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Desastres y esperanzas

Los ordenadores personales, o pcs, tienen una forma muy personal de estropearse; tan personalizados están que, más que estropearse, enferman, se contagian de virus nefandos o se colapsan alterados por el exceso de trabajo, abrumados por el calor o heridos por el rayo de la tormenta. Los ordenadores personales tienden a colapsarse en agosto y en sábado como si ellos también reclamaran unas merecidas vacaciones.Mi hipócrita pc, mi colega, mi hermano, ha hecho "ploff" una tarde de calor y relámpagos, su pantalla se ha fundido en negro, tras obsequiarme con una retahíla de crics desde sus misteriosas entretelas. Mi pc se ha ido llevándose con él, en su desvaída memoria, el último artículo que había escrito, que habíamos escrito entre los dos, para estas páginas. No sé si alguna vez llegaré a perdonarle. No le guardo rencor por las horas de trabajo perdidas, pero le odio porque pienso que precisamente ese artículo me había quedado muy bien, seguramente mucho mejor que este que me traigo entre manos.

El artículo extraviado empezaba más o menos así:

"Señora, búsquese usted otro pobre", cuentan que le espetó un mendigo de nómina a su benefactora habitual, rechazando su limosna porque ella había dudado de su honestidad e insinuado que quizá, aprovechándose de sus anónimos harapos, se había puesto dos veces a la cola para percibir el óbolo. Algo así (seguía diciendo el artículo perdido) le han contestado los polémicos gestores del Ateneo madrileño a la señora Aguirre, bicéfala ministra, al rechazar los cinco millones de pesetas que su ministerio ha asignado este año a la secular institución, que no pasa por sus mejores momentos.

La anécdota que daba comienzo al artículo desaparecido aparece en el ameno e ilustrado libro La España del 98. El fin de una era, de J. Eslava Galán y D. Rojano Ortega, que no la citan a propósito del Ateneo de entonces, sino para ilustrar el talante de un pueblo orgulloso que se enfrentó a las consecuencias de un desastre aún más formidable y devastador por inesperado. Para confirmar la sentencia del doctor Johnson, "el patriotismo es el último refugio de los canallas", un Parlamento canallesco, una prensa encanallada y un ejército dirigido y administrado por canallas compitieron entonces en el absurdo menos precio al enemigo "yanqui", la exaltación de las heroicas virtudes de la Raza (sic) y en otros tópicos tan desquiciados como crueles al contrastarse con la espantosa realidad de una catástrofe bélica que resultaría excesiva incluso en este país de los excesos y de las catástrofes.

A partir de aquí, el artículo extraviado hilaba de alguna manera los desastres de 1898 y los de 1997. En el 98 (venía a decir), la política y la cultura se hacían en los cafés, en los ateneos, los círculos y, en menor medida, en los institutos y las universidades. En el 97, y esto lo sabe muy bien doña Esperanza Aguirre, la educación, la cultura y la política se la llevan a casa a los ciudadanos españoles a través de la televisión. Las exclusivas tertulias de los cafés de antaño se han democratizado en la multiplicidad de los debates radiofónicos y televisivos, donde se forman improvisados Parlamentos cuyos líderes no son intelectuales aburridos y pedantes, o políticos de enrevesada retórica. Los líderes del hemiciclo virtual son hoy videntes por teléfono, telepredicadores maquillados en exceso, sociólogos en excedencia y editorialistas frustrados a la busca de un sobresueldo.

En uno de sus párrafos mejor hilvanados, el artículo extraviado animaba irónicamente a la ministra dúplice a cerrar cafés, aulas, ateneos, círculos y universidades como antiguallas indignas de sobrevivir a las democráticas globalidades virtuales y digitales de los satélites y de los cables.

Una biblioteca, aunque sea la espléndida biblioteca del Ateneo madrileño, cabe en un chip, y todas las bellas artes del Círculo, en el museo virtual de un cederrom. Las nobles causas perdidas y las bellas artes sin esponsorizar están hechas a la medida de Internet, como refugio para telenautas insomnes y navegantes sin rumbo.

Doña Esperanza Aguirre (concluía el artículo invisible), que ya dejó su impronta municipal como concejala del Ayuntamiento, sabe de la terrible necesidad de liberar y recalificar suelo en el centro de Madrid. El venerable caserón del Ateneo de la calle del Prado y el espléndido edificio del Círculo de Bellas Artes, estratégicamente situado en el eje Cibeles-Sol, son dos joyas del mercado de los futuribles inmobiliarios.

Si los socios de ambas entidades convinieran en vender, y pudieran hacerlo, sus espléndidas sedes, podrían con los beneficios trasladarse a modernos edificios inteligentes, alumbrar una Ciudad de la Cultura y de las Artes, un brillante complejo jurásico intelectual, un parque temático y arqueológico donde las nuevas generaciones telemáticas y telefónicas pudieran entrar en contacto con las obsoletas formas de comunicarse, intercambiar información y compartir conocimientos de sus ancestros, nietos de Johannes Gutenberg e hijos póstumos de Marshall McLuhan el profeta.

Ahora que lo pienso, a lo mejor mi pc se suicidó para no traicionar a su raza sirviendo como cómplice de ironías y sarcasmos sobre la informática. Espero que su hermano pequeño, el ordenador portátil en el que escribo estas líneas, no sea tan fanático, tan ortodoxo, tan integrista.

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