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FERIA DE JULIO

Una estupenda novillada

Una estupenda novillada cerró la Feria de Julio. Muy bien. Dos días consecutivos han salido novillos enteros y verdaderos. El primero, en versión mala; el segundo, en la buena. A ésta se apunta todo el mundo, es lógico, pero la otra no debería desdeñarse.El toro de lidia, bueno o malo, ha de ser toro sin merma ni sospecha. El toro -bueno o malo- es lo que da sentido a la lidia y legitima el arte de torear.

Están fabricando un toro -no se sabe si en origen o en destino- amorfo, feble e impresentable, destinado al lucimiento de los pegapases que son incapaces de torear el toro íntegro. Y lo han llegado a imponer en todas partes, pero con un coste insostenible para la fiesta, que es el aburrimiento del público, la deserción de los aficionados, un futuro oscuro y problemático (como el reinado de Witiza).

Miranda / Tobali, Castillo, Sanz

Novillos de Miranda (sin caballos), con trapío, casta y nobleza.El Tobali: estocada corta atravesada contraria delantera perdiendo la muleta, rueda de peones primer aviso-, estocada atravesada delantera caída, rueda de peones, descabello -segundo aviso con mucho retraso-, cuatro descabellos, pinchazo y se echa el novillo; se le perdonó el tercer aviso (palmas y saluda); aviso antes de matar, estocada tendida, ruedas de peones y descabello (vuelta). Gabriel del Castillo: estocada corta caída (oreja con escasa petición); estocada (oreja); salió a hombros. Óscar Sanz: pinchazo, estocada ladeada -aviso- y se echa el novillo (vuelta); bajonazo atravesado a paso banderillas -aviso- y rueda de peones (aplausos). Plaza de Valencia, 29 de julio. 12º y última corrida de feria. Menos de media entrada.

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Enrique Ponce, triunfador

El significado y el valor real del toro verdadero se pudo comprobar en las dos últimas funciones de la Feria de Julio: con los mansos de Yerbabuena hubo emoción, cualquier pasaje de la lidia tenía importancia. Con los bravos de Miranda, lo mismo y la categoría añadida del toreo en su versión depurada, que los novilleros principiantes acertaron a ejecutar.

No es que acertaran mucho porque, al fin y al cabo noveles, están sujetos a las limitaciones propias de quienes empiezan; desaprovechaban embestidas extraordinarias, trastocaban terrenos, equivocaban distancias. Mas los tres espadas derrocharon valentía y pundonor, apurando las posibilidades de dominar y triunfar.

El Tobali cuajó unas verónicas torerísimas al novillo que abrió plaza, con ganancia de terrenos hasta rematar en la boca riego. Con la muleta, en cambio, bajó su toreo. Indudablemente voluntarioso, carecía de esa hondura y templanza que embarca y domina a los toros de encastada nobleza. Óscar Sanz tampoco logró el debido lucimiento, por iguales motivos, y además porque toreaba fuera cacho, sin ligar los muletazos.

Triunfó Gabriel del Castillo precisamente por todo lo contrario: porque sí ligaba o lo intentaba; porque sí pisaba terrenos comprometidos a despecho de achuchones y desarmes. Mediocre su primera faena, la segunda poseyó enjundia. La codicia recrecida del novillo parecía que le iba a vencer y, sin embargo, fue vencedor el torero a base de tesón y bizarría, con la técnica de parar, templar y mandar. Y tras unas dobladas eficaces y unas mandonas tandas de redondos, el novillo ya le acudía fijo y entregado, embestía humillado y pastueño.

El rito y el fundamento, la emoción y la belleza de esta fiesta pasan por el toro de casta, por el torero cabal. Ofrecerla de otra manera supone degradarla y destruirla. El problema de la Feria de Julio y de la plaza de Valencia no es el exceso de corridas, según se oye decir y sostiene la propia Diputación, propietaria del coso. Es que ha asumido como propio ese espectáculo degradado e infumable. Y así no tiene la fiesta arreglo, ni en Valencia ni en parte alguna.

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