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Galaxias cordiales

A quien busque -como únicamente es posible encontrarlo: en una sala oscura, ante una pantalla grande- lo esencial de la historia del cine, le basta vivir uno o dos años en algunas ciudades y buscar en sus filmotecas y estudios reposiciones de películas clásicas. Recuerdo que en casi un año que hace muchos pasé en París era raro el día que no veía una (y con frecuencia varias) de estas obras indispensables: había una decena de salas dedicadas a ellas, que reventaban de gente que iba a alimentarse de sus pantallas.Por, Madrid no pasó nunca este itinerario de sueños. En este territorio, fuera de la Filmoteca, la ciudad es un desierto en el que ocasionalmente brota un oasis, pero tan pasajero que acaba en espejismo. Que recuerde, repusieron hace años Lawrence de Arabia y Blade runner,- hace meses, La guerra de las galaxias; hace días, 2001, una odisea del espacio, y hace horas, Freaks. Entre sus huecos hay otras reposiciones, pero pocas y tan arbitrariamente programadas que sus títulos se hacen humo de la memoria del olvido.

Salvo los de Freaks, que buscan alargarla en otras de su estirpe, los programadores de películas imperecederas se dan por vencidos ante los rácanos rincones de la madrugada que las televisiones dedican al clasicismo y los vídeos caseros, convertidos en única memoria (no hace falta decir que moribunda) del cine. Es ésta una manera de verlo que no proporciona a su buscador la visión plena, no amputada, de la película, y ésta queda embarrancada e inmóvil en una estancia hogareña que la reduce a esqueleto impreciso de sí misma.

Hay películas (los llamados telefilmes) que entran plenamente en la pantalla casera, pues para ella están ideados y realizados, y ajustan milimétricamente sus rasgos de lenguaje y de estilo a los límites de la pantalla privada. Estos rasgos pueden sintetizarse en uno: todo lo que ocurre en el filme es únicamente lo que materialmente vemos en la pantalla. Pero en las grandes obras de cine, y sobre todo en los monumentos del clasicismo, no todo lo que ocurre en la película se ve físicamente en la pantalla. Hay en ella una zona invisible, pero medular, del relato que no entra en lo que captura un vídeo, de manera que cuando allí la contemplamos, sólo en parte estamos contemplando la verdadera película.

Cuando una película es creada para su proyección en sala hay elementos vitales de la imagen que escapan a la mirada. El más evidente (aunque no el único),es el fuera de campo o salto de fronteras espaciales. En la sala rodea la pantalla un ámbito vacío en penumbra, sobre el que proyectamos todo (y es mucho) lo que ocurre en el relato fuera de los márgenes del rectángulo blanco: no lo vemos materialmente, pero lo creamos íntimamente por una asociación casi (o sin casi) hipnótica. Esto jamás sucede en una pantalla cercada no por esa oscuridad vacía y abstracta, sino por un ámbito casero lleno de concreciones: paredes y objetos propios. Fuera de una pantalla casera ocurre la ventana al patio o el sofá de la siesta, pero no esa maga oquedad que en la sala se inunda de cine cuando se rompen los diques del encuadre y la expansividad de la imagen apresada escapa fuera de él. El vídeo nunca rompe las fronteras de la pantalla y el verdadero cine naufraga fatalmente en esta encerrona.

Otro tanto (su imposibilidad en la pantalla casera) puede decirse de la profundidad de campo, del salto de tiempo elipsis y de más, muchos más, hilos de la seda imaginaria que teje la composición del verdadero cine. El filme clásico (y el verdaderamente moderno es tal por referencia permanente a él) fue realizado cuando no existía televisión y está lleno, invadido incluso, por ese delicado entramado que emana del poder sugeridor de la pantalla vertida hacia espacios y tiempos exteriores a ella. De ahí su necesidad de verlo allí para donde fue ideado y hecho, la sala cinematográfica, el templo laico por excelencia, donde asistimos ceremonialmente al milagro de la imaginación de un siglo que se resiste a dejarse encarcelar en un cajón lleno (y sin agujeros de salida) de (unos estupendos y otros idiotas) entretenimientos privados, pero nunca de verdadero arte cinematográfico.

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