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Hijos del diablo

Javier Sampedro

Lo dijo Goethe: "Todos los editores son hijos del diablo. Para ellos debería haber un infierno especial". La frase no parece la más adecuada para citarla ante un auditorio abarrotado de editores, pero Javier Pradera quiso ayer revisar con espíritu autocrítico y buen humor la historia cambiante de una profesión que nunca ha gozado de buena fama entre los escritores ni de buena prensa entre los medios y los lectores.Los dicterios inflamados contra los editores no se acabaron ni mucho menos con el romanticismo alemán. Pradera ha coleccionado una buena muestra: "Todos los editores son unos rufianes" (Ferdinand Celine). "La diferencia entre un editor y un caballo estriba en que el segundo ignora el lenguaje de los ganaderos" (Max Fritz). "Los que beben de la calavera de los poetas muertos de hambre" (sin atribuir) y varios otros.

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Una vez hubo calentado así a su público -que, la verdad, se divirtió sobremanera-, Pradera señaló que la imagen del editor, sin llegar a alcanzar el prestigio social que merece, ha mejorado mucho por tres razones: primero, porque las leyes de propiedad intelectual ya no permiten una explotación abusiva de los derechos de autor; segundo, porque las tiradas son más grandes, con lo que "es más fácil repartir la actual riqueza que la anterior escasez".

Y, en tercer lugar, según Pradera, porque la función de los editores excede ya con mucho el papel pasivo, y en gran medida arbitrario, que jugaron en el pasado. Los editores tienen que contar cada vez más con el asesoramiento de expertos en gestión, mercadotecnia, publicidad y distribución. Pese a ello, la profesión sigue exigiendo grandes dosis de intuición y pasión.

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