Corrupción

"La élite a la que pertenezco es la que ha hecho un desastre del sistema político. Ahora la gente, los pobres, están llegando al sistema y cabe pensar que habrá cambios", comenta en su espartano despacho de Nueva Delhi M. S. Gill, uno de los tres miembros de la comisión electoral, fiscalizadora de uno de los principales activos de la India, su sistema democrático, impecable si no fuese por la corrupción de una clase política que pierde su alma por el dinero, tentación que ha tenido como última gran víctima al ex primer ministro Narasiinha Rao.Las elecciones de 1996 acabaron con el Partido del Congreso, debilitado por casi medio siglo de poder y muchos años de incompetencia y degeneración. El más votado fue el hinduista Bharatiya Janata Party (BJP, Partido del Pueblo de la India), pero el sectarismo de su programa causó pavor en el resto de la clase política y formó Gobierno la coalición. Frente Unido, una heterogénea mezcla de partidos de base regional que cubren desde el centro al comunismo. Una frágil coalición de perdedores con 13 voces y 14 opiniones, apoyada desde fuera por el abatido Congreso.

El Frente Unido tomó con gusto el relevo liberalizador del Congreso y lleva adelante un programa de modernización y enganche de la economía india a la mundial que tiene entusiasmado al empresariado. "Nos está gustando tanto este cambio dice casi relamiéndose Tarun Das. El resultado es que en el último lustro la India ha venido creciendo al 6%. Pero es una tasa insuficiente para insuflar el necesario vigor a un, país que además de esos 328 millones de "gentes cretinizadas, infrahumanas, abismalmente subdesarrolladas", como las ha retratado el escritor Praful Bidwai, tiene otros tantos millones de personas que viven con lo justito y un tercer tercio de semejante proporción con unas ambiciones y un poder adquisitivo que el Gobierno espera convertir en motor del cambio.

Palaniappan Chidambaran, ministro de Finanzas, vende a los inversores de todo el mundo la idea de que "el apetito de consumir de los 300 millones de personas de la clase media india no podrá saciarse ni en cincuenta ni en cien años". Y a los mismísimos británicos les ha dicho: "Ustedes vinieron a la India y se quedaron durante doscientos años. Vuelvan otra vez para invertir y quedarse otros doscientos. Tendrán ingentes recompensas". En su ministerio del complejo gubernamental diseñado por el arquitecto por antonomasia del Imperio Británico en la India, Edwin Luytens, en la colina de Raisina, desde la que se domina Nueva Delhi, Chidambaran, vestido con el característico traje talar blanco de su Madrás natal y con enormes gafas de empollón, responde a las preguntas como si fuese un ordenador. Todo se resume en un: "Hemos eliminado la ideología. No tenemos ningún ismo. Sólo pragmatismo. Necesitamos capital. Hemos aprendido las lecciones de los países del su reste de Asia". ¿Y cuáles son esas lecciones?. "Uno: economía libre y competitiva; en consecuencia, desregulación. Dos: atraer inversiones. Tres: reducir inflación y déficit". El objetivo es lograr una inversión internacional anual de 10.000 millones de dólares, con la que espera lograr una tasa de crecimiento del 7%-8%. "Si la conseguimos mantener durante los próximos 15-20 años, multiplicaremos por cuatro la actual renta per cápita de 300 dólares".

Más de medio centenar de las principales compañías mundiales están presentes en una India que hasta hace seis años les tenía vetada la entrada. Coca-Cola y McDonald's, los máximos representantes del consumismo popular a la americana, hacen su agosto en el país. Una prueba del cambio de mentalidad es que mientras la llegada de Coca-Cola en 1992 estuvo precedida de un intenso debate sobre la presunta violación que su asalto supondría para el alma de lo indio, la entrada de McDonald's el pasado mes de octubre pasó sin novedad. El único cambio que hizo la compañía sobre su oferta habitual fue llamar Maharaja Mac a su producto estrella, con la carne de vaca sustituida por cordero y vendida a 41 rupias (unas 140 pesetas) a una juventud de esa clase media que vende Chidambaran.

"No podemos ser un tigre asiático [las dinámicas y poderosas economías de otros países de la región], porque ellos están basados en sistemas totalitarios o muy autoritarios, y nosotros vivimos en una compleja democracia", señala Tarun Das. "Pero somos un elefante de 950 millones. Avanzaremos lenta pero firmemente, y si el elefante llega a cargar... ". Es un eco para el mundo globalizado del siglo XXI de lo que escribió Rudyard Kipling con el espíritu en el XIX: "Los elefantes no galopan. Avanzan a distinta velocidad. Si un elefante quisiera coger a un tren, no galoparía, pero cogería al tren".

La India se puede describir, pero no comprender. "Esto no es un país, sino 20 países mucho más diversos que Europa. Mi mujer es de Kerala [en el extremo suroeste] y yo de Bengala occidental [en el extremo noreste], y lo único que tenemos en común es el inglés", dice Udayan Bose, de LazardsCredit Capital, una institución financiera de Bombay, la capital económica del país. La cara de la cruz que compone la oceánica masa de desheredados es la India de los once millones de univesitarios, de los premios Nobel, de las universidades que compiten con Oxford o con Standford, de la bomba atómica probada en 1974 y de la conquista del espacio. Bombay, la vecina Flune y la sureña Bangalore, el llamado Sylicon Valley de la India, son el trípode de esa India mejor preparada para la batalla de Ia globalización.

Bangalore es la capital india del orgullo. Basta con escuchar algunas voces. Como la de Krishna Murthy, uno de los responsables de la Organización India de Investigación del Espacio: "Por ahora no podemos más que colocar satélites de 1.200 kilos en órbitas a 900 kilómetros. Pero a partir de 1998 vamos a hacer pruebas para colocar en órbitas geoestacionarias aparatos de 2.500 kilos. Nuestro objetivo es competir con Francia y Estados Unidos en el lanzamiento de satélites. Y lo hacemos con nuestra propia tecnología, sin transferencias del exterior". O como la de Seshun Bhagavathulla, director ejecutivo del centro de investigación de Daimler Benz: "La India es el número dos mundial en el desarrollo de software, tras Estados Unidos. Ofrece la mejor relación de coste / productividad, ocho veces mejor que la de Estados Unidos".

El banquero Udayan Bosel hermano de la medianoche afortunado del desgraciado Gita Samná de la remota Thuthi, cosmopolita y arrojado, se muestra dubitativo sobre la capacidad de empuje de la generación llamada a hacer realidad la promesa de justicia de Nehru y dirigir la carga del elefante. "La cosa está en saber si el indio quiere participar en el sistema global. Parece que le gusta la coca-cola y ver un partido de fútbol, pero no veo que sienta la necesidad interna de triunfar y ser brillante. Puede que 300 millones sean capaces de arrastrar a 600 millones, pero necesitan un liderazgo político como el de Nehru o el de Gandhi. No es un trabajo sólo para un hombre honrado, sino para un líder carismático. La India no tiene un plan nacional. Falta el gran proyecto".

Puede que no sea un proyecto con gancho para la nación, pero lo que la India tiene ahora entre manos es nada menos que la misión de ir más allá en el nuevo milenio de donde Nehru se quedó hace medio siglo: "Hace muchos años establecimos un compromiso con el destino y ahora ha llegado la hora de cumplirlo".

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